por Michel Balivo
En estos días me enviaron un video con declaraciones de un astronauta
ruso respecto a sus experiencias en la atmósfera, en el espacio
extraterrestre. Lo primero que destaca es la consabida represión o
censura sicológica. Esas experiencias no podían hacerse públicas, solo
se compartían con la gente íntima pues los médicos y sicólogos
oficiales, las trataban como simples alucinaciones y de insistir eras
tratado como un loquito cualquiera.
Al irse alejando del planeta y percibirlo desde fuera, abarcándolo
con la mirada, se perdían inmediatamente las referencias de divisiones y
diferencias, todo ello perdía carga emocional y sentido. En la
silenciosa inmensidad del espacio exterior, las emociones se expandían
ilimitadamente convirtiéndose en algo que solo podía llamarse amor,
sentimiento religioso. Amor por la Tierra tu hogar, amor por el ser
humano tu congénere, unidad de la vida, de todo lo existente.
También la memoria se ampliaba y perdía sus limitaciones habituales.
Era una experiencia común que los astronatuas se soñaran en la época de
los dinosaurios, que sintieran emociones primitivas. Lo cual alude a una
diferente movilidad y emplazamiento de la imagen en el horizonte
temporal. Se alteraba e invertía la estructura habitual de los sentidos.
Podían sentir que viajaban de cabeza pese a que por los instrumentos
sabían que no era así.
Aunque no resulte fácil establecer la comparación, estas
circunstancias tienen mucha similitud con la época que vivimos. En
realidad con cualquier época en que se produce un intento más o menos
conciente de cambiar nuestras formas de vida. ¿O acaso no luchamos por
sacudirnos el vestido de un pasado heredado, demasiado estrecho e
insatisfactorio ya, para ganar la capacidad de sentir, de vivir algo
nuevo, más satisfactorio, expansivo?
Eso sucede necesariamente en toda etapa de trancisión. Se cuestiona
todo el conocimiento heredado desde su utilidad para la vida, para una
sensibilidad renovada que experimenta también nuevas necesidades. Si no
se produjese esa alteración íntima de la sensibilidad no habría
insatisfacción ni deseos de cambio. No habría un punto de vista, una
mirada que se diferenciara de la experiencia habitual y comenzara a
buscar, a concebir nuevas posibilidades.
Al que le interese el tema, puede leer desde este enfoque la
abundante información disponible de la transición Medioevo-Renacimiento.
Pero no está demás considerar que infinidad de imperios y
civilizaciones se desmoronaron. Hoy sabemos que tras toda organización
social hay un modelo, una concepción, una humana construcción mental que
necesariamente se desgasta, lleva implícitos sus propios límites y por
ende su desorden interno.
Lo distinto es que hoy comenzamos a reconocer que a diferencia de lo
natural, lo humano es intencional. Una cosa es que “nos suceda” el fin
de un ciclo, que lo experimentemos como sufrientes víctimas pasivas.
Otra cosa es que experimentemos y reconozcamos la renovación de la
sensibilidad que llamamos vientos de cambio, que perfumó la brisa de
nuestro escenario planetario con tanta fuerza en los coloridos eventos
de los 60´s.
En Venezuela por ejemplo en 1999, el presidente Chávez lanzó la
iniciativa constituyente para dar forma, para darnos una nueva
constitución que fue aprobada por abrumadora mayoría por primera vez en
referendo popular. Esa no es una inciativa nueva, la concepción
democrática tiene miles de años. El poder reside en el pueblo, el
gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Fue el fruto de una
nueva sensibilidad que concibió y puso al ser humano en el centro del
universo.
Nada por encima del ser humano. Ningún ser humano por encima de otro
ser humano. Pero esta nueva concepción, esta nueva forma de sentirse y
pensarse del ser humano, como tantas otras estaba llena de polvo en los
anaqueles de la historia, dormía el sueño del tiempo esperando el
momento apropiado. Cuando por acumulación de experiencia y conocimiento
se produjo la voluntad necesaria, sacudiéndose el polvo vino a ser
transfigurada en el mundo de todos los días.
La asamblea constituyente no es solo para hacer una nueva
constitución. El poder constituyente está continuamente convocado, un
vez que lo despiertas ya no puedes mandarlo a dormir nuevamente. El
colectivo puede decidir cómo y cuando cambiar sus reglas de juego,
legislar cada vez que lo considere necesario. Es así y entonces que el
poder participativo y protagónico se convierte en el nuevo actor de lo
cotidiano.
Y por supuesto al igual que en tiempos de la inquisición, se
desataron todos los demonios del pasado y liberándose de sus panteones
vinieron a convertir el mundo una vez más en su hogar, es decir en el
infierno. ¿Por qué? Mira a tu alrededor y dime que rincón del mundo es
ajeno al conflicto. Dime dónde te puedes esconder para ponerte a salvo
del cambio. Eso nos dice que un modelo, una concepción de organización
social se desgastó y agotó.
Por tanto se genera creciente desorden interno de los hábitos y
creencias de una época, creciente inestabilidad e incertidumbre de
dirección o rumbo conductual. ¿Qué hacemos ahora, para dónde vamos, que
dirección le damos a nuestras conductas? Eso nos pone en circunstancias y
ante la exigencia de concebir modelos alternativos, coherentes con la
nueva sensibilidad y necesidades de nuestro momento histórico.
Nos obliga a preguntarnos, ¿somos simples herramientas, vehículos de
transmisión pasiva de la cultura heredada de generación en generación?
¿O tenemos la capacidad de tomar conciencia de lo que hacemos y
convertir la cultura, la educación y la comunicación en herramientas
transformadoras del mundo? Como en el caso de la constitución tenemos
que preguntarnos, ¿es la obra más que el artista, es la constitución más
que aquél que la concibe?
Eso nos habla de dos estados de la conciencia que por supuesto se
expresan también en diferentes culturas, economías, formas de vida. Para
un estado de conciencia reina el dogma, las cosas son como los dioses
las crearon y el ser humano ha de someterse a ese orden natural e
histórico, obedecer sin cuestionar. Esa es la naturalización de lo
humano, de lo intencional. Ese orden reinaba en el medioevo.
El ser humano caminaba desde el pecado de Adán y Eva hacia el juicio
final, lo que hiciera o dejara de hacer no tenía ningún valor ni
importancia. Su accionar, su experiencia y conocimiento acumulado
generacionalmente no hacía diferencias. No había evolución posible por
lenta que fuera. Tus intenciones y acciones no tenían valor alguno, no
generaban consecuencias. Por tanto no había modo de aprender, el
equivocarse o acertar daba lo mismo.
Hoy la diosa razón se ha convertido en la vedet de nuestro escenario y
todo ese modo analógico, asociativo de pensar nos resulta extraño,
incomprensible. Sin embargo, pese a que los dioses ya no pasean por el
mundo tan a menudo como solían, todavía andan rondando por allí
fantasmales leyes de mercado que sugestionan a las conciencias crédulas
tanto como los aparatos de TV y las pantallas de cine, sus héroes y
heroínas.
Todavía nos cuesta mucho aceptar que no hay acción sin consecuencia
práctica, que las acciones repetidas en una dirección se acumulan,
pesan, generan inercias, tendencias. Que tras toda dirección de acción
hay modelos, valores colectivos que las motivan y guían. Que a cierto
nivel de acumulación de memoria, esos modelos se aceleran camino de la
revolución. ¿No estamos viviendo acaso la revolución económica y
cultural de nuestro modelo?
¿No se ha acelerado y transfigurado el mundo de nuestros ancestros en
solo 50 años hasta volverse casi irreconocible para una misma
generación? Entonces, ¿somos o no somos responsables? ¿Aprendemos o no
de nuestras experiencias? ¿Tienen o no consecuencias nuestras
intenciones y hechos? Si somos coherentes no nos queda sino aceptar que
todo lo que sucede es consecuencia inevitable de lo que hacemos personal
y colectiva, acumulativamente.
Estamos en plena revolución, somos sus gestores, sus actores, sus
protagonistas. De nada nos sirve mirar a los lados buscando culpables ni
a las alturas a ver si los dioses deciden aparecer nuevamente.
¿Recuerdan? Nada por encima del hombre, ningún hombre por encima de otro
hombre. Si a alguna dirección hemos de darle prioridad, es al reconocer
que la inercia de lo hecho pesa, dificulta dar pasos en una nueva
dirección.
Si con algo tropiezan los intentos es con sus propios hábitos.
Decides ir en una dirección, pero resulta que como caballo viejo
terminas yendo pa´ la querencia, para donde te lleva la inercia de tus
hábitos. Por eso toda nueva intención requiere de un atento proceso de
aprendizaje. No hay modo de traer a ser nuevas direcciones de acción en
el mundo, sin recorrer el caminito de los aciertos y errores.
En todo caso, si bien la TV puede convertir las conciencias
sugestionables en vehículos de su publicidad, de su educación de la
atención, también puede ser convertida en herramienta de educación de la
conciencia para transformar la realidad. Si quieres asistir a la muerte
de un viejo sueño en primera fila, te invito a presenciar las próximas
elecciones regionales de Venezuela. En 14 años de intento las viejas
formas jerárquicas no han podido con la nueva sensibilidad.
Por el contrario en las filas de la oposición a lo nuevo, comienzan a
despertar de su sueño las conciencias sugestionadas y a reconocer donde
está lo nuevo, pasándose a sus filas sin ruborizarse, declarándolo
públicamente. Tanto entre los simples votantes como en los participantes
de los diferentes partidos, lo protagónico e inclusivo demuestra tener
más fuerza, estar más sintonizado con los nuevos tiempos que los viejos
sistemas de intereses.
Somos seres humanos que construimos con fe en el futuro nuevas formas
de vida en medio del bullicio cotidiano, somos animales políticos como a
algunos les gusta llamarnos. Pero también somos astronautas que
viajamos en nuestra nave planetaria por una inmensidad poblada de
incalculables estrellas, en medio de un silencio que impone reverente
recogimiento. Tal vez algún día reconozcamos maravillados que nuestro
corazón pulsa al unísono con el universo.
Fuente: Pressenza
martes, 12 de febrero de 2013
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