miércoles, 5 de mayo de 2010
El presidente Mujica y la reconciliación.
por Raúl Altuna.
Reconciliación o convivencia, posible prisión domiciliar para violadores de DDHH y un debate pendiente sobre las FFAA. Contradictoriamente, un reclamo al cambio interno y a la responsabilidad de la gente para construir una mejor sociedad, mientras la forma de acción social es la misma y los mecanismos de ese cambio no se explicitan
Pressenza, Montevideo. Mujica habla. Continuamente. Y juega mucho con las palabras. La necesidad del cambio interior de cada ciudadano, para construir una sociedad mejor, el papel individual, el compromiso y la responsabilidad. A la vez que insiste en su propuesta de vida simple, fuera del mundo consumista. Opina que la reconciliación no es posible sin los acuerdos de convivencia y construcción de cara al futuro.
En un reportaje que le hiciera la conocida periodista Uruguaya, María Esther Gilio, habló de mirar hacia adelante y de la responsabilidad histórica que sentía “por haberle sacado la espoleta a la granada”, en referencia a su actuación, en la guerrilla urbana de los 60.
Mujica, sostiene públicamente que los presos mayores de 70 años deberían cumplir prisión domiciliaria. Se refiere concretamente a una docena de penados que cometieron delitos de lesa humanidad en la dictadura. Aunque nadie le pidió un gesto amistoso hacia ellos, ni es un tema prioritario, anunció el envío de un proyecto al poder legislativo pero adelantó que no lo vetaría si no era aprobado y que la decisión final de este cambio, quedaría en manos de la justicia. Días después y luego de largas reuniones con los legisladores de la coalición, pareció dar un paso atrás ante la tenaz resistencia encontrada. Dijo que no mandaría el proyecto aunque reiteró; “sigue siendo mi forma de sentir y pensar el tema”. En el partido de gobierno molesta profundamente que el presidente actúe en este asunto sensible, de forma tan personal. Los alcances de los hechos del pasado abarcan a toda la población que soportó trece años de tiranía y no solo a los grupos o familiares que tienen muertos y desaparecidos. Algunos recuerdan con rencor, -aunque es cierto- que la cruel represión y fundamentalmente los detenidos desaparecidos, en su gran mayoría, no eran guerrilleros tupamaros.
Los agentes del Estado participantes en aquellos hechos no se han mostrado interesados en reconciliarse, aunque estos gestos de Mujica son aplaudidos por toda la derecha que no deja de recordarle las bombas, los secuestros y los robos, o de reprocharle porque cambió tan tarde… Desde luego, para los viejos voceros nacionales, no hay ninguna reflexión sobre aquella maltrecha y arbitraria democracia que se olvidó de la división de poderes o de las causas nacionales o internacionales, ni de su sostenimiento fanático, de aquel sistema de cosas irracional y violento.
Su electa presidencia (y este sentimiento presidencial), es una pastilla difícil de tragar, para la totalidad de ex oficiales de las FFAA, anclados en la guerra fría y con un odio visceral a los ex guerrilleros, hoy gobernantes. Es más suave para las nuevas generaciones, que están un poco cansadas de las consecuencias de los hechos de antes y durante el periodo de facto, y alguno posterior a ella como el asesinato, por encargo de Pinochet, del químico y ex agente de la DINA chilena Eugenio Berrios, en territorio uruguayo , un sangriento escándalo.
Mujica se dirigió a cientos de Oficiales en actividad en un acto, en la ciudad de Durazno, y los instó a integrarse a la sociedad con espíritu constructivo y una mirada hacia el futuro. Planea integrarlos al plan nacional de emergencia habitacional para terminar la marginalidad social (y también la de las propias FFAA), incorporándolas a actividades sociales además de las misiones humanitarias en el exterior al servicio de la ONU. Mujica cree que el cambio de hábitos, la violencia, el predominio, sufrir, creer, desesperar, el afán de adquirir o el sistema cultural, se pueden modificar con el ejemplo, con la reforma del estado, o con su prédica. La intención es extraordinaria, sus posibilidades casi nulas. Porque además los viejos planes de estudio de los armados, no se han modificado.
La reconciliación social es posible, aunque la sociedad uruguaya esté dividida en este tema, y que dos veces, con diferencia de veinte años votó, por el mecanismo de plebiscito vinculante, que no se debería anular la ley de caducidad que limita el juicio a los militares que cometieron delitos de lesa humanidad. Esta ley no derogada, ni anulada, se constituyó en un fuerte problema frente a los organismos internacionales. Por si esto fuera poco, una reciente encuesta de la empresa Interconsult reveló que el 48% de los ciudadanos estarían proclives a otorgarles prisión domiciliaria, es decir, apoyan la idea del presidente.
Los planes sociales tienen continuidad: Favorecer a los más pobres, dar más cultura, generar trabajo. Eso es muy bueno. Pero, ser revolucionarios hoy, es generar una profunda revolución interna, o si se prefiere, una profunda mutación psicológica y no solamente reformas de la gestión… La acción política sigue siendo reparto de poder y de cargos entre grupos y sectores, en el que los mediocres son premiados. Construir una base cultural radicalmente distinta, pasa –también- por modificar las formas de relacionamiento político. Mientras esto sea visto como “raro”, “esotérico” o “sectario”, se seguirá insistiendo con reglas de juego conocidas y fracasadas. Por ellas cientos de independientes y talentosos ciudadanos marcharon a sus casas, centrifugados por el perverso juego de la silla. Trabajar internamente y desactivar la violencia propia y la externa, o solo soñar con el necesario cambio interno, es la diferencia entre construir una nueva sociedad o administrar la vieja.
La Izquierda Independiente en las antípodas del Frente Amplio, no ofrece nada novedoso ni en su programa ni en sus métodos, y su discurso moralista y crítico, sin propuestas originales, además de incrementar su aislamiento, aburre.
Las fuerzas armadas, en un país carente de hipótesis de conflicto, es algo que no se aborda. Este tema, sí que tendría que estar en la agenda de la reconciliación, la reforma del estado y el cambio. Brasil tiene 334.000 efectivos y una población cercana a los 200 millones de habitantes. Uruguay tiene 33000 militares con solo tres. En gastos de las tres armas, se evaporan, insensatamente un millón de dólares diarios. Una especie de lujo de la miseria. Los Policías, mal pagos y mal entrenados, viven en su inmensa mayoría en asentamientos irregulares, generalmente vecinos de narcotraficantes, ladrones o desocupados, en un medio en el que el conflicto es la norma de vida.
Oscar Arias, premio Nobel de la paz y presidente de Costa Rica, en reciente carta pública a Mujica, le invitó a transformar a las FFAA de Uruguay en una Guardia nacional, como se hiciera en su país hace 60 años. La carta de Arias molestó, porque fue al nudo del asunto ¿Para qué necesita un ejército Uruguay? Estas afirmaciones provocaron airadas protestas por “intromisión en los asuntos internos”, de parte de legisladores de la minorías, y del Senador Eleuterio Fernández Huidobro, otro dirigente Tupamaro y verdadero Ministro de defensa en las sombras. Escondidos tras la “ofensa” de Arias, evitaron el fondo de la propuesta.
Los tupamaros comentan en privado, algo que no pueden decir en público, y es que aquella derrota militar de 1972 los trajo, gracias a su tesón, a esta gran victoria del 2010. En su visión, no hay un odio visceral a la violencia, ni una estrategia del cambio que pueda dar paso a la reconciliación nacional, hay sí, un amor incondicional al poder.
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