jueves, 11 de febrero de 2010
“Es una minoría la que nos perjudica a todos.”
por Alyn Ware.
Alyn Ware, ganador del premio 2009 “Forma de vida correcta”, promueve la Convención sobre armas nucleares y el vegetarianismo en su discurso de premiación en Suecia. Ware repudia la industria bélica y convoca a actuar a nivel local, pensando a nivel global, para detener la amenaza de las armas nucleares y el cambio climático. “Es una minoría la que nos perjudica a todos.”
Pressenza, Estocolmo. Pressenza reportó anteriormente el hecho de que Alyn Ware recibió el premio “Forma de vida correcta”. Aquí presentamos el texto de su discurso de recepción.
Adoptemos la red de Indra: El premio “Forma de vida correcta” del siglo XXI
Un mito védico habla del dios Indra, quien tiene una red que se extiende infinitamente en todas direcciones. Hay una única y reluciente joya en cada “hoyo” de la red (en algunas versiones del mito, se trata de una gota de rocío en cada intersección de la red), y como la red es de tamaño infinito, el número de las joyas es infinito también. Ahí cuelgan las joyas, brillantes como estrellas.
Si escogemos una de esas joyas (o gotas de rocío) y la examinamos muy de cerca, descubrimos que en su superficie se reflejan con todo detalle las joyas que la rodean, y también, aunque con menos detalle, todas las demás joyas de la red, de número infinito. Y no sólo eso, sino que además cada una de las joyas reflejadas en esa primera joya también refleja a todas las demás, de modo que se da un proceso de reflexión infinito.
En los tiempos antiguos ésta fue probablemente más una imagen mítica filosófica y poética que una descripción precisa del mundo físico. Sin embargo, cada vez podemos apreciar mejor que la vida se ha vuelto como esa red: las redes de Internet, la red financiera global, el aumento de organizaciones internacionales como la de las Naciones Unidas y todas sus dependencias, e incluso las fotos espaciales que muestran a la Tierra como un planeta interconectado, todo esto son manifestaciones de esta realidad, de que vivimos en un mundo interconectado donde se pueden establecer enlaces desde un punto de la red hasta cualquier otro, en cualquier momento.
Cada uno de nosotros —cada uno de ustedes— es una joya de esta red, y todos estamos conectados directamente con nuestros vecinos y con quienes se encuentran a mucha distancia. Cada uno en sí no es más que una gota de rocío en un universo infinito, pero cuando nos abrimos hacia nuestras conexiones, es decir, cuando activamente reflejamos a los demás y nos relacionamos con ellos, nos volvemos mucho más.
El Premio “Forma de vida correcta” tiene el objetivo de celebrar la realidad de esta red, y el de hacerla funcionar con más eficacia aún en favor de la paz, la justicia y un mundo sustentable. Es un honor para mí ser una de las joyas seleccionadas para inspección, y espero que ustedes vean en mí el reflejo de las esperanzas y los sueños, de las visiones y el intenso esfuerzo de tanta gente en todo el mundo.
Soy muy afortunado al haber podido trabajar con gente de todos los lugares del planeta —desde Afganistán hasta Zimbabwe— y que tiene tan diferentes ocupaciones en la vida —desde niños de kinder hasta dirigentes mundiales; desde maestros del salón de clases hasta embajadores de las Naciones Unidas; desde activistas de las bases hasta laureados con el Premio Nobel—. Mi optimismo por la humanidad proviene de haber conocido a muchísimas personas, de las cuales casi todas son tranquila pero activa gente de paz en sus hogares, escuelas y comunidades, y que apoyan la paz y la justicia a todo lo ancho del mundo.
Al ver la excesiva abundancia de violencia en los medios de comunicación, podemos pensar erróneamente que la humanidad está condenada a una existencia infernal de fuerza y violencia. Pero ésta es una impresión inexacta. La mayoría de los 6,500 millones de personas que habitan este mundo viven en paz: resolviendo sus conflictos con respeto y diligencia. Es una minoría la que nos perjudica a todos.
Sin embargo, se trata de una minoría muy poderosa. Han usurpado una porción obscenamente excesiva del total de recursos económicos globales ($1.4 billones de dólares cada año o $1.400.000.000.000) para su aparato bélico. Los de esta minoría gastan millones en promover su torcida visión de que las armas de fuego, bombas y armas de destrucción masiva son necesarias para nuestra seguridad. Ponen barreras a la paz y nosotros debemos derribarlas: paredes de miedo; paredes que ponen divisiones arbitrarias entre jóvenes y viejos, así como entre gente de diferentes religiones o etnias o naciones; paredes que ocultan la humanidad común que todos compartimos. Paredes que justifican la pobreza como si los pobres merecieran la opresión. Paredes de armas que nos separan a unos de otros y perpetúan el mito de que la fuerza proporciona seguridad. Paredes que ocultan la belleza de esas otras joyas que existen en la red universal.
La maravilla de la nueva red global es que, reforzando nuestras múltiples conexiones, somos capaces de rodear las paredes, de saltarlas y de irlas astillando en forma colectiva hasta finalmente demolerlas.
Vine a dar a esta actividad a resultas de una de las más aterradoras de estas paredes: la amenaza de aniquilación debida a las armas nucleares. Cuando yo tenía nueve años de edad, mi ambición era ser físico. Mis ídolos eran Ernest Rutherford (el neozelandés que dividió el átomo) y Albert Einstein (quien elaboró la fórmula que predijo la energía existente en un átomo: E = mc2). Pero después me enteré de los devastadores efectos de las armas nucleares, en Hiroshima y Nagasaki y también en las Islas del Pacífico, donde las pruebas atmosféricas han destruido islas enteras y dado origen a casos horrendos de bebés deformes, cánceres y otros daños a la salud.
También me enteré de la valentía de la gente que navegó en barcas de vela desde Nueva Zelanda hasta Mururoa directamente a la zona de explosiones, arriesgando seriamente su vida, para protestar por las pruebas. Y esos diminutos yates con unos cuantos valientes individuos se las arreglaron para detener el poder colosal de la bomba y para lograr que el peso político de las potencias con armas nucleares finalmente terminara con las pruebas atmosféricas en el Pacífico en 1975. Para mí, esto fue como David derrotando a Goliat, sin violencia y con espíritu triunfador...
Sin embargo, a pesar del éxito de los movimientos pacifistas al acabar con las pruebas atmosféricas, la carrera armamentista nuclear se aceleró sobremanera en la década de 1980. Como maestro de Kinder que prepara a los niños para su futuro, no podía cerrar los ojos ante el hecho de que los niños podrían no tener futuro, y de que la amenaza existencial de las armas nucleares afecta incluso su presente. Si de verdad me importaban los niños a los que estaba instruyendo, tenía que hacer algo para asegurar que efectivamente tendrían un futuro.
Siguiendo la filosofía de “Piensa globalmente: actúa localmente”, busqué el modo de hacer una campaña en Aotearoa, Nueva Zelanda, en favor de un mundo sin armas nucleares. Así empezó a surgir la idea de hacer zonas donde estuvieran prohibidas estas armas. Trabajé para lograr que mi escuela normal de maestros, universidad y ciudad fueran zonas sin armas nucleares. Hacia 1984, cuando resultó electo para asumir el poder el Gobierno de los Trabajadores dirigido por David Lange, cerca del 70% de los neozelandeses vivían en ciudades o regiones que se habían declarado zonas sin armas nucleares. El Primer Ministro Lange, quien más tarde recibiría el premio de “Forma de vida correcta”, implantó entonces una política de prohibición de armas nucleares informando a los países con armamento nuclear que ya no estaban autorizados a llevar armas nucleares a Nueva Zelanda en sus flotas navales.
Así, Nueva Zelanda fue uno de los primeros países en salir de debajo de la cubierta “protectora” nuclear: “protección” para nuestro país a través de las extendidas políticas de disuasión nuclear de nuestro principal aliado, Estados Unidos.
Dar ese paso no fue fácil. Los neozelandeses se dividieron casi al 50/50: la mitad de ellos creían fervientemente que las armas nucleares eran indispensables para protegernos de las enormes potencias militares como la URSS. Muchos de ellos recordaban lo cerca que habíamos estado de ser invadidos por los japoneses en la Segunda Guerra Mundial, y estaban seguros de que había sido la bomba nuclear la que había disuadido a los japoneses de sus propósitos.
Nueva Zelanda también se enfrentó a unas presiones increíbles por parte de los gobiernos de nuestros aliados (Australia, Francia, Reino Unido y Estados Unidos) para que siguiéramos apoyando la disuasión nuclear y no abandonáramos la Alianza Occidental. Entre estas presiones estaban las amenazas al comercio; los intentos de infundir miedo, por ejemplo informando engañosamente que había submarinos soviéticos en la región; la suspensión de privilegios militares y diplomáticos, e incluso un acto terrorista por parte del gobierno francés que consistió en colocar bombas lapas en un barco de la paz para hundirlo en uno de nuestros puertos, asesinando a un miembro de la tripulación.
Superamos estas presiones con ayuda de amigos de todo el mundo. Algunos ex agentes de la CIA y del FBI nos advirtieron de los tipos de trucos sucios que probablemente nos harían, así que estábamos preparados y pudimos lidiar con ellos. Algunas asociaciones de mujeres de Estados Unidos organizaron campañas de “girlcoits” para oponerse a las amenazas comerciales que nos hizo el gobierno estadounidense (un girlcoit es lo opuesto de un boicot: muchos ciudadanos de ese país se afanaron por comprar “queso no nuclear” y “kiwis no nucleares” de Nueva Zelanda para apoyarnos).
El éxito de Nueva Zelanda me da esperanzas para lograr la creación de un mundo donde no existan armas nucleares. Fue gente común la que generó el cambio en la política neozelandesa: gente común con conciencia de que es moralmente repugnante amenazar con usar armas nucleares contra aquellos que no tienen ese tipo de armamento, y de que es suicida amenazar con su uso a los que sí lo tienen. De hecho, no hay manera alguna de usar armas nucleares que no perjudique a la gente inocente y a la creación misma. Si nosotros los neozelandeses pudimos basarnos en esta verdad para crear una nueva política gubernamental y para acabar con una adicción infundada a las armas nucleares, los demás también pueden.
En el siglo XXI tenemos la ventaja de poder actuar tanto local como globalmente: podemos hacer que se prohíban las armas nucleares en nuestros vecindarios, países o regiones, y al mismo tiempo promover la abolición global de las armas nucleares a través de la negociación de un tratado: una Convención sobre armas nucleares. Para guiar estas negociaciones, el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, ya empezó a hacer circular un borrador de este tratado (Modelo de la Convención sobre armas nucleares), que delinea los elementos legales, técnicos y políticos necesarios para conseguir y conservar un mundo sin armas nucleares.
El Modelo de la Convención sobre armas nucleares ha ayudado a hacer que la abolición de las armas nucleares pase de ser meramente un ideal, a ser un proceso práctico con un claro marco de referencia para el éxito. Las comunicaciones globales nos permiten a todos comprometernos de manera directa para hacer que esto suceda. Cada uno de nosotros puede usar Internet y visitar la página del Modelo de la Convención sobre armas nucleares (Model NWC, en inglés), así como el plan del Secretario General de las Naciones Unidas, que es un primer paso para la convención, y también las resoluciones de las Naciones Unidas invocando el inicio de las negociaciones. Podemos ponernos en contacto con nuestros gobiernos para impulsarlos a apoyar el inicio de las negociaciones. Si ellos titubean, podemos recurrir a nuestros parlamentos para animarlos a avanzar. ...O incluso a nuestros alcaldes, de los cuales más de 3,000 ya se unieron al llamado global para una convención sobre las armas nucleares.
El Presidente Obama nos ha brindado una oportunidad histórica al exponer la visión de un mundo sin armas nucleares, y ha dado inicio al proceso para conseguirlo. Es cierto que el Presidente Obama no se ha unido todavía al señor Ban Ki-moon en la promoción de una convención sobre armas nucleares: tal vez primero necesita conseguir que Rusia reduzca su arsenal, y que su propio senado ratifique el Tratado de prohibición completa de los ensayos nucleares. Pero nosotros no tenemos que esperar. Podemos apoyar la visión del Presidente Obama empezando a trabajar en una Convención sobre armas nucleares desde este momento. Al igual que la Convención sobre minas terrestres y la Convención sobre bombas de racimo, los gobiernos que compartan esta forma de pensar, así como la sociedad civil, pueden empezar las deliberaciones y negociaciones respecto a una Convención sobre armas nucleares, y este movimiento impulsará a otros países a unirse a ella.
Hay algo de cierto en el argumento de que las armas nucleares ya se adueñaron del territorio... y de que los Estados que se valen de armas nucleares podrían no firmar un tratado de abolición nuclear mientras no lo firmen también todos los demás; pero aun si esto es cierto, no debe impedir que las negociaciones empiecen. Los países pueden negociar un tratado y sin embargo conservar su derecho a no ratificarlo, o a que no entre en vigor sino hasta que los otros Estados que usan armas nucleares, o que podrían usarlas, también lo ratifiquen. Quiero aprovechar esta ocasión para agradecerle a la Fundación para la Forma de Vida Correcta el que se haya dado cuenta de que ahora es el momento adecuado para hacer un esfuerzo global a fin de crear una convención sobre las armas nucleares, y a destinar entonces este premio a ayudar a que dé frutos.
Para concluir, me gustaría volver a la red de Indra. He hablado principalmente de la pared de las armas nucleares y de los procesos políticos para derruir esa pared. No tuve tiempo de mencionar otros procesos, el más importante de los cuales es el de la educación sobre paz y desarme, que creo que es el instrumento más apropiado para derrumbar paredes y reemplazarlas por comprensión, respeto y relaciones mutuamente beneficiosas.
La educación sobre la paz puede ser muy sencilla. Puede consistir en una exploración de los costos de la violencia en casa, en la escuela y en el mundo, comparados con los beneficios de encontrar soluciones a los conflictos en las que todos salgan ganando. O bien, puede ser muy detallada e incluir análisis de las causas de fondo de los conflictos y el desarrollo de soluciones que tomen en consideración miles de factores. Lo importante es asegurar que a nuestra gente de todas las edades se le den oportunidades de estudiar y desarrollar filosofías y técnicas de paz. Yo soy testigo de que los niños están especialmente deseosos de aprender, y listos para usar esas filosofías y técnicas. Mi hija me sorprendió un día, cuando tenía apenas tres años, adoptando un papel de resolución de conflictos. Desde entonces he visto a niños de seis años, que participan en nuestros programas, ayudando efectivamente a mediar conflicto en la escuela, y a adolescentes que muestran mejores habilidades para la resolución de conflictos, mediación e intercesión que las mías.
Por último, quisiera mencionar brevemente otra muy seria amenaza para nuestra red global: el cambio climático. Y aplaudo a la Fundación para la Forma de Vida Correcta por otorgar un premio honorífico a David Suzuki por su trabajo en este campo. Sólo voy a comentar una de las muchas importantes sugerencias del doctor Suzuki; ésa que podría significar la mejor y más efectiva manera de que los individuos reduzcan considerablemente su “huella de carbono” y también contribuyan a erradicar el hambre en el mundo.
En 2006, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) dio a conocer que la industria global de ganado genera más emisiones de gases de efecto invernadero que todos los autos, camiones y aviones del mundo combinados. El doctor Rajendra Pachauri, jefe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático de las Naciones Unidas, dice que cambiar la dieta que incluye carne por una que sólo se base en vegetales sería más efectivo que, por ejemplo, cambiar un auto convencional por uno híbrido. El ganador del premio “Forma de vida correcta” Frances More Lappe, en Dieta para un Planeta Chico (Diet for a Small Planet), explica que el hecho de comer carne despoja a la población mundial del alimento que necesita. Se requiere veinte veces más tierra para producir carne que lo que se requiere para obtener una cantidad equivalente de proteína a partir de cultivos. Además, millones de toneladas de grano que se podrían usar para alimentar a la gente se les dan al ganado.
Al principio yo había dejado de comer carne y me volví vegetariano porque no podía soportar la idea de la violencia de matar animales. En ese tiempo creí que mi decisión era únicamente personal. Ahora puedo ver que el cambio de dieta es fundamental para lograr un mundo sustentable y, por consiguiente, está intrincadamente ligado a la paz y la justicia. Felicito a la Fundación del Premio “Forma de vida correcta” por hacer vegetariana esta cena, y al gobierno de Suecia por advertir al pueblo sueco sobre la “huella de carbono” de sus alimentos, dato que ya se incluye en algunas etiquetas de comestibles.
Los exhorto a que todos adoptemos y promovamos una dieta pacífica y ética mientras derrumbamos las paredes de la violencia y restauramos la red de Indra para que recupere toda su gloria.
Gracias.
Coordinador neozelandés de la Marcha Mundial
(Traducción de Patricia Straulino Peacock).
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