por Pedro Brieger
Estados Unidos, el único país del mundo que se encuentra en guerra
permanente desde hace varias décadas, jamás rinde cuentas -ni siquiera a
la justicia de su propio país- sobre los desmanes que perpetra en
distintas latitutes del planeta.
Las extraordinarias parábolas utilizadas por Lewis Carroll en Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas deleitan a grandes y chicos hace más de 150 años.
Algunas de ellas, con doble sentido y alegorías burlonas a la sociedad
inglesa victoriana de la época, se pueden aplicar a hechos políticos de
la actualidad. Cómo olvidar el último capítulo donde la malvada reina
está obsesionada por cortar cabezas, sin juicio previo, y el desopilante
diálogo para condenar a Alicia:
-Que el jurado considere su veredicto- dijo el Rey.
-¡No, no! –Protestó la Reina- Primero la sentencia; el veredicto después.
-¡Valiente idiotez! - exclamó Alicia alzando la voz-. ¡Qué ocurrencia pedir la sentencia primero!
-¡Cállate la boca! –grito la Reina, poniéndose color púrpura.
-¡Que le corten la cabeza! –chilló la Reina a grito pelado-.
Al leer este diálogo salta a los ojos que la justicia esta reñida con
cualquier tipo de condena sin juicio previo, una práctica muy extendida a
mediados del siglo XIX, cuando Lewis Carroll escribió su maravillosa
obra. A principios del siglo XXI se podría pensar que esto acontece
sólo en los peores regímenes dictatoriales o despóticos, pero que sería
imposible en un estado democrático.
Por esta razón es llamativo y sorprendente que la jueza Colleen McMahon
de los Estados Unidos haya mencionado el libro de Carroll para referirse
a una demanda que pedía conocer los motivos por los cuales se mata
gente en diversas partes del mundo con aviones no tripulados y sin
ningún tipo de juicio.
En su respuesta oficial con fecha del 2 de enero de 2013 la jueza
explicó que no se le escapaba que algunas acciones que el gobierno
proclamaba como legales eran incompatibles con la constitución y las
leyes, y parecían extraídas de Alicia en el país de las maravillas.
Los aviones no tripulados que Estados Unidos envía a Pakistán,
Afganistán, Somalía y Yemen ya han matado a miles de personas, entre
ellas un número muy alto de ancianos, mujeres y niños.
Es muy probable que el Departamento de Estado no lleve un recuento de la
cantidad de muertos, porque tratan el tema desde un punto de vista
“técnico” respecto de la eficacia del método.
Sin embargo, en los países afectados existe un registro de los muertos
porque cada uno de ellos tiene nombre y apellido, padres, hijos,
hermanos, parientes y amigos. Pocos días después del ataque al colegio
de Newtown, donde murieron unos veinte niños, el conocido diario The
Dawn de Pakistán publicó un artículo que llevaba como título “no hay
lágrimas de Obama para los chicos asesinados por los drones en
Pakistán”.
Allí se señalaba que no había discursos presidenciales ni lágrimas para
ellos, ni fotos en las tapas de los diarios del mundo, ni entrevistas
con los familiares en duelo. Esos niños no tienen nombres, ni fotos o
velas prendidas en su memoria, flores u ositos. La conocida ONG
Pakistan Body Count (www.pakistanbodycount.org)
se dedica a recolectar los datos que salen publicados en medios de
comunicación o internet y la información que le suministran los
hospitales.
Según esta respetada ONG -premiada por su labor en 2011 con el
equivalente al “Oscar” en medios y tecnología en Pakistán- sólo en ese
país murieron más de tres mil personas a causa de los drones
teledirigidos por militares sentados frente a una computadora en algún
lugar de Estados Unidos como si estuvieran jugando a un video juego.
Por suerte la pobre Alicia despertó del sueño. Los que mueren por
aviones no tripulados en Afganistán, Pakistán, Yemen y Somalía no tienen
la misma suerte.
Fuente: Télam
jueves, 10 de enero de 2013
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