El turismo sexual se ha convertido en una categoría más de los
viajes contemporáneos, al mismo nivel que el turismo cultural, el rural o
el de playa. La expresión se forjó para dar nombre a una realidad, la
de millones de personas viajeras que mantienen relaciones sexuales
pagadas en sus lugares de destino.
Por Eva Peruga Sales para Esglobal
En nuestro empeño en construir realidades con el lenguaje, a la
prostitución turística le ponemos la etiqueta de industria, una de las
cinco más lucrativas en el marco de la ilegalidad y las actividades
delictivas. Un cuadro de honor que comparte con el tráfico de seres
humanos -indisociable del turismo sexual-, el de drogas, el de armas y
la prostitución. Y se mantiene en una posición relevante sencillamente
porque prospera en lugares o con personas que no consideran un delito la
explotación sexual.
A nivel global este tipo de turismo victimiza a millones de seres
humanos y, de la mano del tráfico de estos, reporta unas ganancias
anuales de más de 30.000 millones de dólares (unos 27 millones de
euros). La cadena de supermercados estadounidense Walmart lidera el
ránking de la revista Fortune de las 500 empresas de Estados Unidos más importantes. En el 2014, logró 16.363 millones de dólares de ganancias.
“El turismo sexual replica roles basados en la desigualdad”
En gran medida. La industria necesita productos,
en este caso, en forma de personas u otros seres vivos. El turismo de
masas, que ya nada tiene que ver con las vacaciones de los ricos romanos
fuera de sus ciudades o con el Gran Tour del Renacimiento, devora todo
lo que encuentra por el camino, básicamente mujeres y niños con escasos o
nulos recursos. La globalización de la pobreza ha arrastrado hacia esta
nueva forma de colonización, como la define la economista
Carmen Reinhart. En este contexto, “las mujeres de la periferia se
convierten en el último bien (recurso virgen) que puede ser objeto de
comercio sin escrúpulos”. En el plano de los roles, también se apunta la
siguiente teoría: el Tercer Mundo se encuentra psicológicamente forzado
al papel femenino de servidumbre, de ser penetrado por el dinero,
contra su voluntad, mientras el Primer Mundo, que busca solo su
satisfacción, adopta el rol masculino. Estados Unidos es el mayor
consumidor de turismo sexual fuera de sus fronteras. Al ser un gran
negocio sin fronteras que sobrevive también por su diversificación e
interpretación se convierte en algo sumamente escurridizo. Pero los
estudios son concluyentes, de la mano del turismo sexual llega la
explotación de los menores y el tráfico de personas. Dado que es un
consumo masivo, requiere una disposición masiva de productos.
“Es fácil dibujar un perfil del turista sexual”
No, nadie quiere definirse como tal. Los expertos
engloban a este tipo de personas viajeras en al menos dos clases, las
que acuden a un cierto país y lugar con el objetivo de mantener esas
relaciones sexuales -disponen de canales informativos por especialidades–
y las que, de forma ocasional, lo hacen. Si durante un viaje de
trabajo, un hombre de negocios tiene un contacto sexual retribuido, ¿es
un turista sexual? Si una mujer de un lugar turístico trabaja, pero
recibe compensaciones regulares de los turistas extranjeros,
¿está en la industria del turismo sexual? Dibujar un perfil no es fácil.
Hay diversidad en términos de nacionalidad, género, edad, estatus
socioeconómico u origen étnico. Pero en este sector resulta pertinente
el refrán: “la ocasión hace al ladrón”, seguramente porque no se
contempla el turismo sexual como un síntoma de prostitución. Aunque una
vez más los datos nos señalan que el mercado internacional de la
prostitución replica la ruta del turismo sexual. Esto añade un nuevo
factor de complejidad cuando se buscan definiciones, puesto que en
muchas ocasiones son las personas dedicadas al turismo sexual las que
han viajado para ello.
Los factores psicológicos que describen el comportamiento de muchos
turistas, en el sentido de cambios de consciencia asociados a los
contrastes, lo comparan algunos especialistas como el antropólogo Nelson
Graburn con los rituales. Más de 600 millones de personas se desplazan
anualmente para huir de una vida individualizada, para encontrar
momentos de distensión, de evasión y de libertad. Pero sea de forma
tradicional, pago de precio concertado, o informal, a través de regalos u
otras prebendas, el escenario es de prostitución, sea la persona
prostituida receptora o no de la compensación. Cierto es que caben mil y
una interpretaciones intelectuales o categorizaciones para preguntarse
por qué existe y tal vez cómo debe combatirse, pero la realidad es que
hay tráfico de personas a su alrededor y que la pobreza alimenta esta
industria. Como este no es un artículo sobre la prostitución no nos
extenderemos en la palabra mágica: “consentimiento”. Solo una frase
interesante. El pasado abril, Dinamarca prohibió la zoofilia,
endureciendo la ley que los defensores de los animales consideraban que
alentaba el turismo sexual con animales. El ministro danés de
Agricultura, Dan Jorgensen, señaló que la legislación anterior era
inadecuada, afirmando: “Es difícil probar que un animal sufre cuando una
persona mantiene una relación con él, y es por esto que tenemos que
otorgar al animal el beneficio de la duda”. Un beneficio de la duda con
el que no cuentan las víctimas del turismo sexual. Al contrario, los
efectos de la desigualdad y los estereotipos inventan un imaginario
complaciente en el que etiquetan a esas víctimas como personas
promiscuas.
Siguiendo el rastro de la publicidad, a veces sin disimulos, sobre
los destinos sexuales, se reproduce el patrón de mujer pasiva, sumisa y
complaciente. El lenguaje turístico refleja una ideología patriarcal,
centrada en las normas heterosexuales, como señalan
Nigel Pritchard y Annete Morgan. En general se repite la explotación
sexual de mujeres del sur por parte de hombres del norte, un calco de
las relaciones de poder internacionales. Patrones machistas que se
reproducen en el nuevo turismo sexual musulmán. La prensa india publicó
recientemente un reportaje sobre un sudanés, que dejó a su mujer y a sus
dos hijos en Jartum para pasar un mes de vacaciones en India. Para
ello, también compró a una menor del país, aunque la transacción con los
padres de ella contó con la cobertura legal que da la religión
musulmana cuando permite matrimonios de tiempo muy limitado para
disponer sexualmente de una mujer y no ser mal visto.
“Esta industria es sólo para hombres”
No, claro. Quien no recuerda a la fantástica Charlotte Rampling en la cinta de Laurent Cantet Vers le Sud.
La actriz británica interpreta a una cincuentona que pasa las
vacaciones en las playas de Haití con un joven amante local de 18 años.
Escenas que otras muchas mujeres maduras -se avanza la cifra de
600.0000- reproducen en países africanos, como Senegal y Kenia, o en las
caribeñas Cuba y Jamaica. Estas viajeras sexuales mantienen
oficialmente relaciones con saltimpankis, beach boys, bumsters, ratitutes, sanky pankies, eufemismos para nombrar a los jóvenes que ejercen la prostitución. Las llamadas sugar mamas
en Kenia sucumben a los estereotipos de los cuentos de hadas de la
infancia y visten el mercantilismo extremo del ocio con un bonito traje
de aventura sentimental. Otra manera más de visualizar la desigual
construcción social por la cual las mujeres no se atreven a desempeñar
oficialmente el papel de explotadoras y dueñas del poder, designado para
los hombres. A pesar de que las cuentas de esta gran industria
confirman que las mujeres ayudan a hacerla cada día más abultada, las
féminas están más bien del otro lado. El 98% de las víctimas de trata
para fines de explotación sexual son mujeres y niñas. Tailandia recibe
nueve millones de visitantes anuales, entre el 60% y el 70% son hombres;
cuatro de cada diez viajan solos.
“El sexo con menores es la gran línea roja”
No está tan claro, reina la impunidad. Si la
prostitución de los adultos es materia de debate y de posiciones muy
enfrontadas, la de menores está universalmente condenada. No existe una
definición jurídica de turismo sexual, pero sí normas que castigan el
abuso infantil. A través de esos pequeños cuerpos se ha podido presionar
para establecer una forma de regulación jurídica y policial,
desarrollándose incluso leyes de aplicación extraterritorial. Más de dos
millones de niños y de niñas se incorporan cada año a la rueda de la
explotación sexual. La entrada de turistas en Camboya ha aumentado en un
año un 65%, provocando una fuerte subida de la explotación de menores.
Durante la celebrada Copa del Mundo en Suráfrica, en 2010, la
prostitución infantil aumentó un 30%. Y en la de Alemania, en 2006, un
estudio vinculó claramente la explotación sexual de los menores con el
aumento del consumo de alcohol. UNICEF denuncia que el 30% de los
menores entre 12 y 18 años en Kenia están implicados en la industria del
turismo sexual. Pero el alcance real de esta plaga no está disponible.
Las investigaciones sobre el tráfico de niños raras veces distinguen
entre las víctimas con destino sexual y con destino económico u otros.
Además, los informes disponibles tampoco diferencian entre mujeres y
menores, entre niños y niñas o entre niños y adolescentes.
Si en cualquier paraíso tailandés, un turista normal tiene
dudas sobre la edad de la persona local que acompaña al hombre maduro
blanco, lo habitual es mirar hacia otro lado. En Tailandia pesa mucho
también la tradición local del consumo de prostitución. El Gobierno de
Paraguay presentó el mes pasado una campaña contra el turismo sexual de
menores que lucirán los taxistas de Asunción, la capital. En sus coches
llevarán distintivos para concienciar sobre este tema, además de un
número de teléfono para denunciar ante la fiscalía los casos de
explotación infantil. La impunidad es, por lo tanto, el terreno abonado
para que pedófilos o no actúen en todo el mundo. El tráfico de niños y
niñas secuestrados o comprados por proxenetas alimentan estos grandes
focos de prostitución infantil. Esta explotación no distingue entre
países desarrollados o no, está castigada en el Derecho internacional y
cuentan con leyes específicas en más de 130 países. La Asociación de
Transporte Aéreo Internacional (IATA) y la Organización Mundial del
Turismo (OMT) han sumado esfuerzos para proteger a los niños, mientras
diversos países occidentales han aprobado leyes para castigar este
comportamiento por parte de sus ciudadanos incluso cuando tiene lugar
fuera de sus fronteras. Todo papel mojado si las empresas turísticas y
sus empleados no se hacen militantes de la tolerancia cero con el abuso
de menores. Los empleados de los hoteles, bares, discotecas, taxis,
recepciones, seguridad, todos ellos ven los delitos a diario. Tal vez,
el turismo sexual con menores no está suficientemente condenado.
No hace falta decir que en los Estados con escaso músculo
democrático, tocando desde el ámbito del poder hasta la ciudadanía, la
protección contra estos abusos no está en el menú. En estos casos, las
fuerzas de seguridad forman parte de la red de explotación que actúa, en
muchas circunstancias, a la luz del día y ante los ojos de todo el
mundo. Y si no estabas allí, junto a esa mesa, lo has visto cien veces
en los reportajes de televisión. Por tanto, no se mueve totalmente en la
clandestinidad. Incluso iniciativas como la del Parlamento ugandés que
aprobó una ley para criminalizar el turismo sexual y la pedofilia tienen
un corto recorrido. El mismo destino tiene el código ético de UNICEF
sobre el turismo.
Si la presión para acabar con el abuso de los menores reúne consensos
internacionales, el turismo sexual con adultos vive en el limbo. Hay
acciones que tienen éxito, pero es difícil combinar legislaciones,
costumbres, desigualdades e intereses. Por ejemplo, en 2003, una ONG
contribuyó al cierre de Video Travel, un organizador de turismo sexual
con base en Hawai, y apoyó la adopción de una ley regional prohibiendo
dichas actividades en esta isla. Los sex tours e Internet
generan sin parar nuevos flujos hacia las zonas marcadas con la bandera
sexual. Conviene tener en cuenta, que este tipo de turismo también está
implantado en casa, dentro del marco de la Unión Europea. Los autocares a
las puertas de algunos locales son la fotografía de que el norte también existe.
Tal vez por desarrollarse aquí se pone directamente la etiqueta de
prostitución cuando, para ser rigurosos, tiene la de turismo sexual,
puesto que la persona consumidora se desplaza más allá de su lugar de
residencia con un objetivo claro.
“Este tipo de turismo sirve para levantar la economía”
Es una media verdad mortal. La adivinanza es sencilla. ¿Qué le sucede a un país cuya gente joven, menores y adolescentes son productos low cost?
Inutilizar a este segmento de población no hace más que condenar al
país a ser pobre para siempre. En Tailandia o en India, donde el
proxenetismo campa a sus anchas, a la población infantil que enferma
tras meses o años de prostitución la dejan en la calle sin amparo
alguno. Contagiados por el sida o cualquier enfermedad de transmisión
sexual, embarazos, invalidez por la violencia sufrida o enfermedades
psicológicas. Y, por supuesto, su destrucción como individuos y la
acumulación de secuelas psíquicas graves e irreversibles. Las
consecuencias personales pasan a ser familiares y, luego, de la
comunidad en unos escabrosos vasos comunicantes que condenan al país a
ser un paria. Tal vez este panorama no sea suficiente para los análisis
que bendicen los recursos aportados por el turismo sexual y la supuesta
salvación económica que ello representa para las zonas pobres con alta
densidad turística. En países asiáticos como Tailandia, Filipinas,
Indonesia o Malasia la prostitución contribuye significativamente al PIB
(entre un 2% y un 14%). En una espiral perversa, la creación de estas
divisas actúa como muro de contención contra las medias de represión
destinadas a los clientes. La reconversión de esta industria en otra
sostenible y cumplidora con los derechos humanos parece, en estos
momentos, una quimera. Y la teoría de la elección racional, el marco
teórico en el que los seres racionales miden coste y beneficio, se
impone en muchas ocasiones cuando alguien se dispone a medir la realidad
del turismo sexual. El bienestar colectivo, el del país, supera a
cualquier sufrimiento, según esta teoría, claro.
Fuente: Pressenza
lunes, 3 de agosto de 2015
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