"¿En qué bando hubieras comprometido tu opinión? Tanto del lado de los
puros como del lado de los réprobos, hubieras enzarzado sólo tu torpeza.”
Silo, "Humanizar la Tierra", Virtual Ediciones, Santiago de Chile.
Publicamos esta columna de opinión respecto al conflicto en Siria y más
ampliamente en relación con el conflicto regional en Medio Oriente.
Por Javier Tolcachier (foto)
Pressenza. Respecto al conflicto en Siria y más ampliamente, en relación con el
conflicto regional en Medio Oriente, desde un punto de vista histórico,
analizado en un ciclo temporal amplio, es necesario considerar lo siguiente:
Luego de la batalla de Zama (202 antes del año 0 en el calendario
gregoriano), hacia el fin de la segunda guerra Púnica, Roma queda como
potencia fuerte en el Mediterráneo, procediendo a desplazar y eliminar a su
polo rival Cartago (colonia fenicia situada en el actual territorio de Túnez).
Dos siglos después, Augusto anexaría Egipto al Imperio, luego de la alianza
del César con Cleopatra en el estertor de una debilitada dinastía tolemaica
(sucesora del imperio alejandrino y la influencia helenística). De esta
manera, el dominio romano en el Norte de África sería total.
Por otra parte, en Persia, los Sasánidas edificarían ya entrado el siglo III un
nuevo centro de poder, rivalizando a partir de allí con Roma, quien poco
tiempo después se convertiría en portadora de la fe cristiana.
La rápida expansión del Islam en el Norte de África y el Medio Oriente se
explica precisamente por la decadencia y el debilitamiento producido por el
enfrentamiento mandórlico entre los romanos y los iranios. Es fácil
comprender la adhesión a la fe mahometana de los pueblos del área como
una liberación de ambos centros de poder.
Este rasante crecimiento y la lucha por dirimir sucesiones de poder,
producirá a su vez – prácticamente en los inicios - facciones difícilmente
reconciliables dentro del incipiente mundo islámico. Los chiítas, partidarios
del califato de Alí, serán relegados a una situación minoritaria por la
mayoría sunnita, en la que abrevarán las dinastías Omeya (cuya capital
será Damasco) y Abbásida (con capital en Bagdad). De aquel primer
cisma (en realidad triple con una tercer facción jariyí, hoy poco
representada), derivará una permanente tensión en el mundo musulmán
que hoy sigue operando.
La expansión islámica amenaza luego a Occidente por el Oeste con el
avance árabe sobre la península ibérica, (producto del cambio dinástico
califal) llegando la misma amenaza por el Oriente tiempo después, con la
caída del imperio bizantino en el siglo XVI y la penetración del imperio
Otomano en Europa Central.
Los intentos de reconquistar influencia en zona musulmana (árabe y
persa)
resultan infructuosos para el Occidente cristiano hasta el período
colonialista, con la expansión de los imperios europeos (en particular
el
británico y francés). El dominio es económico, político y militar, pero
no consigue remover la base de creencias de los pueblos sojuzgados.
Nuevamente el debilitamiento imperial, profundizado a través de las dos
guerras mundiales, permite a partir de mediados del siglo XX la aparición
de países independientes en el área. De esta época data una fuerte
impronta nacionalista que se manifestará con fuerza en la región. Allí
surgen los líderes y los partidos nacionalistas (como el Baath en Siria e
Irak, el nasserismo egipcio o Burguiba en Túnez) que luego gobernarán
represivamente a los pueblos del área. La monarquía iraní pro-occidental
caerá unas décadas después a manos de la revolución islámica, quedando
en pie monarquías aliadas con Occidente en Marruecos, Arabia Saudita y los
países del Golfo.
Arabia Saudita, cuyo nombre está íntimamente ligado a la dinastía
fundadora y aún gobernante, la casa de Saúd, surge entroncada con la
prédica salafista (también denominada wahhabista), que constituye una
variante militante de reforma restauradora, recalcando los valores
conservadores de la Sunná y la escuela hanbalí. A través de su poderío
económico, los saudíes exportan y pretenden la prevalencia de esta
interpretación ortodoxa en el Islam frente a lo que consideran
prácticamente una herejía chiíta, que encuentra en el Irán a su principal
representante.
Las revueltas en el mundo árabe pueden ser a su vez comprendidas como
parte del proceso de desestructuración de férreos y represivos Estados
nacionales, como apertura a un nuevo momento. Pero constituyen al mismo
tiempo, desde un punto de vista metahistórico una coyuntura bienvenida
por Occidente para intentar recuperar la potestad perdida sobre la región
desde hace ya casi 1400 años.
Desde un punto de vista geopolítico, en una mirada circunscripta a tiempos
más cortos, está claro que en esa desestructuración, el panarabismo y la
búsqueda de mayores libertades cede ante las nuevas corrientes islamistas
de diverso cuño, como se manifiesta en Egipto y Túnez en los avances
electorales de fuerzas islámicas con importante estructuración e inserción
social como la Hermandad Musulmana, fenómeno que se había ya
manifestado de manera similar en Argelia y en Turquía (donde fue
necesario proscribir partidos de ese corte y anular elecciones). Lo mismo en
Gaza con el triunfo de Hamas y la decadencia del nacionalismo de izquierda
de Al Fatah. Esto augura el reforzamiento del signo islámico a nivel
regional, hecho que no es visto con beneplácito por el Occidente cristiano,
que a su vez también es parte del generalizado recrudecimiento de la
polarización religiosa.
Políticamente, los levantamientos desestabilizan en el área a las
monarquías sauditas, hachemitas, alauíes y por supuesto a los
descendientes de las tribus de Judá e Israel. Para evitar esta
desestabilización y la hegemonía chiíta en la región, se consuma una
alianza de intereses entre EEUU, Israel y las monarquías conservadoras del
Golfo Pérsico, lideradas por Arabia Saudita.
Localmente el conflicto agudiza las fronteras entre las distintas minorías y mayorías dentro y entre los credos.
A nivel mundial, EEUU y sus dependientes aliados europeos, envueltos
a su vez en la contradicción del sistema que promueven, rechazan la
constitución de este bloque contrario a sus intereses y valores, que
se sumaría al ya complejo multilateralismo creciente. Por ello invaden
territorios en el área, desplazan gobiernos e intenta socavar por todos los
medios posibles la constitución de este eje regional independiente de su
esfera de dominio.
Resumiendo: estamos ante un escenario de reordenamiento mundial en
términos de regionalización y multipolaridad.
Mientras los pueblos intentan en varios lugares del mundo árabe sacudirse
la férula dictatorial de gobiernos surgidos en la era postcolonial, los
sucesores de Roma (el Águila norteamericana y sus aliados occidentales) se
resisten a perder el papel unipolar que creen ha sido reservado para ellos,
insistiendo en el neocolonialismo.
A su vez, se posicionan en esta lucha facciones enfrentadas en el mundo
islámico, pretendiendo prevalecer en el tablero de poder regional.
Ante este escenario complejo y manipulado informativamente por la prensa,
opinamos desde nuestra subjetividad humanista:
Saludamos el clamor de los pueblos árabes que pugnan por sacudirse todo
yugo heredado de la etapa postcolonial y perpetuador de un mismo sistema
de signo antihumanista que impide un ejercicio pleno de las libertades
políticas y el acceso al bienestar esencial de las poblaciones.
Al mismo tiempo, condenamos enfáticamente el aprovechamiento inmoral
de la inestabilidad social por parte de los EEUU y sus aliados con el objeto
de mantener o aumentar su influencia imperialista.
Aún cuando entendemos que la crítica de los distintos bandos en pugna
pudiera ser vista como debilitamiento objetivo de la causa anti-imperialista,
nos parece que la verdadera solidaridad no parte del alineamiento con
ninguno de los violentos bandos, sino de una mirada que pretende impulsar
un futuro donde la no violencia surge como superación de posturas
anteriores.
Rechazamos la guerra bajo cualquier pretexto y manifestamos que deben
cesar las maniobras de inteligencia en curso, que, aprovechando viejas
heridas históricas, promueven el enfrentamiento entre hermanos.
Proclamamos la necesidad de terminar con la venta de armas en la región –
de la que obtienen suculentos beneficios económicos Rusia, EEUU, Francia,
Gran Bretaña y otros exportadores de armamento. ¡Basta de lucrar con la
muerte y el dolor humano!
Proponemos establecer una zona libre de armas nucleares en todo el
Medio
Oriente, incluyendo por supuesto a Israel, promoviendo el intercambio de
inspectores entre los países involucrados, a fin de verificar
plenamente este
acuerdo y lograr confianza creciente.
Creemos importante desactivar a las facciones intolerantes en cada uno
de los países de la región, mediante el reconocimiento internacional y
diplomático pleno de Israel y Palestina, como expresión de una nueva
cultura de convivencia y complementación.
EEUU debe desmantelar sus bases, retirar sus tropas y barcos de la
región. Al mismo tiempo, la comunidad internacional debe decidirse a
impulsar el desarme nuclear total y la reducción progresiva y proporcional
de material bélico como objetivo inmediato y prioritario.
El género Humano debe ponerse en pie y reclamar su derecho a vivir en Paz
y sin Violencia.
jueves, 31 de mayo de 2012
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