por Javier Tolcachier
El Banco Mundial ha elegido recientemente a su nuevo presidente en el
transcurso de su asamblea de primavera celebrada a mediados de Abril
recién pasado. ¿Corresponde esperar algún cambio? El autor del artículo
afirma que, más allá de que en la superficie no parezca haber
modificaciones, el cambio ya se ha producido.
Pressenza. El Banco Mundial ha elegido un nuevo presidente el 18 de Abril pasado
en el transcurso de su asamblea de primavera celebrada en Washington.
Primavera boreal, claro está. La entidad internacional, nacida en 1945
juntamente con el Fondo Monetario Internacional a la vera del orden
económico sellado en Bretton Woods, ha sido presidida hasta la fecha en
once oportunidades – coherentemente con el orden de posguerra citado -
por un estadounidense. Mientras tanto su gemelo ha sido encabezado
siempre por un europeo.
Y sin embargo, algo distinto ha ocurrido hace pocos días. A
diferencia de anteriores oportunidades, en esta designación los miembros
del directorio del BM han podido optar entre tres candidatos. Claro que
“optar” es una palabra sumamente teórica en este contexto
Y sin embargo…
El candidato propuesto por Norteamérica (también “propuesto” resulta
aquí un vocablo que debe manejarse con suma relatividad) ha planteado de
por sí una variante novedosa, ya que aunque ciudadano estadounidense,
es nacido en Corea del Sur. Su nombre es en sí mismo bandera de esta
mixtión. También en su profesión hallaremos una nueva sorpresa. Jim Yong
Kim no es banquero sino médico y según rezan sus antecedentes,
especialista en programas de salud pública en organizaciones
internacionales. Pero su raíz oriental y conculturalidad con el hoy
secretario de las Naciones Unidas, no podrá rivalizar en exotismo cuando
presentemos a la que fue segunda candidata al puesto.
Candidata sí, mujer, claro. Pero ¡africana y negra! La dama en
cuestión, ataviada habitualmente con coloridos pañuelos en su cabeza, no
es otra que Ngozi Okonjo-Iweala, actual ministra de Finanzas de
Nigeria, país que junto a Sudáfrica y Angola la postularon a presidenta
de la entidad.
El tercero en discordia es el colombiano José Antonio Ocampo, quien
luego de servir en el gobierno de Ernesto Samper como ministro, pasó a
ocupar posiciones en organismos internacionales, primero en la CEPAL
(Comisión Económica para América Latina) y desde 2007 como Secretario
General Adjunto de las Naciones Unidas para Asuntos Económicos y
Sociales.
Como se ve, galones no faltan en la currícula de estos funcionarios y
tampoco falta el habitual jalón compartido por la farándula del mundo
de las finanzas: su formación académica en los EEUU.
Y sin embargo, pese a la interesante diversidad, el claro favorito (y
finalmente electo) ha sido el candidato norteamericano. La razón es
bastante sencilla. Al Banco Mundial, en su definición “una cooperativa
compuesta por 187 países miembros”, nunca llegó el lema “un país, un
voto”. El poder de votación está definido por el caudal accionario que
cada país tiene en el grupo. Según los datos de su propio sitio, EEUU
detenta el 16 % del paquete, siguiéndole Japón con el 9.56, Alemania
con el 5 y Francia y el Reino Unido con el 4.45 por ciento
respectivamente.
Como puede observarse, entre estos cinco países acumulan casi el 40 por
ciento, posición que les permite habitualmente hacer y deshacer a gusto
en las decisiones de la institución.
¿Y a qué se dedica esta multinacional organización en la que trabajan
unas diez mil personas y posee oficinas a lo largo y ancho del planeta?
A erradicar la pobreza, dice su prospecto corporativo. Y en la
práctica, el Banco Mundial financia o ayuda a la ejecución de cientos de
proyectos de índole agropecuaria, sanitaria y de infraestructura, que,
al menos a primera vista, benefician de manera directa a millones de
personas, en especial a aquellos pobrísimos congéneres en las distintas
latitudes.
Y sin embargo…
¿Cómo creer que aquellas naciones más ricas – al menos hasta hace un
tiempo – estén dedicadas a tan caritativa tarea? Es necesario echar un
segundo vistazo para comprender que, cuando menos en su enfoque,
“erradicar la pobreza” no es sino “aumentar la riqueza”… de los que ya
más tienen.
El Banco Mundial es en realidad un grupo compuesto por cinco
diferentes organizaciones, todas ellas corporativas y todas ellas
gobernadas por el mismo directorio y el mismo sistema. Sistema que a su
vez es complementario del Fondo Monetario Internacional. Según
observamos en los estatutos del grupo, para pertenecer a él, el país
debe ser primero miembro del FMI. Luego podrá postular a su membresía en
el BIRF (Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento), primera
entidad del grupo y dedicada desde sus inicios en 1946 a recomponer
económicamente aquellas regiones devastadas por el destrozo militar.
Destrucción sobre la cual erigió su poder económico el primer gestor y
propietario del Banco, los Estados Unidos de América. De esta manera, ya
en su génesis, el BIRF sirvió ayudando a reconstruir ampliando las
posibilidades de negocios de las corporaciones y consolidando luego la
reaparición de mercados de consumo que por un buen período no pudieron
competir productivamente con sus “benefactores”.
La segunda componente del grupo es la AIF (Asociación Internacional
de Fomento), que es la que actualmente funciona como “pata altruista”,
otorgando préstamos sin interés y a un plazo de entre 35 y 40 años para
“programas que fomenten el crecimiento económico, reduzcan las
desigualdades y mejoren las condiciones de vida de la población.” La
AIF se precia de ser uno de los principales financistas de programas en
79 de los países más pobres del mundo. Por otra parte, el volumen de
créditos otorgados, desde su fundación en 1960 es de unos 13 mil
millones de u$ anuales (de los cuales un 50% aproximadamente son para el
África). Al comparar este dato con – por ejemplo – los 800 mil millones
que EEUU destinó en el año 2009 a su presupuesto militar (sumadas las
cifras de sus distintos departamentos), comprobamos cuan “pobre” (y al
mismo tiempo descaradamente pomposa e hipócrita) es la ayuda declamada
para el desarrollo.
El grupo pentagonal se completa con otras tres siglas, que en
estructura nos revelan la orientación central de la organización y el
marco mental y formal en el cual se mueven sus funcionarios. La
Corporación Financiera Internacional (CFI) es una especie de
“intermediaria” que ayuda a que determinados proyectos con parámetros de
desarrollo inequívocos, puedan acceder a financiamientos en el mercado
internacional de capitales. Además funciona como una especie de
consultora proveyendo ayuda técnica para la concreción. Dicho de otro
modo, actúa como articulación entre el sector privado y los proyectos
locales, lo cual favorece inversiones y nuevos negocios del capital
ocioso, aumentando la riqueza de los que “más tienen”, con el valor
agregado de aplacar en algo los malestares de conciencia que la
acumulación capitalista conlleva.
Finalmente, ¿qué son el Organismo Multilateral de Garantía de
Inversiones (MIGA) y el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias
Relativas a Inversiones (CIADI)?, últimos integrantes del grupo?
El MIGA no es sino una aseguradora que promete a los inversores
cubrir el riesgo de pérdidas “no comerciales”, entre las cuales se citan
explícitamente, la de inconvertibilidad monetaria o restricción de
transferencias de capital, expropiaciones, guerra, terrorismo o
turbulencia civil, rompimiento de contratos e incumplimiento de
obligaciones contraídas. Es obvia aquí la imagen que se tiene aquí de
los países del subdesarrollo para los cuales se han diseñado estas
garantías específicas.
Seguridades que intentan ser completadas con el CIADI, que es un
organismo arbitral, pero cuyo arbitrio y resultado habitual de sus
mediaciones, tienden a favorecer a la inversión privada ante los
azarosos avatares políticos de naciones cuyos gobiernos podrían decidir –
respaldados por el voto soberano de sus poblaciones – revocar
concesiones, anular contratos leoninos otorgados en condición
fraudulenta y otras medidas que podrían no contar con el beneplácito de
los siempre ávidos fondos privados.
Algunos datos significativos para calibrar la acción del CIADI: Al 31
de diciembre de 2011, el CIADI ha registrado 369 casos, la inmensa
mayoría de los cuales se han presentado entre 1997 y la actualidad (331)
ascendiendo a sólo 38 casos ingresados entre el año 1972 (su inicio de
actividad) y 1996. EL 63 % de los casos invoca “tratados bilaterales de
inversión” para justificar la demanda. Un dato revelador de la
“imparcialidad tribunalicia”: 30% de los reclamos han sido hechos contra
países sudamericanos, 23% contra estados de Europa Oriental y Asia
Central, el 26% contra naciones de África y Oriente Medio, un 8% contra
el Sudeste asiático y zona del Pacífico Sur, un 7% en el área caribeña,
sólo un 5% contra países del NAFTA norteamericano y un 1% contra países
de la región europea. El contraste es mayúsculo si se compara con la
composición de los tribunales de arbitraje, de la que resulta que el 47%
de los jueces han sido ciudadanos europeos y el 23% de América del
Norte. Los resultados – expuestos en el mismo informe que el resto de
los datos1 son sumamente predecibles: en casi la mitad de los casos los
laudos han sido favorables al reclamante, mientras que en un 23% se ha
declinado jurisdicción. En el restante cuarto el fallo no hizo lugar a
la demanda.
miércoles, 9 de mayo de 2012
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