En Más allá del pueblo. Imágenes, indicios y políticas del cine,
el ensayista, editor e investigador Gonzalo Aguilar reúne una serie de
escritos que revisan la articulación entre esa práctica y las culturas
populares, fundamentalmente en América Latina y particularmente en la
Argentina, desde la cual deduce una política (en el sentido específico y
amplio) que ha encontrado en la producción audiovisual de fines y
principios de milenio un nuevo modo de hacerse y de decir.
El libro, publicado por la editorial Fondo de Cultura Económica,
podría resultar un complemento de la tarea del autor (y otros colegas)
de la colección de literatura brasileña que edita en la editorial Corregidor.
Aguilar nació en Buenos Aires en 1964. Es profesor de Literatura
Brasileña y Portuguesa en la Universidad de Buenos Aires (UBA),
investigador del Conicet y director de maestría de Literaturas de
América Latina en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). En 2005
recibió la Beca Guggenheim.
Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
T : ¿Cómo sería estar (o ir) más allá del pueblo? ¿Por qué
pueblo (también Alain Badiou usa esa palabra), en lugar de sociedad, o
sociedad civil?
GA : En la tradición latinoamericana, el concepto de pueblo tiene muchísimas connotaciones que el término sociedad civil
no tiene. Justamente, sociedad civil remite a una separación de la
sociedad con el Estado que acá históricamente fue secundaria en relación
con la noción de pueblo. El pueblo es el gran mito latinoamericano y el
cine se ha mezclado con él de diversas maneras. Lo que Ángel Rama
llamó, a propósito de García Márquez, la inmersión gozosa en el pueblo.
De todos modos, lo que yo trato de mostrar en el libro, es que el
concepto de pueblo –en la tradición argentina y latinoamericana– tiene
una serie de características (homogeneidad, sujeto de cambio,
subalternidad, nación, organicidad) que ya no encuentran su realización
en ese concepto. Aparecen otras instancias (multitud, minorías,
políticas de género, cultura del espectáculo) que nos llevan a pensar
sobre otros conceptos para pensar la política en el cine y también fuera
de él. De hecho, la palabra pueblo está casi ausente del léxico político actual, aunque sí aparece mucho el atributo popular.
La disputa es hoy más sobre el atributo de lo popular que sobre la
sustancia pueblo y la novedad es que el término popular también puede
ser usado para la cultura del espectáculo (algo que no sucede con el
término pueblo). Hay nuevos modos de agrupación que son los que trato de
estudiar en mi libro.
T : Destacás el retorno de lo real, que creo, podría pensarse para el cine y la literatura, quizá más que para las artes plásticas (no lo sé). ¿A qué real te referís, y en cualquier caso, dónde estuvo?
A : En mi anterior libro Otros mundos (Un ensayo sobre el nuevo cine argentino) demuestro la conveniencia estratégica de utilizar la denominación nuevo cine argentino
y lo explico como un fenómeno no estrictamente estético sino
transversal. Una de las características de esas películas fue que
acabaron con las historias alegóricas (la idea dominante de los 80:
bajar línea y construir relatos de identidad) para abrirse a los
indicios. Por indicios entiendo el registro que se produce en el medio
tecnológico audiovisual, en la huella que dejan los objetos y que no
solo inspiran relatos más abiertos sino que limitan la intención del
autor: ya no son los directores los que bajan líneas con sus películas,
sino que los espectadores tienen que interpretar lo que está en las
películas.
Esa apertura el indicio viene con el retorno de lo real. Donde
mejor se ve este retorno es en el cine documental que utiliza las
innovaciones tecnológicas para mezclarse con la vida diaria. Sin
embargo, estas transformaciones también se ven en el cine ficcional que
usa mucho el registro documental. En varios casos, algunas películas ni
siquiera responden a estas divisiones, pienso en las de Lisandro Alonso o
Albertina Carri. Esto me llevó a cuestionar la importancia del concepto
de puesta en escena en la crítica de cine y plantear la
relación entre imagen y vida, el modo en que estamos inmersos en las
imágenes y la crítica nos puede ayudar a tratar con ellas.
T : Llama la atención cómo volvés sobre Godard y
Glauber Rocha, y cómo sobre Caetano Veloso y Gilberto Gil, entre otros.
Pregunto: ¿por qué razón esa movida, que no sólo estuvo bancada por el
tropicalismo, en la Argentina no existe y se sigue premiando el
naturalismo, al menos ahora, de Pablo Trapero?
A : No estoy muy de acuerdo con la descripción que hacés del cine de Pablo Trapero, aunque tenga mis reservas con El elefante blanco,
tal como lo pongo en el libro. De todos modos, creo entender hacia
dónde va tu pregunta. Si pudiera hacer una diferencia muy sintética y un
poco esquemática, te diría que mientras en Brasil la relación con la
cultura popular se articula a través de la música, en la Argentina se
hace a través de la letra y la literatura. El cine argentino no siempre
pudo salir airoso de esta relación y todavía se siguen haciendo
adaptaciones de textos literarios de grandes escritores con resultados
muy pobres. Una de las cosas interesantes del nuevo cine argentino es
que dejó de lado los textos literarios al menos en su primera etapa.
Esto no quiere decir que no haya directores con una impronta literaria
(Campusano es el mejor ejemplo, ya que narra como un realista
decimonónico del conurbano) pero hay una separación deliberada de una
tradición de excelencia pero muy pesada cuando se la quiere trasladar al
cine.
T : El cine, la literatura, la política, en
Brasil, viven tensionados por la diferencia de clases, jerarquías, modos
de producción, legalidades que no sólo producen efectos en esas
prácticas sino en las subjetividades. Puede palparse una diferencia,
política, que acá parece vacante. ¿Cuál es tu opinión?
A : Las diferencias entre Brasil y la Argentina son
muchísimas pero me rehúso a verlas en un sentido de positivo / negativo
(lo que sucede por lo general es que los argentinos admiran lo que
sucede en Brasil y los brasileños lo que sucede acá). La sociedad
brasileña es muy elitista y en ella todavía se ve la herencia de lo que
fue una sociedad esclavista. Pero la fuerza que tuvo –por razones
históricas– el campo intelectual, pese a su elitismo, hizo lo que era
previsible: la alianza entre sectores intelecuales muy sofisticados
(pienso en Sergio Buarque de Holanda, Antonio Candido, Darcy Ribeiro) y
los sectores populares. De esa alianza surge el PT. El crecimiento del
PT (y también de su opositor), cambiaron la escena política brasileña,
que se volvió mucho más interesante a partir de los 90 (los 80 son muy
pobres políticamente si se lo compara con lo que pasó acá).
Argentina, en cambio, tiene la marca del peronismo que exige otro punto
de vista, ya que es un fenómeno de larga duración que está muy presente
en nuestra vida cotidiana (en Brasil, en cambio, nadie invoca a Getulio
Vargas para legitimar una acción política, ni siquiera como fuente de
autoridad). Por eso acá las diferencias se procesan de otra manera y de
eso me encargo en dos ensayos del libro: uno sobre Nazareno Cruz y el lobo, de Leonardo Favio, y una crítica del populismo sobre todo en su vertiente racional (lo que Laclau llama razón populista).
Analizo la capacidad del populismo para captar el factor afectivo. En
el ensayo sobre los documentales acerca de Néstor Kirchner, trato de
desmontar el relato épico y exhibir sus debilidades.
T : El cine argentino ¿salió de la propedéutica pedagógica que infectó las representaciones canónicas, populares, a pesar de tener un público de los más cultos de América Latina?
A : Fue tan fuerte la salida del cine argentino de eso que denominás propedéutica pedagógica,
que ni siquiera estos doce años de gobierno kirchnerista –cuyas marcas
son muy visibles en diversos ámbitos de la cultura y el arte– han podido
torcer su curso. Como siempre y como es habitual el Estado financia el
cine en nuestro país, sin embargo –pese a que hubo intentos, como los
documentales sobre Kirchner que analizo en el libro– la épica no
encontró ninguna correspondencia audiovisual. Más bien, lo que sucede es
lo contrario. Este año se estrenaron una serie de films que muestran
cómo el cine se mantuvo al margen del relato épico o apologético que se
quiso impulsar desde los medios. La patota de Santiago Mitre
enfoca las diferencias sociales y muestra la violencia en el cuerpo
femenino que se politizó mucho en el curso de este año sobre todo con la
marcha, Ni una menos. Relatos salvajes es un film sobre la ira
como núcleo de la vida cotidiana y un factor con el que la política
choca permanentemente, sea desde las acciones estatales como desde las
justificaciones ideológicas. Finalmente, El clan de Pablo
Trapero hace una reivindicación muy oportuna de Alfonsín y de su lucha
por los derechos humanos y arroja un claroscuro sobre la figura de Perón
que el maniqueísmo de estos últimos tiempos no nos ha permitido
pensar.
Fuente: Télam
domingo, 6 de septiembre de 2015
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