Tengo siempre presente aquello que un día me recomendara José Pablo
Feinmann. Tratar de evitar términos como trinchera, batalla, enemigo y
algún otro que signifique odio, revancha. Las Madres y Abuelas son un
ejemplo al respecto, una vez más. Es cierto, el odio es patrimonio
ancestral de los explotadores y sus lacayos políticos y mediáticos.
Entonces seré cauto (no cautelar, obvio). Así me lo han sugerido
los que saben. Ni se terminó el camino ni está, para siempre, cubierto
de flores y pavimentado. Todavía hay baches, piedras de distinto tamaño y
filo, obstáculos imprevistos y personajes que nos entorpecen el
paisaje. Vale decir, habrá que estar atentos porque no conozco un viaje
que sea eternamente en línea recta y sin escollos.
Quiero decir que, históricamente, no hay un solo ejemplo de
monopolio u oligopolio que se haya entregado. Más bien todo lo
contrario. Se aferran a sus privilegios con la testarudez de los que
saben que el viento sopla para el cielo de los pájaros y no para las
catacumbas de las jaulas y ya no pueden evitarlo.
Un juez con apellido de nombre de pila nos vino a contar que los
legisladores nacionales hicieron bien los deberes, hace ya más de tres
años. Tenemos Ley de Medios completa.
Imagino, quiero imaginar, que no todos festejan. Por ejemplo, un
periodista gordo que cuando sea grande sueña con ser Michael Moore,
canta en la ducha (porque por fuera parece limpio, a veces). ¿Y qué
canta mientras el agua no logra purificarle la moral? Canta “Sapo
Fierro”, esa maravilla de María Elena Walsh. Repite como una letanía
esas estrofas que dicen: “No es lo mismo ser profundo/ que haberse
venido abajo”. Es el inconsciente que le hace travesuras.
O esa diputada que fue piba cuando era piba, de apellido sajón con
patio incluido. Ella también se baña para tratar de parecer lo que no
es: limpia. Y, oh casualidad, desentona la misma canción que el gordo
con nata, pero reincide en otros versos. “Sapo que cambia de aljibe/
siempre es sapo de otro pozo”. Otra vez el inconsciente y su festín
perverso.
Un político cordobés, aguado por portación de apellido, pero seco
por dentro, colecciona, desde hace mucho, amigos que empiezan con M:
Menéndez, Magnetto, Macri. Él simula ser democrático, mas se le nota el
rictus antediluviano.
Son sólo tres muestras de un surtido de pretéritos que comienzan a
sentir un malestar profundo, atrás, en las cavidades oscuras de sus
carnes. No es ese cosquilleo sublime de dos cuerpos amándose. No, no hay
mariposas acariciándolos ni hormiguitas por la espalda, como cuenta
Silvio. Es, más bien, cierta reminiscencia maradoniana.
El Diego estaba aquel día más enojado que ellos y menos feliz que
nosotros hoy. Los buitres de siempre le mordían la dignidad, como hacen
por naturaleza. Como nos hacen por naturaleza. Y le brotó el
extraordinario pibe de potrero y con su poder de síntesis y lo que le
quedaba de sucio, feo y malo les espetó: “LTA”.
Imagino que así deben sentirse. Sin poder sentarse. Me gusta
imaginarlo, un lunes distinto, sin bajar los brazos, pero con el sol y
el viento a favor de mi sonrisa.
Fuente: Pressenza
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