Buenas tardes a todas y todos. Celebramos estos primeros diez años de
la cadena Telesur, la cual representa una muestra viva de que la
ampliación de horizontes es posible, si la dignidad y creatividad
humanas deciden elevarse por sobre la aparente determinación de lo dado.
Agradecemos a las trabajadoras, trabajadores, coordinadores y
directivos de Ciespal, hogar de este congreso tan importante para la
reflexión conjunta acerca de la relación entre comunicación e
integración regional. Agradecemos a los aquí presentes, verdaderos
protagonistas de este evento. También agradecemos a nuestros compañeros
del Foro de Comunicación para la Integración de NuestrAmérica, quienes
sugirieron la participación de nuestra agencia Pressenza en este panel.
Quisiéramos compartir algunas ideas en referencia a la relación entre
movimientismo social, integración y comunicación y la imprescindible
dirección democratizadora que esta relación conlleva.
Entrando en materia, nos preguntamos: ¿Qué son los movimientos
sociales? No cabe duda que son una expresión colectiva y organizada de
necesidades postergadas por realidades vigentes. Su sola existencia
indica a la sociedad la exigencia de su transformación. Los movimientos
sociales son una voz que reclama espacio desde la marginación de
derechos inobjetables pero objetados. Los movimientos son el reflejo
articulado de un clamor que convierte al sometimiento objetivo en
subjetividad altiva y rebelde. Son esencialmente proclama, pero también
acción. Acción reivindicativa y crecientemente autogestiva.
Los movimientos sociales ya no esperan el milagro condescendiente de
los poderes establecidos; son constructores de realidad, al tiempo que
van creando conciencia de futuro. Su pertenencia a la base social les
confiere legitimidad. Son la real existente soberanía. Sin embargo, si
tal proximidad a la gente desaparece, se transforman en estructuras
burocráticas cuyo protagonismo continúa, pero ya exánime, carente de
alma. Al constituir esencialmente una voz, una proclama, los movimientos
son actores primarios de propagación y comunicación. Por tanto, quien
pretenda devolverle al colectivo social su soberanía arrebatada, quien
asuma como justo darle nuevamente voz y protagonismo comunicacional a
los pueblos, encontrará en los movimientos sociales agentes de
comunicación de primerísima y primarísima importancia.
Hay fenómenos en la actualidad que constituyen una renovación en el
campo de los movimientos sociales. Entre estos fenómenos encontramos la
creciente participación ciudadana y la movilización espontánea en su
variante específica – cuando la reivindicación es puntual – y en su
modalidad difusa – cuando la protesta se corresponde con cierto malestar
social y sus proclamas constituyen un catálogo inespecífico y, en
algunos casos, hasta contradictorio.
Estas expresiones trabajan a modo de marea, apareciendo y
desapareciendo del escenario social. Sin embargo, en proceso y
abandonando el simple motín catártico, las formas súbitas, más o menos
espontáneas de movilización, pueden dar lugar a verdaderos movimientos
sociales que operen como trasfondo de núcleos más orgánicos que doten de
permanencia y estructuralidad al fenómeno.
Por otro lado, los movimientos sociales, inicialmente particulares en
su reclamo, llegan rápidamente hacia la comprensión sistémica de la
opresión. En ese punto se solidarizan y hacen causa común con otros
luchadores y activistas del cambio. Comprenden claramente cómo la
opresión se sirve de instrumentos de presión subjetiva que propagan
valores intangibles, creencias, cuya misión es lograr la resignación
social para con las situaciones de injusticia y violencia que padecen
los grandes conjuntos. He aquí la función de policía ideológica y
valórica con la que cumplen los medios de prensa y entretenimiento
concentrados en su propiedad y a la vez y lamentablemente, demasiado
expandidos en cuanto a su influencia. Estos medios cuyo primario está en
lucrar a toda costa, sirven al poder de manera directa pretendiendo
mostrar y demostrar que, en definitiva, nada se puede contra la
maquinaria del poder.
Recapitulando, llegamos a un primer escalón de comprensión partiendo
de la necesidad básica de las personas, que se expresa
intersubjetivamente como acción de transformación a partir de la
articulación de movimientos sociales. Estos son protagonistas primarios
de una comunicación transformadora. Por otra parte, en el otro polo,
están los medios instalados, que pregonan justamente el contracambio.
Por tanto, en la lógica de la ampliación de la comunicación para la
superación de situaciones de opresión, se encuentra la necesaria derrota
de los medios del statu quo. Eso significa la democratización de la
palabra.
Del mismo modo, el mundo conectado en tiempo real (si es que así
puede llamarse a una sustancia tan volátil y difícil de asir como el
tiempo mismo), otorga la posibilidad de conectar situaciones en
apariencia distantes entre sí. Así, por afinidad de procesos, los
movimientos sociales van creando redes mayores, que ven en el orden
mundial de la globalización, el mismo intento de opresión esta vez a
escala mayor. De este modo, aparece la solidaridad global y la necesidad
de articular formas diferentes a las que pretende imponer la lógica del
dominio corporativo transnacional.
He aquí que cobra sentido, para los movimientos sociales, la idea de
participar activamente en la construcción de un modelo de integración
regional en base a agendas de superación del dolor y el sufrimiento que
padecen todavía las grandes mayorías.
Y esta agenda de transformaciones, ahora regional y solidariamente
mundial, requiere de un activismo comunicacional que logre ofrecer una
percepción distinta de la convencional, capaz de captar la adhesión de
grandes conjuntos humanos al proyecto integrador y democratizador. Esta
comunicación es necesariamente coherente con el modelo que se busca, un
modelo de creciente participación humana en las decisiones comunes, un
modelo de diversidad, pero también de convergencia desde la pluralidad.
Una comunicación que crezca desde los diferentes entornos y colectivos
arraigados en la base social y que sea el motor fundamental de la
comunidad entre pueblos y naciones.
Una comunicación que sea reflejo de una democracia renovada,
consciente de las potencialidades humanas transformadoras y que eleve la
representatividad de base a categoría fundacional de un nuevo momento
histórico.
Todo esto no puede sin embargo plantearse sólo en abstracto, sino
mirando claramente las condiciones que nos pone la situación actual en
términos mundiales.
Por un lado, vemos cómo la dictadura corporativa intenta afianzar y
legalizar su situación de preeminencia mediante la firma de
megatratados, negociados a espaldas de la gente y en secreto. Al mismo
tiempo, la presión de los centros financieros se dedica a ahogar
opciones que emergen de las nuevas sensibilidades contestatarias.
Por otro lado, la sensibilidad rebelde a las circunstancias de la
opresión también se ha mundializado, apareciendo en todas las latitudes
y, sobre todo, haciendo carne en las generaciones jóvenes, lo cual
augura su seguro triunfo.
También constituye un gran aporte en este sentido, el avance
integrador y multilateral que se va gestando a nivel institucional,
constituyéndose en reclamo unívoco de transformación de estructuras
internacionales caducas, heredadas del siglo anterior.
En nuestra región latinoamericano caribeña, pueden constatarse grandes
avances y algunas carencias a contrarrestar de modo inmediato.
El movimientismo social ha aumentado, siendo factor de significancia
primordial en términos de legitimación de la política. Los movimientos
se han diversificado y expandido, cubriendo los distintos aspectos de la
esfera social. Se ha hecho corriente la práctica de la movilización en
favor de la ampliación de derechos en todos los segmentos sociales,
cobrando así los derechos humanos una creciente vigencia en la
consciencia personal y social e idealmente en leyes que van haciendo
plástica y efectiva esta consciencia en el escenario público.
Estamos avanzando para superar la discriminación, la violencia en
todas sus facetas, estamos avanzando en el reconocimiento de la
diversidad y el derecho a la autonomía cultural, estamos intentando
avanzar en la posibilidad de que ningún ser humano esté en sus
posibilidades por debajo ni por encima de otro, pero sobre todo, estamos
comprendiendo que es necesario también que algo cambie en nosotros –
sobre todo los más viejos – para fomentar una nueva cultura de la
horizontalidad, del reconocimiento del otro, para crear nuevos
horizontes que no se atasquen con las anclas del pasado.
En todos estos avances, ha sido muy importante la decidida tarea de
algunos gobiernos, que creemos genuinamente, haciendo frente al enorme
lastre histórico en términos de expoliación objetiva y sometimiento
cultural, avanzando pese a la intensa y cerrada oposición que han
encontrado en los sectores de poder, más allá de todo error que pudieran
haber cometido, se han dado a la tarea de corporizar las demandas de
los movimientos y la base social, buscando un nuevo paradigma alejado de
la insensibilidad neoliberal y su mandato destructivo. En esa búsqueda
de un nuevo consenso ya no dependiente de aquel mal llamado consenso de
Washington – en realidad imposición de Washington – es que la región ha
ido construyendo sus formas integradoras. Es importante agradecer el
gran esfuerzo hecho por esos gobiernos transformadores. Y también es
importante que aquellos gobiernos más reacios a romper con moldes
dependientes, comprendan que ese sendero, más allá del breve espejismo
de una extensión de consumo – funcional a la mantención del capitalismo –
no resolverá ni las inequidades, ni las iniquidades de este modelo de
vida no colaborativo.
Sin embargo, la integración hoy requiere de un nuevo impulso que sólo
puede provenir de su base social, de sus movimientos, de su gente. Por
ello, es que tenemos que profundizar en el protagonismo de cada uno,
superando todo paternalismo, mostrando en nuestras agendas informativas y
de comunicación, cómo es la gente misma la que va construyendo la
realidad todos los días, extendiendo cada vez más la actividad de la
comunicación para que comunicar esté efectivamente en las manos de cada
uno y de los colectivos sociales en los que la gente encuentra expresión
articulada de sus necesidades.
Hay que agregar savia, impulso, renovación y porque no una buena
cuota de transgresión y crítica regeneradora al esfuerzo institucional
integrador, para que éste no se convierta en una nueva burocracia sin
conexión con la gente, para ir corrigiendo sus carencias, pero también
para ayudar a prevenir sus desvíos.
En este contexto de convergencia plural, nos parece importante
alertar sobre cualquier intento que pretenda imponer matrices
confesionales a la integración regional. Integración e integrismo, son
conceptos esencialmente opuestos, aun cuando guarden alguna proximidad
fonética. Mientras el integrismo exige uniformidad y aceptación
dogmática, toda integración verdadera se nutre y enriquece del arcoíris
de posiciones que convergen en direcciones elegidas.
Desde la comunicación, desde la movilización y organización social
podemos entonces ayudar a conectarnos con la tendencia de integrar, de
superar fronteras ficticias, de armonizar diferencias menores entre
pueblos hermanos, de ampliar la libertad humana sin límites. A través de
la comunicación, podemos crear consciencia de que un mundo diferente,
cuya prioridad sea el desarrollo y la felicidad del cada ser humano, no
sólo es posible, sino imprescindible. Esa comunicación requiere
participación y articulación. En nuestra opinión, de eso se trata.
Fuente: Pressenza
lunes, 27 de julio de 2015
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