por Soledad Guarnaccia
La campaña "Argentina, el verano de un amor" supone otro tipo de intervención estatal en tiempos de vacaciones.
¿Qué tipo de intervenciones debería realizar el Estado en tiempo de
vacaciones? No hace mucho, se pedía que simplemente garantizase un piso
mínimo de ingresos que las haga posibles. Del resto se encargaba el
mercado con sus recitales, shows, ofertas y sobreprecios orientados a
aquellos nichos de consumo popular esporádicos donde el gasto, para
muchas familias, oscilaba entre la posibilidad de vivir con más
licencias que durante el resto del año y el desafío de llegar sin
demasiados apremios al último día de vacaciones.
Desde ya, la pregunta que inicia esta nota hubiera adquirido una
respuesta bien definida en tiempos del peronismo histórico; ya que
entonces la intervención estatal era justamente lo que hacía posible el
turismo social, todo un emblema de una política que desafiaba la idea de
que la felicidad colectiva fuese una promesa a futuro antes que una
realidad efectiva. En cambio, para las generaciones de la
post-dictadura, aquella época apenas si alcanzaba a ser un recuerdo y
las vacaciones terminaban, en más de una ocasión, en un dèjá vu del
sueño hippie: carpa en la costa, en el norte, o en el sur.
Pero aún en décadas tan regresivas como los años noventa, se estableció
entre un sector de la sociedad (no mayoritario pero para nada
desdeñable) y el Estado un pacto implícito en tiempos de vacaciones:
dólar barato a cambio de viajar por el mundo. Muchos álbumes
fotográficos familiares son testimonio de ese pacto, indispensables para
hacer una historia de aquellos años, no sólo porque arrojan pistas
sobre algunas de las vías no coactivas con que se impuso el ideario
neoliberal, sino porque profundizó la idea de que las vacaciones son
parte de la vida íntima, “privada”, de los individuos.
Desde luego, a los que no contaban con la chance de viajar por el mundo,
se les ofrecía gozar del consumo ajeno: aún hoy numerosos medios de
comunicación dedican amplios espacios al goce del goce -o de la
desgracia- de las estrellas del mundo del espectáculo, con sus dramas,
peleas, amores, separaciones y llantos.
Durante los años noventa la intervención estatal también tomaba el
rostro de la policía. Seguridad en las zonas de veraneo, operativos de
tránsito y la emblemática campaña “Sol sin drogas”, que puso en aprietos
a algunos íconos populares muy queridos (inolvidable resulta el
sinceramiento del viejo Charly, que en medio de un recital exclamó
"mucho mejor drogas sin sol" y terminó declarando en Dolores por
apología del delito).
Sin embargo, entre el operativo “Sol sin drogas” y nuestros días algo
ha cambiado. Y un signo de ese cambio se anunció a principios de año,
cuando el Estado Nacional presentó la campaña "Argentina, el verano de
un amor", una iniciativa emplazada en el recientemente recuperado
edificio Unzué de la ciudad de Mar del Plata.
Construido a principios del siglo XX por una familia de la
aristocracia y donado al Estado Nacional para instalar un asilo de niñas
huérfanas, durante sus primeras décadas de vida la gestión del edificio
estuvo a cargo de la Iglesia Católica y la Sociedad de Beneficencia.
Recién cuando la Fundación Eva Perón se hizo cargo de las políticas de
protección social, el edificio Unzué dejó de ser un "asilo" para pasar a
ser un "hogar".
En el discurso de inauguración de la primera etapa de las obras de
restauración, en el año 2009, Cristina Kirchner recordaba el significado
político que había provocado el cambio de nombre decidido por Evita: un
“asilo” es un lugar para exiliados; un hogar, en cambio, un espacio de
contención para los que deben ser integrados. La distancia entre “asilo”
y “hogar” es la que mediaba entonces entre la asistencia social como
beneficencia y la justicia como reparación y reconocimiento de derechos
vulnerados.
Los resultados de la recuperación del edificio Unzué permiten hoy
apreciar un nuevo tipo de intervención del espacio público, que pone en
diálogo propuestas construidas desde el Estado con diversas expresiones
sociales. De este modo, se articulan actividades y actores que el
mercado difícilmente podría vincular. Desde la Feria de Emprendedores de
la Economía Social hasta las conferencias de José Pablo Feinmann,
pasando por el stand de Paka Paka, espectáculos en vivo, cine, teatro,
clases de baile, partidas de ajedrez, computadoras con conexión a
internet, trámites del DNI, el pasaporte o la SUBE, o el escenario
abierto al que ya subieron bandas como El Otro Yo pero también muchas
otras que con sólo llenar un formulario se aseguraron un lugar para
tocar.
En consecuencia, la recuperación del edificio Unzué es una prueba de que
no sólo es posible construir alternativas al mercado en tiempos de
vacaciones, sino también de que la propia vida “privada” puede
enriquecerse enormemente a partir de las resignificaciones que la
política es capaz de imprimir a la vida pública.
En este sentido, es lamentable que en el mismo momento en que la recuperación de un espacio público como el Unzué reúne a miles de familias en Mar del Plata,
la Cámara en lo Civil y Comercial haya impedido –al menos por ahora-
que se recupere el Predio de la Rural en la ciudad de Buenos Aires.
Fuente: Télam
miércoles, 30 de enero de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario