lunes, 3 de agosto de 2015

Depende: la lucrativa industria del turismo sexual

El turismo sexual se ha convertido en una categoría más de los viajes contemporáneos, al mismo nivel que el turismo cultural, el rural o el de playa. La expresión se forjó para dar nombre a una realidad, la de millones de personas viajeras que mantienen relaciones sexuales pagadas en sus lugares de destino.
Por Eva Peruga Sales para Esglobal

En nuestro empeño en construir realidades con el lenguaje, a la prostitución turística le ponemos la etiqueta de industria, una de las cinco más lucrativas en el marco de la ilegalidad y las actividades delictivas. Un cuadro de honor que comparte con el tráfico de seres humanos -indisociable del turismo sexual-, el de drogas, el de armas y la prostitución. Y se mantiene en una posición relevante sencillamente porque prospera en lugares o con personas que no consideran un delito la explotación sexual.
A nivel global este tipo de turismo victimiza a millones de seres humanos y, de la mano del tráfico de estos, reporta unas ganancias anuales de más de 30.000 millones de dólares (unos 27 millones de euros). La cadena de supermercados estadounidense Walmart lidera el ránking de la revista Fortune de las 500 empresas de Estados Unidos más importantes. En el 2014, logró 16.363 millones de dólares de ganancias.

“El turismo sexual replica roles basados en la desigualdad”
En gran medida. La industria necesita productos, en este caso, en forma de personas u otros seres vivos. El turismo de masas, que ya nada tiene que ver con las vacaciones de los ricos romanos fuera de sus ciudades o con el Gran Tour del Renacimiento, devora todo lo que encuentra por el camino, básicamente mujeres y niños con escasos o nulos recursos. La globalización de la pobreza ha arrastrado hacia esta nueva forma de colonización, como la define la economista Carmen Reinhart. En este contexto, “las mujeres de la periferia se convierten en el último bien (recurso virgen) que puede ser objeto de comercio sin escrúpulos”. En el plano de los roles, también se apunta la siguiente teoría: el Tercer Mundo se encuentra psicológicamente forzado al papel femenino de servidumbre, de ser penetrado por el dinero, contra su voluntad, mientras el Primer Mundo, que busca solo su satisfacción, adopta el rol masculino. Estados Unidos es el mayor consumidor de turismo sexual fuera de sus fronteras. Al ser un gran negocio sin fronteras que sobrevive también por su diversificación e interpretación se convierte en algo sumamente escurridizo. Pero los estudios son concluyentes, de la mano del turismo sexual llega la explotación de los menores y el tráfico de personas. Dado que es un consumo masivo, requiere una disposición masiva de productos.

“Es fácil dibujar un perfil del turista sexual”
No, nadie quiere definirse como tal. Los expertos engloban a este tipo de personas viajeras en al menos dos clases, las que acuden a un cierto país y lugar con el objetivo de mantener esas relaciones sexuales -disponen de canales informativos por especialidades– y las que, de forma ocasional, lo hacen. Si durante un viaje de trabajo, un hombre de negocios tiene un contacto sexual retribuido, ¿es un turista sexual? Si una mujer de un lugar turístico trabaja, pero recibe compensaciones regulares de los turistas extranjeros, ¿está en la industria del turismo sexual? Dibujar un perfil no es fácil. Hay diversidad en términos de nacionalidad, género, edad, estatus socioeconómico u origen étnico. Pero en este sector resulta pertinente el refrán: “la ocasión hace al ladrón”, seguramente porque no se contempla el turismo sexual como un síntoma de prostitución. Aunque una vez más los datos nos señalan que el mercado internacional de la prostitución replica la ruta del turismo sexual. Esto añade un nuevo factor de complejidad cuando se buscan definiciones, puesto que en muchas ocasiones son las personas dedicadas al turismo sexual las que han viajado para ello.
Los factores psicológicos que describen el comportamiento de muchos turistas, en el sentido de cambios de consciencia asociados a los contrastes, lo comparan algunos especialistas como el antropólogo Nelson Graburn con los rituales. Más de 600 millones de personas se desplazan anualmente para huir de una vida individualizada, para encontrar momentos de distensión, de evasión y de libertad. Pero sea de forma tradicional, pago de precio concertado, o informal, a través de regalos u otras prebendas, el escenario es de prostitución, sea la persona prostituida receptora o no de la compensación. Cierto es que caben mil y una interpretaciones intelectuales o categorizaciones para preguntarse por qué existe y tal vez cómo debe combatirse, pero la realidad es que hay tráfico de personas a su alrededor y que la pobreza alimenta esta industria. Como este no es un artículo sobre la prostitución no nos extenderemos en la palabra mágica: “consentimiento”. Solo una frase interesante. El pasado abril, Dinamarca prohibió la zoofilia, endureciendo la ley que los defensores de los animales consideraban que alentaba el turismo sexual con animales. El ministro danés de Agricultura, Dan Jorgensen, señaló que la legislación anterior era inadecuada, afirmando: “Es difícil probar que un animal sufre cuando una persona mantiene una relación con él, y es por esto que tenemos que otorgar al animal el beneficio de la duda”. Un beneficio de la duda con el que no cuentan las víctimas del turismo sexual. Al contrario, los efectos de la desigualdad y los estereotipos inventan un imaginario complaciente en el que etiquetan a esas víctimas como personas promiscuas.
Siguiendo el rastro de la publicidad, a veces sin disimulos, sobre los destinos sexuales, se reproduce el patrón de mujer pasiva, sumisa y complaciente. El lenguaje turístico refleja una ideología patriarcal, centrada en las normas heterosexuales, como señalan Nigel Pritchard y Annete Morgan. En general se repite la explotación sexual de mujeres del sur por parte de hombres del norte, un calco de las relaciones de poder internacionales. Patrones machistas que se reproducen en el nuevo turismo sexual musulmán. La prensa india publicó recientemente un reportaje sobre un sudanés, que dejó a su mujer y a sus dos hijos en Jartum para pasar un mes de vacaciones en India. Para ello, también compró a una menor del país, aunque la transacción con los padres de ella contó con la cobertura legal que da la religión musulmana cuando permite matrimonios de tiempo muy limitado para disponer sexualmente de una mujer y no ser mal visto.

“Esta industria es sólo para hombres”
No, claro. Quien no recuerda a la fantástica Charlotte Rampling en la cinta de Laurent Cantet Vers le Sud. La actriz británica interpreta a una cincuentona que pasa las vacaciones en las playas de Haití con un joven amante local de 18 años. Escenas que otras muchas mujeres maduras -se avanza la cifra de 600.0000- reproducen en países africanos, como Senegal y Kenia, o en las caribeñas Cuba y Jamaica. Estas viajeras sexuales mantienen oficialmente relaciones con saltimpankis, beach boys, bumsters, ratitutes, sanky pankies, eufemismos para nombrar a los jóvenes que ejercen la prostitución. Las llamadas sugar mamas en Kenia sucumben a los estereotipos de los cuentos de hadas de la infancia y visten el mercantilismo extremo del ocio con un bonito traje de aventura sentimental. Otra manera más de visualizar la desigual construcción social por la cual las mujeres no se atreven a desempeñar oficialmente el papel de explotadoras y dueñas del poder, designado para los hombres. A pesar de que las cuentas de esta gran industria confirman que las mujeres ayudan a hacerla cada día más abultada, las féminas están más bien del otro lado. El 98% de las víctimas de trata para fines de explotación sexual son mujeres y niñas. Tailandia recibe nueve millones de visitantes anuales, entre el 60% y el 70% son hombres; cuatro de cada diez viajan solos.

“El sexo con menores es la gran línea roja”
No está tan claro, reina la impunidad. Si la prostitución de los adultos es materia de debate y de posiciones muy enfrontadas, la de menores está universalmente condenada. No existe una definición jurídica de turismo sexual, pero sí normas que castigan el abuso infantil. A través de esos pequeños cuerpos se ha podido presionar para establecer una forma de regulación jurídica y policial, desarrollándose incluso leyes de aplicación extraterritorial. Más de dos millones de niños y de niñas se incorporan cada año a la rueda de la explotación sexual. La entrada de turistas en Camboya ha aumentado en un año un 65%, provocando una fuerte subida de la explotación de menores. Durante la celebrada Copa del Mundo en Suráfrica, en 2010, la prostitución infantil aumentó un 30%. Y en la de Alemania, en 2006, un estudio vinculó claramente la explotación sexual de los menores con el aumento del consumo de alcohol. UNICEF denuncia que el 30% de los menores entre 12 y 18 años en Kenia están implicados en la industria del turismo sexual. Pero el alcance real de esta plaga no está disponible. Las investigaciones sobre el tráfico de niños raras veces distinguen entre las víctimas con destino sexual y con destino económico u otros. Además, los informes disponibles tampoco diferencian entre mujeres y menores, entre niños y niñas o entre niños y adolescentes.

Si en cualquier paraíso tailandés, un turista normal tiene dudas sobre la edad de la persona local que acompaña al hombre maduro blanco, lo habitual es mirar hacia otro lado. En Tailandia pesa mucho también la tradición local del consumo de prostitución. El Gobierno de Paraguay presentó el mes pasado una campaña contra el turismo sexual de menores que lucirán los taxistas de Asunción, la capital. En sus coches llevarán distintivos para concienciar sobre este tema, además de un número de teléfono para denunciar ante la fiscalía los casos de explotación infantil. La impunidad es, por lo tanto, el terreno abonado para que pedófilos o no actúen en todo el mundo. El tráfico de niños y niñas secuestrados o comprados por proxenetas alimentan estos grandes focos de prostitución infantil. Esta explotación no distingue entre países desarrollados o no, está castigada en el Derecho internacional y cuentan con leyes específicas en más de 130 países. La Asociación de Transporte Aéreo Internacional (IATA) y la Organización Mundial del Turismo (OMT) han sumado esfuerzos para proteger a los niños, mientras diversos países occidentales han aprobado leyes para castigar este comportamiento por parte de sus ciudadanos incluso cuando tiene lugar fuera de sus fronteras. Todo papel mojado si las empresas turísticas y sus empleados no se hacen militantes de la tolerancia cero con el abuso de menores. Los empleados de los hoteles, bares, discotecas, taxis, recepciones, seguridad, todos ellos ven los delitos a diario. Tal vez, el turismo sexual con menores no está suficientemente condenado.
No hace falta decir que en los Estados con escaso músculo democrático, tocando desde el ámbito del poder hasta la ciudadanía, la protección contra estos abusos no está en el menú. En estos casos, las fuerzas de seguridad forman parte de la red de explotación que actúa, en muchas circunstancias, a la luz del día y ante los ojos de todo el mundo. Y si no estabas allí, junto a esa mesa, lo has visto cien veces en los reportajes de televisión. Por tanto, no se mueve totalmente en la clandestinidad. Incluso iniciativas como la del Parlamento ugandés que aprobó una ley para criminalizar el turismo sexual y la pedofilia tienen un corto recorrido. El mismo destino tiene el código ético de UNICEF sobre el turismo.
Si la presión para acabar con el abuso de los menores reúne consensos internacionales, el turismo sexual con adultos vive en el limbo. Hay acciones que tienen éxito, pero es difícil combinar legislaciones, costumbres, desigualdades e intereses. Por ejemplo, en 2003, una ONG contribuyó al cierre de Video Travel, un organizador de turismo sexual con base en Hawai, y apoyó la adopción de una ley regional prohibiendo dichas actividades en esta isla. Los sex tours e Internet generan sin parar nuevos flujos hacia las zonas marcadas con la bandera sexual. Conviene tener en cuenta, que este tipo de turismo también está implantado en casa, dentro del marco de la Unión Europea. Los autocares a las puertas de algunos locales son la fotografía de que el norte también existe. Tal vez por desarrollarse aquí se pone directamente la etiqueta de prostitución cuando, para ser rigurosos, tiene la de turismo sexual, puesto que la persona consumidora se desplaza más allá de su lugar de residencia con un objetivo claro.

“Este tipo de turismo sirve para levantar la economía”
Es una media verdad mortal. La adivinanza es sencilla. ¿Qué le sucede a un país cuya gente joven, menores y adolescentes son productos low cost? Inutilizar a este segmento de población no hace más que condenar al país a ser pobre para siempre. En Tailandia o en India, donde el proxenetismo campa a sus anchas, a la población infantil que enferma tras meses o años de prostitución la dejan en la calle sin amparo alguno. Contagiados por el sida o cualquier enfermedad de transmisión sexual, embarazos, invalidez por la violencia sufrida o enfermedades psicológicas. Y, por supuesto, su destrucción como individuos y la acumulación de secuelas psíquicas graves e irreversibles. Las consecuencias personales pasan a ser familiares y, luego, de la comunidad en unos escabrosos vasos comunicantes que condenan al país a ser un paria. Tal vez este panorama no sea suficiente para los análisis que bendicen los recursos aportados por el turismo sexual y la supuesta salvación económica que ello representa para las zonas pobres con alta densidad turística. En países asiáticos como Tailandia, Filipinas, Indonesia o Malasia la prostitución contribuye significativamente al PIB (entre un 2% y un 14%). En una espiral perversa, la creación de estas divisas actúa como muro de contención contra las medias de represión destinadas a los clientes. La reconversión de esta industria en otra sostenible y cumplidora con los derechos humanos parece, en estos momentos, una quimera. Y la teoría de la elección racional, el marco teórico en el que los seres racionales miden coste y beneficio, se impone en muchas ocasiones cuando alguien se dispone a medir la realidad del turismo sexual. El bienestar colectivo, el del país, supera a cualquier sufrimiento, según esta teoría, claro.
Fuente: Pressenza

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