por Michel Balivo
Venezuela es el vientre fértil en el que el niño del futuro pudo
anidar. Yo me siento plenamente agradecido de que los vientos del
destino me hayan traído desde muchacho a esta generosa madre que me
posibilita vivir estas experiencias únicas. Decir futuro es decir lo por
ser, o desde su contracara lo que aún no es, lo que nunca ha sido.
El mundo todo se conmociona en movimientos de preparto. Basta que
enfoques tu mirada en la ventana mágica de la TV para que te asomes en
tiempo real y sepas, percibas que en el planeta no va quedando ni un
rinconcito en que no predomine el conflicto. Estas coyunturas históricas
cuya dinámica y razones aún no hemos reconocido, se suceden a grandes
ciclos, además de acelerarse, ampliarse y profundizarse a medida que se
repiten y acumulan.
Tampoco hemos reconocido plenamente que no somos seres naturales,
minerales, vegetales, animales. Somos seres, acumulaciones temporales,
construcciones históricas, acumulaciones de experiencia y conocimiento
que van pasando milenariamente de generación en generación. Antes
mirando por el espejo retrovisor adorábamos a nuestros grandes
antepasados, pero en algún momento y probablemente por la acumulación
necesaria de memoria, esa tendecia se rompió e hizo su entrada en escena
el futuro, el presentimiento de lo por ser. Concebimos la evolución y
lo que ella nos traería.
Nacemos o venimos a ser entonces en una construcción histórica, nos
desplazamos en un horizonte temporal, una especie de carretera o avenida
que suponemos fluye linealmente de pasado a futuro, en que los eventos
se asocian en encadenamientos de causas-consecuencias mecánicas y
repetitivas a las que llamamos leyes.
Claro que hoy sabemos que la materia es energía y que sus componentes
no responden a las leyes físico químicas conocidas. Pero eso no es
novedoso, también sabemos que el sol no sale ni se pone ni hay una
bóveda celeste allá arriba, sin embargo seguimos pensando y
comportándonos como cuando creíamos que la Tierra era el centro del
universo que giraba en torno a ella, pese a que la inquisición casi le
cobra con su vida a Copérnico hacer públicos esos conocimientos.
Tal vez lo dicho parezca irrelevante en tiempos en que la velocidad y
exigencias de los eventos revolucionarios en que estamos inmersos, nos
imponen la inmediatez, la urgencia de sus necesidades. Sin embargo,
tiene sus serias consecuencias prácticas. Porque así como afirmamos que
no somos seres naturales pese a las serias presiones para
naturalizarnos, también decimos que la historia no fluye en el paisaje
externo, en el mundo, sino en la mente humana.
Dime tú dónde está, dónde percibes el tiempo. ¿Dónde aquello que
anhelas o temes que suceda? ¿Dónde los cielos o infiernos por los que
tantas veces hemos llegado a matarnos unos a otros? ¿Dónde la felicidad o
el sentido de la vida hacia el cual crees caminar? ¿Dónde la
experiencia y el conocimiento acumulado por milenios? ¿Dónde el amor en
nombre del cual tantas cosas maravillosas y tantas barbaridades hemos
realizado?
Y si vamos a hablar de consecuencias déjame contarte que hace unos
veinte años sucedió el llamado Caracazo. La aplicación de medidas
neoliberales y el aumento desmesurado de todo lo esencial a la vida de
una población que ya comía perrarina, los impulsó a lanzarse
desesperados a saquear negocios. Al ejército y la policía se le ordenó
disparar, hubo miles de muertos y fosas comunes. ¿Será esa una
consecuencia suficiente para despertar nuestra sensibilidad?
En Venezuela afortunadamente lo fue. Fue el despertador que lanzó
desde las filas del mismo ejército el movimiento liberador que hoy
preside el señor Hugo Chávez. Pero la pregunta esencial es por qué
suceden esos fenómenos sociales, humanos, que tantas veces vemos
repetirse sin comprender. ¿Por qué crees que la paz nunca podrá
encontrar espacio para anidar en nuestros corazones, que las luchas
generacionales nunca dejarán de ser mientras continúe la injusticia?
Justamente porque vivimos en un modelo mental organizador de la
sociedad, un modelo que es una construcción histórica en la que
predomina el futuro. Cuando nos cierran esa avenida temporal por la que
nuestra imaginación y creencias caminan, nuestro movimiento mental se
paraliza, nuestra energía vital colisiona contra esas represas. Cuando
se nos cierra el futuro la vida toda se oscurece. Eso sucede cuando un
modelo se agota y ya no posibilita el crecimiento.
Entonces se hace imprescindible la creación de modelos alternativos
de desarrollo, que canalicen ese enorme sistema de elevadas tensiones
que se gesta al estrellarse la energía social contra aquello que le
corta el paso, que le impide fluir libremente. Esa función la cumplió el
gobierno revolucionario bolivariano en Venezuela. Si no se hubieran
redireccionado esas energías y desactivado esa bomba social de tiempo,
caminábamos hacia una guerra civil.
Venezuela fue entonces el espacio mental y geográfico en el que el
modelo alternativo encontró las condiciones apropiadas para comenzar a
cobrar forna. Cuando los primeros síntomas o efectos demostrativos de
que ese modelo alternativo era posible se comunicaron en tiempo real, la
revolución de los viejos y agotados modelos se contagió como un virus
por una América que ya presentía, que ya estaba en preparto. Antes o
después resonará en todo el mundo.
Porque estamos en tiempos en que las comunicaciones, las tecnologías,
los transportes interconectan, tejen redes mundiales. Por lo tanto la
revolución o cambio de modelos será mundial o no será. Dándonos cuenta o
no, apercibida o desapercibidamente caminamos hacia una civilización
mundial, planetaria, universal. Que será esencial y final,
verdaderamente humana.
Pero eso nos pone ante un horizonte inédito. Porque un modelo
alternativo no se hereda, no es una cosa hecha, no es una máquina, un
ensamblaje de piezas. En verdad no sabemos en que devendrá, en que se
irá convirtiendo, qué forma irá tomando y cuantas veces habrá de
transformarse camino de su florecimiento. Podemos llamarlo de un modo u
otro para saber a qué nos referimos, pero no debemos olvidar que no
sabemos realmente de qué se trata.
Es como la felicidad, desde el principio de los tiempos hablamos de
ella, seguramente más la recordamos cuanto menos la sentimos, pero nadie
sabe realmente de qué se trata. De hecho muchos han llegado a afirmar
que esa búsqueda del arco iris, del unicornio o el vellocino de oro, ese
motor que siempre nos ha movido no existía, era un sueño imposible.
Pero no parece que muchos lo hayan escuchado. De hecho ellos mismos ya
olvidaron su afirmación.
Este no es momento para perfeccionistas y eruditos que creen saberlo
todo y se niegan a aceptar sus errores u horrores. Esas imágenes o
construcciones personales ya no son útiles en tiempos de cambio. Ahora
si no te equivocas es porque no te arriesgas, no intentas nada nuevo, y
por lo tanto no puedes adaptarte crecientemente a la fuerza e intensidad
acelerada de eventos, hechos. Eres como loro viejo que ya no aprende
nada.
Si antes dedicábamos diez o veinte años a los estudios necesarios a
poder desempeñarnos en un mundo complejo, y pese a todo la velocidad de
desarrollo del conocimiento en un mundo revolucionándose nos convertía
al poco tiempo en analfabetas funcionales, hoy debiéramos convertir al
mundo en una escuela y a nosotros mismos en estudiantes a tiempo
completo. Porque ya no se trata de ir a tomar un curso, sino de
convertir la vida en un curso. Se trata de una actitud mental despierta,
de atención y aprendizaje continuo.
Algo similar sucede en Venezuela, todo, absolutamente todo está en
movimiento y no hay un instante de reposo. Todo se plantea y replantea,
se admiten cada vez con menor vergüenza los errores porque se comienza a
reconocer que no hay otro modo de aprender que intentando, errando y
acertando alternativamente. Y lo más increíble y refrescante es que todo
eso lo ha propuesto con su ejemplo el mismo presidente en TV pública,
ante todo el país, durante estos años.
No es tiempo de andar escondiendo suciedades, que de todos modos es
imposible no oler dada su fetidez. Es momento de abrir ventanas y dejar
que el viento renueve los espacios cerrados, con olor a moho. Tiempos de
reformatear nuestros heredados, obsoletos cerebros y sistemas
nerviosos. Es tiempo de pensar, sentir y vivir con sencillez, con
confianza, con alegría.
Ni tú ni yo nacimos con un sistema de creencias, esa es una piel
adquirida y necesaria para poder desempeñarse en una época. ¿Acaso
alguien nos cobra por darnos la vida? Bueno tal vez un médico de una
clínica cobre elevados honorarios por darte a luz con o sin cesárea,
pero él no fue el que te dió la vida. Tu vida es un regalo. ¿Acaso no es
la vida y el cuerpo más que los alimentos y los vestidos? ¿Por qué
entonces todo ha llegado a tener un precio y hasta el agua se privatiza?
Me pregunto ahora, ¿no será posible mirarnos con sinceridad a los
ojos, sentirnos simplemente como seres humanos? ¿Necesitaremos siempre
una construcción histórica que intermedie lo que somos, un sistema de
creencias heredado para comunicarnos y entendernos? ¿No será que
justamente esos sistemas de creencias heredados son los que nos
incomunican o mal comunican, haciéndonos temer las sensaciones de
desnudez de la intimidad o cercanía emocional?
Es tiempo de que las milenarias divergencias y dialécticas converjan
aportando, sumándose, complementándose y multiplicándose. Tiempo de que
los rechinantes engranajes de la historia se destraben y comiencen a
moverse armónica y silenciosamente. Una vez más gracias Venezuela, por
si no te lo había dicho hoy quiero expresarlo en alta voz. Tu lucha no
ha sido ni será en vano, gradualmente todas las intenciones se
reconocerán esencialmente humanas alineándose en la abierta y creciente
dirección, renovando y alejando la vida del abismo del sinsentido.
Fuente: Pressenza
viernes, 15 de febrero de 2013
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1 comentarios:
Soy de viajar mucho por los países de la región y por eso cuando tengo la oportunidad de obtener pasajes, siempre los compro. Venezuela es uno de mis países favoritos, y por eso me interesaría poder viajar allí. Si tengo la posibilidad de dejar mi Alquiler Temporario Argentina, voy a ir a Caracas
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