domingo, 6 de enero de 2013

¿Seguimos siendo el patio trasero de Estados Unidos?

por Pedro Brieger

Las acciones llevadas adelante por la Casa Blanca en la última década, desmienten el supuesto "desinteres" del Imperio hacia una región que sigue siendo una preocupación para la política exterior estadounidense.

Después del atentado a las Torres Gemelas y el Pentágono en 2001 numerosos analistas sostenían que Estados Unidos había relegado América Latina a un segundo plano.
Supuestamente esto se debía a que la “guerra contra el terror” enunciada por el presidente George Bush (h) centraba todos los focos en Afganistán e Irak.  Algunos incluso aseguraron que América Latina se había convertido en irrelevante para los proyectos norteamericanos.
Si uno se guiara por los dichos públicos de los principales funcionarios norteamericanos y los debates entre los candidatos presidenciales en todos los procesos electorales desde 2001 hasta la fecha uno podría llegar a la conclusión que -efectivamente- América Latina ocupa un lugar secundario e irrelevante en la política exterior de la Casa Blanca. Mas no es así.  Lo demuestra día a día el gobierno de los Estados Unidos aunque algunas de sus acciones no tengan gran alcance mediático.
A la vista están la continuación del bloqueo a Cuba, la red de bases militares en Sudamérica, el Plan Colombia, el fracasado proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), el apoyo al golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002, la intervención militar en Haití en 2004 para derrocar a Jean Bertrand Aristide, entre tantas otras actividades que incluyó la participación abierta del embajador Paul Trivelli en Nicaragua para unir a la oposición e intentar evitar el triunfo electoral de Daniel Ortega.  Ya esta serie de hechos alcanzarían para demostrar que la Casa Blanca no sólo que no considera “irrelevante” a América Latina, sino que es una región vital a sus intereses y su esfera de influencia natural.
Es tan importante la región que a comienzos de 2012 el Congreso de los Estados Unidos aprobó un acta denominada “Contrarrestando a Irán en el Hemisferio Occidental”.  Allí se puede leer que Estados Unidos tiene “intereses políticos, económicos y de seguridad vitales en el Hemisferio Occidental (todo el continente americano).  Sin aportar pruebas y en base a múltiples aseveraciones vagas se afirma que la República Islámica de Irán está perpetrando operaciones vinculadas al tráfico de drogas, armas y de personas, lavado de dinero, falsificación de documentos, pirateando software y música. 
Además se la acusa de brindar apoyo logístico en el continente a todo tipo de organizaciones terroristas (como la palestina Hamás y el Hezbolá libanés) y a  narcotraficantes como Los Zetas mexicanos.  Por otra parte, se la vincula a los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA en la Argentina.  Leyendo el documento uno podría llegar a la conclusión que las toneladas de cocaína que ingresan a Estados Unidos las transportan iraníes y que casi todos los males de la región recaen sobre sus espaldas.
Una simple lectura del documento permite comprender que Estados Unidos está preocupado porque Teherán estrecha sus vínculos con varios países latinoamericanos para minimizar los efectos de las sanciones internacionales impulsadas por la primera potencia mundial.  Algún lector desprevenido puede pensar que esto tiene que ver con los planes nucleares de la República Islámica.  Sin embargo, vale la pena recordar que las primeras sanciones contra Irán son del 14 de noviembre de 1979, diez días después de la toma de la embajada norteamericana en Teherán y mucho antes que nacieran Hamas o el Hezbolá, o los iraníes desarrollaran tecnología nuclear.  El gran pecado de los iraníes es haber derrocado a la dictadura del Sha Reza Pahlevi -uno de  principales aliados de Estados Unidos durante la guerra fría, y fue eso lo que motivó la furia del Departamento de Estado y las multinacionales petroleras que controlaban el negocio del oro negro.
Como se menciona en el documento, la gran preocupación de la Casa Blanca es que Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua, Venezuela y otros países latinoamericanos estrechen sus relaciones con Teherán.  Para evitarlo el Congreso propone realizar un seguimiento de todo aquello vinculado a Irán en el Hemisferio occidental; desde embajadas, centros religiosos, culturales y de caridad hasta medios de comunicación, empresas, puertos y aeropuertos.  En pocas palabras, un minucioso monitoreo de toda la región controlado por el Departamento de Estado.
En realidad, no es la Republica Islámica de Irán lo que más preocupa a los Estados Unidos, sino que esta corriente de gobiernos progresistas de América Latina se consolide como un bloque independiente.  Lo de Irán es una nueva excusa, como en otros momentos lo fue la amenaza comunista.
Fuente: Télam

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