Por Fernando Dorado
Fuente: Pressenza
Lo que está ocurriendo en Ecuador es el más perfecto medidor de la
evolución de los denominados “procesos de cambio” de América Latina,
especialmente de Sudamérica. Nos sirve, así mismo, para entender la
situación que viven los gobiernos de Maduro y Rousseff, y avizorar lo
que puede suceder en Bolivia, Argentina, Uruguay y Chile. Pero también
es un referente para países como México, Colombia, Perú, Paraguay, El
Salvador y otros.
Ello es así porque en Ecuador es donde la derrota de la oligarquía
tradicional y el ascenso al gobierno de la denominada “revolución
ciudadana” encabezada por el actual presidente Rafael Correa, tuvo como
antecedente una sostenida rebelión popular liderada por los pueblos
indígenas que fue capaz de derrocar consecutivamente a tres presidentes
de corte neoliberal (Mahuad, Bucaram y Gutiérrez) durante la década de
los años 90s del siglo XX.
Fue por eso que el gobierno progresista contó desde el principio con
un fuerte apoyo popular que fue la base para lograr importantes
realizaciones políticas y administrativas. Se aprobó la más avanzada
Constitución Política en cuanto a plurinacionalidad, derechos de la
naturaleza y reivindicación del Sumak kawsay (“Bien o Buen Vivir”). Se
pudo plantear la moratoria de la Deuda Pública, la auditoría y
renegociación de la misma, el desalojo de la base militar de Manta por
USA, el asilo político para Julián Assange, director de WikiLeaks y otra
serie de confrontaciones con el imperio estadounidense, especialmente.
Por ello es tan importante hacer el seguimiento a lo que ocurre en Ecuador.
El paro, las movilizaciones y protestas
Dos tipos de movilización contra el gobierno de Correa se han
entrelazado en este mes de agosto. Una, proviene de las protestas de
junio frente a los intentos del gobierno de gravar la plusvalía y las
herencias, qué hábilmente fue manipulada por la oligarquía y la derecha
tradicional. La otra, recoge la inconformidad de sectores sociales como
los indígenas, trabajadores del Estado y pensionados que se sienten
afectados por políticas del gobierno.
Lo observado durante la marcha del 13 de agosto es que el llamado al
Paro Nacional no tiene la fuerza suficiente para “desestabilizar” al
gobierno. Los manifestantes en Quito fueron entre 100 y 150 mil, según
diversos cálculos. Los bloqueos de carreteras se localizaron
principalmente en el suroriente del país pero no tuvieron la
contundencia mostrada durante los levantamientos indígenas de finales
del siglo pasado. Además, el movimiento mismo es una sumatoria de
reivindicaciones sectoriales sin cohesión política.
El gobierno llamó a realizar una contra-marcha con concentración en
la Plaza de la Independencia, frente al Palacio de Carandolet, que contó
con participación de algunas organizaciones sociales adeptas al
gobierno que movilizó aproximadamente 35.000 personas, según los
cálculos más optimistas. Allí intervino el presidente Correa afirmando
que el “paro era un fracaso” y que tenía un carácter desestabilizador.
Motivos de las actuales protestas
Los indígenas plantean que Correa no ha desarrollado la Constitución
en el tema de la plurinacionalidad. Según su percepción, no se ha
avanzado en la reforma agraria, la ley de aguas beneficia a los grandes
empresarios agrarios y los proyectos extractivistas minero-energéticos
avanzan sin ofrecer garantías sociales y ambientales. Los trabajadores
están inconformes por la política de fijar topes salariales y
pensionales. Plantean la aprobación de un Estatuto Orgánico de Trabajo.
Además apoyan a los pensionados en su rechazo al recorte del 40% del
subsidio hecho por el gobierno al Instituto Ecuatoriano de Seguros
Sociales IESS, lo que consideran es una “estatización” abusiva de ese
instituto.
Lo que de alguna manera unifica a estas protestas, es su oposición a
las enmiendas constitucionales (http://bit.ly/1IXiUxM) que el gobierno
impulsa en la Asamblea Nacional, en donde tiene las mayorías necesarias
para aprobarlas, entre las cuales la más importante es la de la
reelección indefinida. Detrás de ese objetivo está la matriz ideológica
que ha construido la oligarquía y el imperio usando los medios de
comunicación en el sentido de que el gobierno de Correa es una
dictadura, que es un gobierno autoritario, que el ejecutivo ha
monopolizado los poderes judicial, legislativo y electoral, y que ha
cercenado las libertades públicas, especialmente el derecho a la “libre
información” (libertad de prensa).
Causas de las protestas
Ya en junio se habían presentado numerosas protestas contra los
proyectos de ley de impuestos a la plusvalía y a las herencias que
obligaron al gobierno a modificar algunos aspectos de esas normas. Sin
embargo Correa se había reafirmado en su posición de aprobarlas con el
argumento de que sólo afectan al 2% de la población. “Se busca
redistribuir la riqueza y dichas leyes no afectarán a la clase media ni
pobre, sólo a los ricos” (http://bit.ly/1IXilEb).
Ahora, en agosto, frente a la movilización de los indígenas,
trabajadores y pensionados, el presidente Correa se ha mostrado
intransigente. Desde hace varios meses el FUT y diversas organizaciones
sociales y de los trabajadores han presionado al gobierno para llegar a
acuerdos, pero no han encontrado una disposición gubernamental de
diálogo, a pesar de que en junio el gobierno llamó al diálogo pero bajo
el presupuesto de que no iba a echar atrás sus iniciativas de ley.
El presidente Correa caracteriza toda protesta con intentos golpistas
y desestabilizadores dirigidos por la oligarquía y la derecha
tradicional. Sobre la base de encuestas que le dan una favorabilidad
superior al 60%, ha asumido una actitud que muchos califican de
“prepotente y soberbia”. El antecedente de esa actitud, sobre todo
frente a la dirigencia indígena y de algunas organizaciones sindicales
orientadas por sectores de izquierda, es que Correa no perdona las
alianzas que esos dirigentes hicieron en el pasado con agrupaciones
políticas de derecha y sus relaciones con ONGs financiadas desde el
exterior. Así, las bases sociales pagan por los errores de sus
directivas.
El entorno internacional
La actual situación no se puede entender si no identificamos la nueva
estrategia imperial para el continente americano. Consiste en combinar
la “normalización” de relaciones diplomáticas con los diferentes países,
entre ellos Cuba, Brasil y Venezuela, pero a la vez, profundizar la
guerra económica que mediante diversas acciones adelanta a nivel global.
Así, la recolonización imperial del sub-continente latinoamericano
asume nuevas facetas. Su actitud en la Cumbre de Las Américas en Panamá
el pasado mes de abril, lo corrobora. Lo ocurrido en Cuba con la
reapertura de la embajada de los EE.UU. es un triunfo de la revolución
cubana pero es, además, una jugada estratégica del imperio. La crisis
económica es la que juega detrás y la confrontación geopolítica entre
los bloques de poder global es lo que está a la orden del día.
La estrategia civilista y pacífica de los pueblos sudamericanos
obligó a Obama a cambiar su estrategia. Ahora la guerra económica es más
efectiva. Sabe que China y Rusia avanzan en la región. La caída de los
precios internacionales –forzada por los EE.UU. (fracking y alianza
estrecha con Arabia Saudita) –, y la correspondiente revaluación del
dólar y devaluación de nuestras monedas, ha disparado hacia arriba la
Deuda Pública de todos los países dependientes. Además pone en muchos
aprietos fiscales inmediatos a países como Ecuador, que no puede
devaluar su moneda porque su economía está “dolarizada”.
En todos los países latinoamericanos esa “guerra económica” que se
entrelaza con la crisis económica global que viene desde 2007 (recesión
en Europa, Japón, Rusia y China), se ha empezado a sentir con relativa
fuerza. Todos los gobiernos preparan reformas tributarias y ajustes
fiscales. Es lo que ha obligado al gobierno del Ecuador a impulsar esas
leyes que aprueban nuevos impuestos y reestructuran un instituto tan
sensible como el IESS. Hay que recordar que Ecuador es la “Grecia
latinoamericana” al tener su moneda amarrada al dólar.
La situación interna
Es claro que la dolarización de la economía del Ecuador no la hizo
Correa. Sin embargo, la sufre y debe afrontar sus consecuencias. Ello
permite explicar por qué Correa ha tenido que aplicar políticas que
empiezan a tocar a sectores populares y que muchos califican como
neoliberales. No es un asunto de culpas o buenas intenciones. Son hechos
objetivos.
Uno de los problemas que se observan en Correa y demás “procesos de
cambio” es que al llegar al gobierno pierden la capacidad crítica y
empiezan a ubicar a todos los que cuestionen sus políticas como
enemigos, traidores y golpistas. Y claro, esa actitud los separa
inmediatamente de los movimientos y organizaciones sociales que
contribuyeron con la derrota de la oligarquía y que han adquirido una
relativa autonomía.
Al actuar de esa manera “defensiva” empiezan a transitar por el
camino de cederle terreno a sectores de la burguesía “emergente” que se
introduce en los procesos de cambio para detenerlos y convertirlos en
herramientas para canalizar la renta petrolera y el presupuesto estatal
hacia sus intereses (en todos los países ha aparecido esa burguesía
“emergente” que le disputa el control de esa renta a la oligarquía
tradicional).
En esa dinámica están los gobiernos de Bolivia, Venezuela y Ecuador.
La neutralización del proceso de cambio a manos de sectores burgueses ha
impedido la profundización de la “revolución”: la reforma agraria ha
quedado paralizada, la plurinacionalidad se quedó en el papel, las
organizaciones sociales se han dividido y el movimiento popular se ha
debilitado. Ante la presión del imperio y el capital transnacional, los
gobiernos tienen que retroceder. Y entonces, todo empieza a depender del
caudillo y de la “gestión por arriba”.
Las clases y sectores de clase, los movimientos sociales y los partidos políticos
De manera breve y sintética presentamos una mirada sobre este tema.
En los países en donde el pueblo derrotó plenamente a la oligarquía y a
la derecha tradicional usando su propia legalidad, o sea, las
elecciones, como Venezuela, Ecuador y Bolivia, se han presentado
fenómenos muy similares. La oligarquía tradicional se atrincheró en
regiones en donde es fuerte política y económicamente: Táchira-Zulia en
Venezuela, Guayaquil en Ecuador y Santa Cruz de la Sierra en Bolivia.
Esa oligarquía tradicional está representada por la burguesía
transnacionalizada, más comercial que productiva, y antiguos
terratenientes hoy reconvertidos en grandes empresarios del campo.
Fueron derrotados políticamente, desplazados del gobierno, pero
conservan su fuerza económica y un gran poder político que se apoya en
instituciones gremiales, la iglesia, sectores conservadores de la
justicia y, sobre todo, en los medios de comunicación. El nuevo “partido
de la desinformación” es el que unifica a los diversos partidos
políticos que representan a esa vieja, entreguista y antinacional
oligarquía.
Por otro lado, aparece lo que denominamos “burguesía emergente”. Está
compuesta por sectores de la burguesía burocrática, algunos empresarios
díscolos e independientes, nueva burguesía surgida de la acumulación de
capitales provenientes del narcotráfico, minería ilegal y otras
actividades “no lícitas”. Esta burguesía emergente se “pega” muy
rápidamente al proceso de cambio. Ven la oportunidad de disputarle la
renta petrolera y minera a la gran burguesía, controlar y manejar en su
beneficio el presupuesto estatal y frenar algunas políticas
“revolucionarias” que podrían afectarlos. Apoyan las políticas que
salvaguardan la producción nacional pero no ven con buenos ojos las
medidas que los aíslen del mercado internacional. La política monetaria y
laboral hace parte de las tensiones con los dirigentes “del proceso”, y
en el caso de Bolivia y Ecuador, la política indígena es uno de los
motivos de mayor tensión dentro y fuera del gobierno, especialmente el
derecho a la consulta previa.
La pequeña burguesía, las capas medias de pequeños y medianos
productores, comerciantes y profesionales precariados (nueva clase
trabajadora o nuevo proletariado), tanto de la ciudad como del campo, ya
sean “blancos”, mestizos, indígenas o afrodescendientes, se constituyen
en la base social más fuerte del proceso de cambio. En Venezuela los
jóvenes profesionales no han sido jalonados totalmente por el “chavismo”
por cuanto la influencia ideológica de la burguesía parasitaria
pro-norteamericana los ha podido neutralizar, con la consigna de que
Venezuela va a quedar aislado del mundo al estilo cubano.
Los trabajadores asalariados en general apoyan los procesos de
cambio. Los desempleados y sectores informales cogen para donde el
viento tira con más fuerza. Los subsidios son su gancho pero éstos
pueden ser ofrecidos también por la derecha, como ocurrió en Colombia
con Uribe. Los trabajadores del Estado (educación, salud y de servicios
públicos), acostumbrados a décadas de manejo burocrático del Estado,
reaccionan en forma dual. Apoyan la desprivatización de entidades y la
“recuperación de lo público” pero cuando los gobiernos aprietan
exigiendo mayor calidad, más disciplina y responsabilidad en la
prestación de los servicios públicos, se ponen a la defensiva y muchas
veces se enfrentan a los gobiernos con actitudes sectoriales y estrechas
(sindicaleras) que en ocasiones son utilizadas por la derecha para
poner en aprietos a los gobiernos.
Ese comportamiento de las diferentes clases y sectores de clase se
manifiesta en la actitud de los movimientos sociales y partidos
políticos. La verdad es que en ninguno de los países de la región se
aprecia madurez en ese terreno. Los movimientos sociales se han vuelto
añicos fruto de la división y dispersión de los partidos políticos que
influyen en ellos. Los gobiernos, por afanes electoreros –base mal
entendida de su poder– cogen el camino más fácil y cooptan dirigentes
mediante ofrecimientos burocráticos u otros métodos no muy dignos o non
sanctus, dividiendo y debilitando al movimiento popular.
Algunos sectores de izquierda que construyeron sus bases durante los
últimos 40 años al interior de los trabajadores del Estado no logran
entender el momento y vacilan entre reducir su acción a defender los
estrechos intereses de esos trabajadores o disputarle la dirección del
proceso a la pequeña-burguesía. La mayor de las veces terminan por
aislarse de los “movimientos democráticos” que se forman como expresión
política de los “procesos de cambio” y se lanzan a la oposición,
aislándose del conjunto de la población, supuestamente en defensa de la
revolución anti-imperialista, proletaria y socialista.
Otros partidos de izquierda, con fuerza en sectores barriales o
campesinos, se suman a los “procesos de cambio” pero en calidad de
acompañantes, colaboradores, solidarios, sin arriesgarse a disputar la
dirección del movimiento, básicamente porque no logran superar el
“síndrome de oposición” y no tienen iniciativa política. Se limitan a
repetir su credo marxista pero no elaboran ni presentan propuestas para
enfrentar el duro reto que es ser gobierno de unos países subordinados
al gran capital financiero internacional, endeudados,
des-industrializados y completamente dependientes de los ingresos del
petróleo, gas u otras materias primas.
En ese marco los partidos de la oligarquía, burguesía emergente,
clases medias y sectores populares se van alineando en dos grandes
bloques: los que están en el gobierno y los que están contra el
gobierno. Esa polarización impide que las voces críticas se hagan
escuchar. Y en esa tragedia, la estrategia electoral, el inmediatismo,
las lealtades obsecuentes y cómplices, el coyunturalismo y el
pragmatismo se van imponiendo. Ello explica las alianzas que han
realizado en Ecuador dirigentes indígenas y líderes sindicales de
izquierda con la derecha golpista de Nebot. Y también nos permite
entender –aunque no justificar–, las alianzas que se dieron en las
elecciones pasadas en Bolivia, entre el MAS y agentes de la oligarquía
derechista en varias provincias y municipios.
El balance del momento actual
La mayoría de la población hoy está con Correa. Esas mayorías valoran
positivamente las realizaciones en diferentes áreas de su
administración. Su gobierno ha manejado mucho mejor que los venezolanos
el auge de los precios del petróleo y los commodities. Ha mostrado
capacidad de ejecución e iniciativa política. Construye y muestra obras.
Se comunica con la gente y no se esconde. Evo Morales lo emula y ambas
poblaciones los premian.
Sin embargo Correa no tiene un proyecto revolucionario. No se apoya
de verdad en movimientos sociales autónomos o en una “ciudadanía”
organizada o en proceso de organización. Un “nuevo clientelismo” estatal
ha sacado la cabeza. Por más retórica revolucionaria que dispare en sus
discursos, al igual que hacia Chávez, su práctica se basa en la
gestión, más de las veces burocrática que transparente y ética, de un
Estado Heredado de tipo “colonial”[1]. Su proyecto es desarrollista
burgués con retórica nacionalista, anti-imperialista y supuestamente
socialista. Igual que Maduro y Evo.
Así mismo, la dirigencia indígena –desde mi perspectiva– no tiene
claridad. Ha cometido muchos errores. Es conservadora y sectorial. Un
sector de ellos está infiltrado por ONGs “indigenistas” que pueden, si
no lo son ya, convertirse en agentes, conscientes o inconscientes, de la
estrategia imperial que trata de “balcanizar” los países que están en
proceso de independencia. Así lo han hecho en Libia, lo hacen en Siria y
el Medio Oriente, y lo trabajan en Colombia y en Bolivia.
Algunos sectores intelectuales, que contribuyen con el movimiento
social y popular, que fueron protagonistas en la elaboración y
aprobación de la Constitución, creen ilusamente que el movimiento de
protesta actual se hace para rescatar lo aprobado en Montecristi. Sin
embargo esa visión sólo la comparte un pequeño núcleo de dirigentes que,
según veo, políticamente no son muy duchos. Caen de cierta manera en
una especie de “legalismo constitucional” y tienden al “fundamentalismo
ambientalista” que los lleva a aislarse del conjunto de la población que
comprenden fácilmente a Correa cuando éste plantea que si no se extrae
el petróleo, el oro o el cobre… ¿con qué dinero o recursos el gobierno
va a pagar la nómina estatal, a entregar los subsidios o a realizar
obras?
Las posibles soluciones
Las alternativas son varias y claro, no son fórmulas que puedan
resolver los problemas de un momento para otro, pero esas soluciones
deben surgir de procesos de concertación con la población organizada que
muestren una dirección de cambio. Una de las fórmulas no es otra que
fortalecer la “democracia con el pueblo”, ser más autocríticos, aceptar
que existen sectores “opositores no golpistas” y llegar a acuerdos con
ellos, e incluso, así no se llegue a acuerdos, asumir una actitud
diferente a la que se asume con la verdadera derecha golpista. Es claro
que la dirigencia de las organizaciones sociales también ha cometido
graves errores pero las bases sociales no tienen por qué pagar los
platos rotos.
Pero además, los pueblos y los gobiernos deben entender que sin la
construcción y consolidación de un Bloque Latinoamericano o por lo
menos, Sudamericano, nuestros países quedan sometidos a los imperios
(EE.UU – UE), y también a las nuevas potencias Rusia y China. La
burguesía de Brasil también sueña con convertirse en un sub-imperio. El
problema es que los gobiernos progresistas, al no lograr construir un
movimiento social fuerte y coherente, rápidamente les cede espacios de
poder y de gobierno a las burguesías locales y el proyecto regional
muere. Sólo Chávez era realmente consecuente con ese proyecto.
Hoy los gobiernos progresistas están a la defensiva, y no perciben
que algunas reivindicaciones populares como plurinacionalidad, reforma
agraria, control social y ambiental del extractivismo, construcción de
bases industriales propias, más democracia, respeto a la autonomía de
las organizaciones sociales, no sólo son razonables sino necesarias, y
que debe haber una concertación en torno de ellas para ir avanzando
paulatina pero consistentemente en políticas anti-neoliberales que
avizoren –con paciencia, prudencia y capacidad de aprendizaje– caminos y
procesos post-capitalistas.
No se puede “saltar al vacío”. No es posible romper con el sistema
capitalista de un momento a otro, y menos en cada país por separado. El
bloque regional tendría que construir paulatinamente nuevas formas de
economía. Organizar grandes empresas transnacionales pero
latinoamericanas del petróleo, gas, energía eléctrica, café, banano,
cobre, oro, turismo, construcción de infraestructura, procesadoras y
comercializadoras a nivel internacional de productos elaborados a partir
de nuestras materias primas, ojalá gestionas y administradas con
enfoques y prácticas de “Pro-comunes colaborativos”, en donde sean
mayoría los pequeños y medianos productores y los trabajadores, y en
donde los Estados nacionales asociados en una gran Confederación o
Patria Grande Latinoamericana sirvan de soporte financiero, técnico y
legal.
En ese proceso tendríamos que avanzar con mucha flexibilidad,
apoyándonos en alianzas estratégicas con sectores de las burguesías
locales pero paralelamente construyendo procesos organizativos de los
trabajadores y pequeños productores que vayan más allá de la protesta y
construyan Democracia Directa (pro-comunes colaborativos) en todas las
áreas de la vida social.
Ello es posible hacerlo. Todo depende de la actitud, no sólo de los
gobiernos sino principalmente de la dirigencia de los trabajadores y del
pueblo. De lo contrario, ayudaremos – seguramente en forma involuntaria
e inconsciente – al regreso de la oligarquía neoliberal o a la
conversión de los “procesos de cambio” en bonapartismos
latinoamericanos.
viernes, 21 de agosto de 2015
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