Este artículo corresponde a la exposición que su autor, Héctor
Pojomovsky, ha hecho dentro del taller "Desobediencia y No Violencia"
dentro del Foro Social de Madrid. El taller ha sido coordinado por
Democracia Real Ya, Partido Humanista y Mundo sin Guerras y sin
Violencia, y ha tenido lugar el sábado 19, en el Retiro madrileño. El
FSM se ha desarrollado dentro del Mayo Global.
Pressenza, Madrid. Podríamos
no tener dudas acerca del valor moral de la desobediencia, de la no
colaboración, y de la objeción de conciencia a sostener con nuestras
acciones un sistema inhumano y deshumanizante.
Pero quisiéramos en este tramo, ver dos aspectos que rodean a esa convicción de trabajar por la causa justa.
Uno tiene que ver con la inevitabilidad de la fractura y desplome de
este sistema, cuyo valor central es el dinero, cuya forma de acción es
la posesión, y cuyo objetivo último es la acumulación incesante e
ilimitada. Esto me recuerda mucho a una definición del cáncer, en
biología, que lo describía como una reproducción anormal, velocísima e
imparable de un grupo de células. Esto es incorrecto. No es imparable.
En algún momento las células cancerosas habrán fagocitado todo lo
comible, y el organismo no podrá sostenerse más, y morirá, arrastrando a
la muerte a esas células cancerosas.
Este sistema no va a fracasar. Ya ha fracasado, y sólo nos falta
verlo desplomarse para creerlo. El desplome puede tardar, tal vez unos
años más, pero es tan inevitable como lo fue el desplome del bloque
soviético, evidente para algunos desde unos cuantos años antes, aunque
muchos se negaran a creerlo al ver una fachada sólida en apariencia. Y
ha fracasado, porque la “aldea global” es un sistema cerrado, y en poco
tiempo más sólo quedaran células cancerosas comiéndose unas a otras.
Así que éste es un tema: la inevitabilidad del desplome de este
sistema, nos guste o no, lo queramos o no, lo aceleremos o no. Este
sistema no es reparable. Su estructura es falseada, y no resiste la
aceleración a que se la somete, y esa aceleración no se detendrá, porque
es su razón de ser.
Ante esta inevitabilidad es bueno darle algunas vueltas a dos
términos, a dos conductas, a dos tipos de respuesta que pueden darse.
Estamos hablando de la forma en que un individuo, un grupo social, o un
conjunto social reaccionan ante los cambios inevitables.
Hay dos tipos de adaptación a los cambios: la adaptación creciente, y la adaptación decreciente.
Veamos primero la segunda: va por la vía de la “conservación”. Ante
los cambios, me aferro a las situaciones conocidas, me esfuerzo para que
los cambios me afecten lo menos posible, y trato de frenar en lo
posible esos cambios, para que no se me desbarate el mundo, para no
quedarme colgado de la brocha cuando desaparezca la escalera. Pero como
esos cambios no pueden ser detenidos, porque el sistema falla
estructuralmente, en algún momento ese “detenimiento” queda solamente en
mi cabeza, y yo no veo los cambios, y actúo como si nada sucediese.
Cuando el Titanic se hundía (cuenta la leyenda) la orquesta seguía
tocando, aunque el barco estaba escorando y el agua entraba ya en el
puente, para que los pasajeros experimentaran una sensación de
“normalidad”, de que nada estaba sucediendo que no fuera a acabar antes
del fin de la próxima pieza de baile. Eso es adaptación decreciente.
Mirar para otro lado. Hacer caso omiso de los cambios que,
inevitablemente, se van sucediendo alrededor.
Adaptación creciente, por otra parte, es mirar hacia el futuro, hacia
donde estos cambios nos conducen, y ponernos en situación de ir
anticipando ese futuro, y construyendo desde ya estructuras coherentes
con ese momento por venir.
Si un pasajero del Titanic hubiera sabido que era inevitable que el
barco chocara con un iceberg, en un acto de adaptación creciente hubiera
comenzado a desmontar la puerta de su camarote, y a rescatar las
estructuras de madera de su cama, y hubiera comenzado a construir una
balsa. Habría perdido la privacidad de su habitación, y el disfrute de
parte de su viaje, y no habría escuchado tocar a la orquesta, pero
hubiera salvado la vida, y habría estado en posición de ayudar a otros a
salvar la suya.
Y nosotros sabemos que nuestro Titanic se hundirá. Aún no hemos
escuchado el estruendo del choque, aún no se percibe a simple vista que
se está inclinando, aún no se ve el agua entrando a raudales. Todavía
parece que este sistema es sólido. Parece que toda la fuerza está de su
lado. La fuerza del dinero, la fuerza de las armas, la fuerza del poder,
las cosas organizadas. Pero la verdad es que está muerto, y solo le
falta desplomarse.
El tema es si se desplomará sobre nosotros, o si lograremos quitar el
cuerpo antes de que caiga.
Quitar el cuerpo significa construir un sistema alternativo, formar
estructuras que sean coherentes con la nueva situación, y ponerles
nuestra marca, inseminarles el gen de la sociedad que queremos, de la
humanidad que queremos, y que ya aparece esbozada en la sensibilidad de
esta nueva generación que esta motorizando el cambio. Formar estructuras
paralelas de todo tipo: estructuras económicas, de producción,
estructuras sociales, estructuras educativas, estructuras de relación,
de relación con los demás y hasta de relación con uno mismo. Eso es lo
que sobrevivirá cuando este sistema se desplome, y si estamos montados
sobre esas estructuras, el monstruo no se desplomará sobre nosotros, no
nos arrastrará en su caída.
Y aquí vamos con el segundo aspecto. Dejar este sistema (aunque
reconozcamos que es estructuralmente monstruoso) produce vértigo,
produce temor. Es lo que conocemos. Nos hemos criado en él. Para dejar
este sistema, es necesario caer en cuenta de que ha fracasado, y que
muchas de las cosas que nos daban seguridad han fracasado con él.
Tendremos que cambiar las cosas en las que creemos. Tendremos que dejar
de creer en este sistema, en sus valores, y empezar a depositar nuestra
fe, nuestra confianza, en cosas que este sistema nos dice que son
inciertas, que son inseguras, que son peligrosas. (El banco es seguro.
El calcetín es peligroso. El supermercado es seguro. El huerto es
incierto. Ser funcionario es seguro. Trabajar por cuenta propia es
inseguro. La pensión es segura. La solidaridad social es un mito).
Pero, aunque experimentemos ese vértigo, lo saludable, lo coherente,
lo único que tiene futuro, es ir cortando, en la medida de lo posible,
los lazos con este sistema, e ir construyendo un nuevo sistema lo más
rápidamente posible.
No es fácil. Este sistema nos tiene atrapados. Somos sus rehenes. Si
cierro mi cuenta bancaria, no puedo pagar Internet, y tengo que perder
medio día para pagar la luz, y me penalizan en la cuenta del móvil. Mi
trabajo puede ser una basura, o no tanto, pero es gracias a él que como
todos los días. Y quiero conservar…
No estamos diciendo que debería todo el mundo soltar todo
inmediatamente. Estamos diciendo que progresivamente, paso a paso, lo
más rápidamente posible deberíamos acelerar, reforzar, apoyar la
construcción de ese nuevo sistema, armar cooperativas (de hecho más que
de derecho) de producción, de consumo, de servicios, de crédito,
economías alternativas, e ir montándonos en ese sistema, al mismo tiempo
que vamos cortando los lazos, soltando los amarres, quitando los dedos
de la trampa de este sistema que se cae.
No colaboración, desobediencia, rebelión, significa eso: hacerle el
vacío a este sistema. No hay nada seguro en eso, pero dentro de él es
seguro que no saldremos adelante, pues no cabemos en él.
lunes, 21 de mayo de 2012
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