lunes, 31 de enero de 2011
TÚNEZ: LA OLA DE LA LIBERTAD.
Para intimidar a los defensores de la democracia, los regímenes autoritarios árabes siempre advirtieron que la revolución conduciría al fundamentalismo. Sin embargo, hasta el momento los musulmanes radicales no han desempeñado ningún papel en Túnez. El espectacular derrocamiento del regimen dictatorial de Ben Ali en Túnez, ha sacudido al mundo árabe y sus inmediaciones.
Pressenza International Press Agency, Túnez. Nadie pudo imaginarse que el Gobierno de Ben Ali, antiguo director general de seguridad en su país y Presidente durante 23 años, se derrumbara tan rápidamente como ocurrió.
Las reacciones inmediatas de los debilitados regímenes autoritarios árabes y su pueblo largamente oprimido, ofrecían un fuerte contraste. Para los frustrados, desempleados y empobrecidos jóvenes citadinos de países árabes, la Revolución de los Jazmines liberó un huracán de esperanza e inspiró una nueva efervescencia en pro de cambios tan necesarios.
Decenas de miles de personas salieron a las calles en casi todas las capitales árabes a expresar su apoyo a la revolución tunecina, o a tratar de derrocar a sus propios dictadores. Una nueva energizada sociedad civil se ha armado de un nuevo coraje para desafiar la autoridad absoluta de los gobiernos. Para los senescentes regímenes árabes, se trató de un alarmante momento de la verdad. El cambio es inevitable y llegará tarde o temprano.
Medidas provisorias
Muchos países árabes se apresuraron a tomar medidas provisorias. Se ha autorizado a los manifestantes a expresarse, se han hecho rápidas concesiones económicas y se ha puesto en funcionamiento un dispositivo preventivo de seguridad para controlar la situación. Pero no se espera que este control dure demasiado.
Sin embargo, tampoco parece realista esperar un efecto dominó que ponga fin a los estancados Gobiernos árabes dentro de los próximos meses o semanas. Hay obstáculos enormes, tanto locales como regionales e internacionales, para un cambio tan rápido en la región
Muro de Berlín
Lo que pasó en Túnez puede compararse perfectamente con la huelga del sindicato Solidaridad, en Danzig, Polonia, que inició un proceso de una década que culminó con el desmoronamiento del sistema comunista, con la abrupta y dramática caída del Muro de Berlín.
El aspecto más significativo de la revolución tunecina es que los islamistas no desempeñaron un papel preponderante en fomentar y liderar el alzamiento popular, ni esperan ocupar una posición de mayor influencia en el futuro cercano. Esto a pesar del hecho de que el ex presidente Ben Ali consiguió beneficiarse durante 20 años del temor de Occidente, advirtiendo que la única alternativa a su régimen corrupto era un gobierno fundamentalista islámico.
Transición fluida
El legado de 55 años de riguroso secularismo no deja mayor lugar para el despertar del fundamentalismo islámico en el muy occidentalizado Túnez. Una economía relativamente sana (a pesar de la enorme corrupción de la familia Ben Ali), un movimiento de trabajadores bien organizado y un Ejército pequeño, profesional y no politizado, han contribuido a que se produjera una transición fluida.
El caso sería muy diferente en otros países árabes clave como Egipto y Siria. Cualquier movimiento rebelde que provoque la caída de regímenes despóticos en esos dos países, transformará a los Hermanos Musulmanes en la alternativa más probable, pues constituye el grupo político más activo y mejor organizado. También las vastas reservas de petróleo hacen más estables, por el momento, a los Gobiernos paternalistas semi-islámicos, de los países del Golfo.
Temor a los islamistas
La lección más importante que deja la revolución tunecina, tanto para árabes como para Occidente, es que el resistirse a los cambios por miedo al islamismo solamente sirve para dar ánimos a los más radicales y fomentar el caos y la violencia. El papel decisivo jugado por los medios tradicionales en la Revolución de los Jazmines es una prueba irrebatible de que existe un límite para la inhibición, el aislamiento y darle la espalda al resto del mundo, y que la modernidad no es una opción que el mundo árabe simplemente pueda ignorar.
Inevitable
Décadas de estancamiento social, político y cultural han erosionado definitivamente la legitimidad tanto de las dictaduras tradicionales como seculares de los países árabes.
En el Medio Oriente existe una generalizada creencia de que Occidente está protegiendo y manteniendo regímenes dictatoriales en la región. Sea esto cierto o no, es indudable que va en interés de Occidente tomar un papel activo en el trabajo conjunto con los países árabes para diseñar una ruta común para la ola inevitable de la historia: la ola de la libertad.
Fuente: Radio Nederland.
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