lunes, 21 de mayo de 2012

DESOBEDIENCIA Y RUPTURA INTERNA Y EXTERNA.

Este artículo corresponde a la exposición que su autor, Héctor Pojomovsky, ha hecho dentro del taller "Desobediencia y No Violencia" dentro del Foro Social de Madrid. El taller ha sido coordinado por Democracia Real Ya, Partido Humanista y Mundo sin Guerras y sin Violencia, y ha tenido lugar el sábado 19, en el Retiro madrileño. El FSM se ha desarrollado dentro del Mayo Global.

Pressenza, Madrid. Podríamos no tener dudas acerca del valor moral de la desobediencia, de la no colaboración, y de la objeción de conciencia a sostener con nuestras acciones un sistema inhumano y deshumanizante.
Pero quisiéramos en este tramo, ver dos aspectos que rodean a esa convicción de trabajar por la causa justa.
Uno tiene que ver con la inevitabilidad de la fractura y desplome de este sistema, cuyo valor central es el dinero, cuya forma de acción es la posesión, y cuyo objetivo último es la acumulación incesante e ilimitada. Esto me recuerda mucho a una definición del cáncer, en biología, que lo describía como una reproducción anormal, velocísima e imparable de un grupo de células. Esto es incorrecto. No es imparable. En algún momento las células cancerosas habrán fagocitado todo lo comible, y el organismo no podrá sostenerse más, y morirá, arrastrando a la muerte a esas células cancerosas.
Este sistema no va a fracasar. Ya ha fracasado, y sólo nos falta verlo desplomarse para creerlo. El desplome puede tardar, tal vez unos años más, pero es tan inevitable como lo fue el desplome del bloque soviético, evidente para algunos desde unos cuantos años antes, aunque muchos se negaran a creerlo al ver una fachada sólida en apariencia. Y ha fracasado, porque la “aldea global” es un sistema cerrado, y en poco tiempo más sólo quedaran células cancerosas comiéndose unas a otras.
Así que éste es un tema: la inevitabilidad del desplome de este sistema, nos guste o no, lo queramos o no, lo aceleremos o no. Este sistema no es reparable. Su estructura es falseada, y no resiste la aceleración a que se la somete, y esa aceleración no se detendrá, porque es su razón de ser.
Ante esta inevitabilidad es bueno darle algunas vueltas a dos términos, a dos conductas, a dos tipos de respuesta que pueden darse. Estamos hablando de la forma en que un individuo, un grupo social, o un conjunto social reaccionan ante los cambios inevitables.
Hay dos tipos de adaptación a los cambios: la adaptación creciente, y la adaptación decreciente.
Veamos primero la segunda: va por la vía de la “conservación”. Ante los cambios, me aferro a las situaciones conocidas, me esfuerzo para que los cambios me afecten lo menos posible, y trato de frenar en lo posible esos cambios, para que no se me desbarate el mundo, para no quedarme colgado de la brocha cuando desaparezca la escalera. Pero como esos cambios no pueden ser detenidos, porque el sistema falla estructuralmente, en algún momento ese “detenimiento” queda solamente en mi cabeza, y yo no veo los cambios, y actúo como si nada sucediese.
Cuando el Titanic se hundía (cuenta la leyenda) la orquesta seguía tocando, aunque el barco estaba escorando y el agua entraba ya en el puente, para que los pasajeros experimentaran una sensación de “normalidad”, de que nada estaba sucediendo que no fuera a acabar antes del fin de la próxima pieza de baile. Eso es adaptación decreciente. Mirar para otro lado. Hacer caso omiso de los cambios que, inevitablemente, se van sucediendo alrededor.
Adaptación creciente, por otra parte, es mirar hacia el futuro, hacia donde estos cambios nos conducen, y ponernos en situación de ir anticipando ese futuro, y construyendo desde ya estructuras coherentes con ese momento por venir.
Si un pasajero del Titanic hubiera sabido que era inevitable que el barco chocara con un iceberg, en un acto de adaptación creciente hubiera comenzado a desmontar la puerta de su camarote, y a rescatar las estructuras de madera de su cama, y hubiera comenzado a construir una balsa. Habría perdido la privacidad de su habitación, y el disfrute de parte de su viaje, y no habría escuchado tocar a la orquesta, pero hubiera salvado la vida, y habría estado en posición de ayudar a otros a salvar la suya.
Y nosotros sabemos que nuestro Titanic se hundirá. Aún no hemos escuchado el estruendo del choque, aún no se percibe a simple vista que se está inclinando, aún no se ve el agua entrando a raudales. Todavía parece que este sistema es sólido. Parece que toda la fuerza está de su lado. La fuerza del dinero, la fuerza de las armas, la fuerza del poder, las cosas organizadas. Pero la verdad es que está muerto, y solo le falta desplomarse. El tema es si se desplomará sobre nosotros, o si lograremos quitar el cuerpo antes de que caiga.
Quitar el cuerpo significa construir un sistema alternativo, formar estructuras que sean coherentes con la nueva situación, y ponerles nuestra marca, inseminarles el gen de la sociedad que queremos, de la humanidad que queremos, y que ya aparece esbozada en la sensibilidad de esta nueva generación que esta motorizando el cambio. Formar estructuras paralelas de todo tipo: estructuras económicas, de producción, estructuras sociales, estructuras educativas, estructuras de relación, de relación con los demás y hasta de relación con uno mismo. Eso es lo que sobrevivirá cuando este sistema se desplome, y si estamos montados sobre esas estructuras, el monstruo no se desplomará sobre nosotros, no nos arrastrará en su caída.
Y aquí vamos con el segundo aspecto. Dejar este sistema (aunque reconozcamos que es estructuralmente monstruoso) produce vértigo, produce temor. Es lo que conocemos. Nos hemos criado en él. Para dejar este sistema, es necesario caer en cuenta de que ha fracasado, y que muchas de las cosas que nos daban seguridad han fracasado con él. Tendremos que cambiar las cosas en las que creemos. Tendremos que dejar de creer en este sistema, en sus valores, y empezar a depositar nuestra fe, nuestra confianza, en cosas que este sistema nos dice que son inciertas, que son inseguras, que son peligrosas. (El banco es seguro. El calcetín es peligroso. El supermercado es seguro. El huerto es incierto. Ser funcionario es seguro. Trabajar por cuenta propia es inseguro. La pensión es segura. La solidaridad social es un mito).
Pero, aunque experimentemos ese vértigo, lo saludable, lo coherente, lo único que tiene futuro, es ir cortando, en la medida de lo posible, los lazos con este sistema, e ir construyendo un nuevo sistema lo más rápidamente posible.
No es fácil. Este sistema nos tiene atrapados. Somos sus rehenes. Si cierro mi cuenta bancaria, no puedo pagar Internet, y tengo que perder medio día para pagar la luz, y me penalizan en la cuenta del móvil. Mi trabajo puede ser una basura, o no tanto, pero es gracias a él que como todos los días. Y quiero conservar…
No estamos diciendo que debería todo el mundo soltar todo inmediatamente. Estamos diciendo que progresivamente, paso a paso, lo más rápidamente posible deberíamos acelerar, reforzar, apoyar la construcción de ese nuevo sistema, armar cooperativas (de hecho más que de derecho) de producción, de consumo, de servicios, de crédito, economías alternativas, e ir montándonos en ese sistema, al mismo tiempo que vamos cortando los lazos, soltando los amarres, quitando los dedos de la trampa de este sistema que se cae.
No colaboración, desobediencia, rebelión, significa eso: hacerle el vacío a este sistema. No hay nada seguro en eso, pero dentro de él es seguro que no saldremos adelante, pues no cabemos en él.

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