Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez – ALAI
Fuente: Pressenza
Toda realidad humana, tiene causas, conflictos y consecuencias y los
hechos se sitúan en un entorno y momento concretos que obligan a leer lo
que ocurre en medio de los estratégicos juegos de polarización creados
para dividir y debilitar, para imponer odios y eliminar historias
comunes. La otra América, la Bolivariana, padece una brutal arremetida
del capital para ponerla en indefensión y completar el programa de
colonización en marcha. Colombia, Venezuela y Ecuador, representan una
parte de esta realidad conjunta, son tres pequeñas naciones, no en el
concepto cuantitativo, si no en su situación, en su destino común
forjado en el marco de la patria grande de Bolívar que nació en Caracas,
luchó en el Sur, murió en Colombia y su legado es la otra América, la
de asombrosos paisajes y biodiversidades, la de países independizados en
cruentas batallas, la de 400 lenguas propias y cientos de pueblos
originarios que resisten como pueblos y de los territorios con la
riqueza mineral más extensa y valiosa del planeta. Las tres naciones
hermanas tienen en común también las aguas dulces más caudalosas de la
tierra que corren bajo nieves perpetuas y altas montañas a cuya sombra
se extienden complejos mestizajes, razas y costumbres, culturas y
cosmovisiones.
Son naciones empobrecidas por el salvajismo del capital que trazó con
su espada las nuevas fronteras a imagen y semejanza de las rutas del
despojo y organiza las crisis para profundizar las fisuras que dividen y
permiten quedarse con el botín. Los ríos que unían pueblos y culturas
son usados como muros que aíslan y las lenguas que multiplicaban las
voces son cortadas para silenciar su resistencia. Las tres pequeñas
naciones conforman una familia con obligaciones múltiples y sus gentes
que antes podían transitar por Caracas, Bogotá o Quito por hacer parte
de una misma historia, de una misma cultura plural y heterogénea y de un
modo de ser latino de la patria grande, ahora son vistas con recelo,
con rabia y no falta quien acuse una traición por haber nacido a un lado
y cantar el himno del otro lado. Las cosas cambiaron paulatinamente,
las cambiaron las estrategias de los financistas globales con fórmulas
geoestratégicas de colonización, cuyas consecuencias reiteradas muestran
un S.XXI de migrantes, refugiados, exiliados, éxodos saltando muros de
sur a norte y sur a sur buscando las oportunidades negadas en sus
países.
A las tres hermanas les inocularon odios, xenofobias, pasiones de
guerra que usa la clase en el poder para obtener réditos y votos y las
mafias para cambiar de lado las mercancías y pasar las ganancias de
ilegales a legales. Colombia cambió su filiación de estado hermano al
inclinarse ante el norte depredador y abandonar la construcción
colectiva de su destino propio. La desmembración de Panamá alentó
conflictos por el territorio y la soberanía que reviven periódicamente
las hermanas. En el S.XXI mientras Ecuador ejerciendo su soberanía
expulsó una base militar ajena, Uribe castigó a sus hermanas imponiendo
la creación de 7 nuevas y potentes bases militares para vigilarlas,
espiarlas e intimidarlas. Venezuela devolvió a la nación sus recursos
petroleros y Colombia en cambio ratificó su entrega a transnacionales a
las que también entregó miles de licencias -patentes de corso- para
explotar sin interferencia la riqueza mineral que rompe las fronteras y
guarda la memoria de la conquista que asesinó a pueblos enteros de la
otra américa.
Cambiaron las cosas entre las tres hermanas y cambiaron las formas de
relacionarse, decirse lo que sienten, hablarse con franqueza. Cambiaron
las éticas, las estéticas, la política, los discursos, las
solidaridades. Los pueblos hermanos son alentados a enemistarse,
maltratarse, matarse. Los cálculos indican que hay cerca de medio millón
de gentes colombianas en territorio Ecuatoriano, que llegaron huyendo
de la guerra o a quienes se les fabricó una guerra para desterrarlos,
pocos se van por el placer de vivir otra cultura, la mayoría llega
expulsada, excluida, amenazada, están allí por la acción de la política y
los mercados traducidos en expulsión y muerte. Igual ha ocurrido con
las migraciones a Venezuela a donde las cifras anuncian entre 5 y 6
millones de gentes colombianas de varias generaciones acogidas, muchos
con doble nacionalidad, la mayoría víctimas de la sistemática exclusión y
guerra, muchos llegaron huyendo, unos aprovecharon la hermandad para
forjar allí su destino, otros porque no encontraron lugar en los
colapsados cordones de miseria de las ciudades colombianas y la mayoría
buscando las oportunidades para vivir con dignidad y acceder a bienes
básicos que en su territorio no encontraron. Algunos fueron arrastrados
por los intercambios desiguales aprovechados para acaparar, revender y
ganar dinero legal o ilegal a costa de las necesidades de una población
común atravesada por las consecuencias catastróficas que deja el modelo
global del capital. Otros llegaron con planes de guerra y objetivos
concretos, dispuestos a conformar ejércitos, fomentar los odios y hacer
del terror una política.
Lo común a los migrantes de las tres hermanas, incluidos los más de
tres millones de colombianos en otros países, es que salieron del país
en busca de un refugio para escapar a las cruentas guerras del hambre,
el destierro, la exclusión y el conflicto armado que modelan nuevas
realidades de desarraigo y otras violencias que destrozan la
solidaridad. Nadie que huye es ilegal, como tampoco ningún derecho
humano puede ser una prebenda que concedan a voluntad los gobernantes.
Las tres hermanas tienen en común la necesidad de completar sus
conquistas por soberanía y territorio y la mayor violación en que
incurren los estados es impedir que las hermanas permanezcan unidas. La
tarea diplomática de esta coyuntura, varias veces repetida, es juntar
para derrotar a las mafias incrustadas en la democracia formal y evitar
el fomento a los valores de la guerra, menos ahora que los anhelos de
paz y el fin de la guerra alientan a los pueblos hermanos.
lunes, 31 de agosto de 2015
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