por Luis Felipe García
Llega a su fin ciclo de conversatorios organizado por el colectivo
Emergencia Humanista durante el cual se dieron numerosos encuentros, a
saber; entre generaciones de humanistas, entre militantes y
simpatizantes del partido, entre organismos e iniciativas del Movimiento
que los cobija a todos, y todo, en una atmósfera de diversidad
convergente.
Pressenza, Santiago de Chile. La Casa Naranja, ubicada en la calle Condell de Providencia, es el
nuevo hogar del Partido Humanista desde hace unos pocos meses. De un
estilo algo señorial por fuera, lleva a imaginar que por dentro uno se
encontrará con oficinas modernas, salas de espera con muebles
estandarizados de vidrio reluciente y recepcionistas de sobrios trajes
deambulando entre equipos informáticos sofisticados.
Lo imaginado contrasta con la percepción, desde la entrada, de un
espacio que claramente aún está en instalación, en el que no hay 2
muebles iguales y en el que abundan las sillas para sentarse y los
saludos acogedores de jóvenes, muy jóvenes y no tan jóvenes que, muy
activos, conversan, teclean, leen de pie junto a un muro, trasladan
objetos, se abrazan y te abrazan. Tampoco hay dos iguales. Es el lugar
de lo no-estandarización.
Al recorrer la casa, la impresión de diversidad se amplía aún más. Una
habitación con sendos escritorios y computadores que podría pasar por
una oficina de contabilidad. ¿Allí se cumplirán los trámites odiosos y
exigentemente burocrático-administrativos que la ley de partidos
políticos firmada y respaldada por Pinochet, Aylwin, Frei, Bachelet y
Piñera requiere a cualquier grupo de ciudadanos que tenga sueños de un
país mejor?
En otra pieza, un amplia mesa tipo directorio hace pensar en las
conferencias de prensa que esos soñadores organizan, sabiendo de
antemano que los medios de prensa serios y respetables no vendrán porque
se trata de un partido que, a pesar de contar con miles de militantes,
no tiene “representación parlamentaria”. Y así, pasamos de una pieza
llena de muebles que los voluntarios aún no colocan en su sitio, hasta
otra repleta de atriles y marcos de madera de alguna elección anterior
que aún servirán para clavarles los afiches de la próxima, atravesando
un pasillo cuyos muros esperan la pintura que les está destinada.
Los contratistas de tal remodelación son los mismos militantes que
aprovechan sus findes y las horas libres para clavar, pintar, detenerse a
conversar, ordenar, atender a los candidatos a las municipales,
escribir un comunicado de prensa y cambiar las tablas del piso. No hay
recursos y tampoco hay jefes. Hay camaradería y horizontalidad, como en
la Puerta del Sol de Madrid o la de Tahrir en El Cairo.
Alguien con pantalones de origen altiplánico intercambia con alguien
en jeans y polera mientras se acerca otro alguien de parka oscura y
pantalones de vestir. Se alcanza a escuchar -“...yo aún no soy del partido, pero me conecto con esta onda de la emergencia, que tiene que ver con lo que siento”.
Mi presencia interrumpe el diálogo y se me regalan de inmediato 3
abrazos más que suman a los varios que ya he recibido desde que crucé el
umbral.
Una pequeña mesa arrinconada llena de tazas, cucharitas y recipientes
con café, té y azúcar, sin nadie que la cuide, se me ofrece como una
caliente pausa entre los abrazos y un lugar desde el que puedo tener una
perspectiva general de toda la diversidad e historicidad que llena la
sala.
El Partido Humanista es el primer partido que se creó en Chile
durante la dictadura militar y bajo sus propias leyes. Quienes lo
pusieron en marcha, fueron de los primeros en salir a las calles aún
bajo las brutales formas de represión que se aplicaban a quienes osaban
manifestar su desacuerdo con el régimen autoritario y los mismos que
-siempre bajo la amenaza de las fuerzas de orden- juntaron medio millón
de firmas en los centros urbanos, a favor del cese de la hostilidad con
Argentina que casi nos sumió a todos en una estúpida guerra fraticida.
Los humanistas, ya como partido legalizado, estuvieron en la génesis de
la Alianza Democrática y de todos los intentos que se hicieron hasta
llegar a la formación de la Concertación. Humanista fue Laura Rodríguez,
la que explicó el “Virus de Altura” que afecta a los elegidos por la
gente y cuya Fundación entrega el Premio a la Coherencia a los chilenos
que lo merecen (creo que está vacante desde el último que se le entregó a
los pingüinos-secundarios). Los humanistas fueron los únicos en salirse
del conglomerado y del gobierno conjunto cuando éste comenzó a derivar
hacia posturas reñidas con sus principios fundacionales y a traicionar
la confianza que la ciudadanía le endosó para que procediera a la
recuperación de la plena democracia.
Hoy, mientras están en pleno proceso de renovación de las autoridades
partidarias como la ley y sus estatutos les obligan, se dan el tiempo
para organizar un ciclo de conversaciones al que me han invitado como
antiguo combatiente del Poder Joven.
También estaba invitada Pía Figueroa, y entre ambos, tratamos de unir
dos momentos históricos que son gemelos en cuanto a dinámica social. El
inicio de los setenta con el despertón del 2011. Fechas que el
calendario separa con el transcurrir de 40 años pero que las une el
mismo sentimiento y un idéntico propósito: Cambiarlo todo.
La sintonía es total. Los años desaparecen. Todos compartimos la
misma edad, la edad de la desilusión que describe Ortega y que aparece
en la fase de declinación de una civilización, en la que prima la
emoción. Esa emoción que ya no quiere ideas ni proclamas sino sentirse
de cierta manera. En los 70, coincidimos con Pía, sentíamos la urgencia
de vivir algo grandioso, algo que nos liberara de la chatura y la
asfixia de una sociedad de viejos y para viejos; estudiar, trabajar,
casarse, tener hijos, sacar a pasear al perro y morirse. En los 2010, la
asfixia evolucionó hasta el sentimiento de opresión cotidiana. Son las
mismas ganas de cambiarlo todo pero ahora, la urgencia hace que ya no
hay ganas ni de discutir, ni menos de votar. El motor profundo es el de
darle o encontrarle un sentido a la vida.
Ese es el propósito y el afán cotidiano. Desde aquellas décadas del
siglo pasado hasta ahora, las vidas de los humanistas se organizan en
torno a 2 pilares: la transformación personal y el cambio social.
Los 7 conversatorios sostenidos en la Casa Naranja de calle Condell
buscaban eso, encontrar el hilo de la vida. No las diferencias sino lo
que une. No lo mejor o lo peor sino lo común, lo humano. Por eso se
habló de educación, de arte, de medio ambiente, de acción social, de
coherencia, de lucha política, de espiritualidad. Temas tan variados
como la compositiva de quienes aportan a esa atmósfera convergente que
vivimos el sábado al atardecer.
Quedamos todos invitados para el sábado próximo, el 9 de junio, al conversatorio de clausura del ciclo. ¡Ahí nos vemos!
Y por ahora, nos despedimos con el antiguo saludo de los miembros del Poder Joven que Pía recordó: ”Paz es Fuerza, en el espíritu de la Revolución Total”
martes, 5 de junio de 2012
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