Por Manipadma Jena
NIYAMGIRI, India, jul 2015 (IPS) – Un grupo de mujeres en el
oriental estado de Odisha, en India, danza rítmicamente y ofrece una
canción al dios del bosque a cambio de una cosecha abundante.
Con ollas de barro en la cabeza y sus criaturas espirituales a
cuestas -una paloma y una gallina- parten a pie desde Kadaraguma, su
pueblo situado en la cordillera de Niyamgiri, en el distrito Rayagada.
“Somos dongria kondhs. Nos vamos a morir sin nuestros cerros y semillas sagradas”: sacerdotisa de Niyamgiri.
Pertenecientes a la tribu de los dongria kondhs, habitantes de los
bosques que veneran a las colinas circundantes como la morada sagrada de
su dios Niyam Raja, estas mujeres son sacerdotisas, conocidas en el
dialecto local como “bejunis”.
La ceremonia es la primera etapa de un viaje a un pueblo vecino para
recoger una rara variedad de mijo, el alimento básico de la tribu de más
de 10.000 habitantes.
En el pasado, el cereal resistente y de alto valor nutritivo se
cultivaba en enormes extensiones de tierra en toda India. Aquí, en las
colinas de Niyamgiri, los dongria kondhs creen firmemente en los
beneficios del mijo y dedican partes de las laderas montañosas a su
producción.
Sin embargo, en las últimas décadas el desarrollo industrial y minero
en este estado rico en recursos minerales absorbió muchas hectáreas de
tierra y relegó a un segundo lugar al cultivo resistente a la sequía.
Un programa público que subsidia al arroz también contribuyó con la
merma en la producción y el consumo del mijo, para consternación de las
comunidades indígenas que aseguran que su fuente local de alimentos no
solo protege su salud, sino que también posee valor espiritual y
cultural.
“Somos dongria kondhs. Nos vamos a morir sin nuestros cerros y
semillas sagradas”, afirma una de las sacerdotisas en diálogo con IPS.
Decididas a preservar el mijo, las sacerdotisas van de puerta en
puerta, de pueblo en pueblo, alentando a sus pobladores a recuperar su
singular patrimonio.
Un complejo ritual
“Cuando era niña, me enteré de que cosechábamos más de 30 variedades
tradicionales de mijo”, recuerda Dasara Kadraka, que con 68 años es la
sacerdotisa más veterana de las 22 aldeas que colaboran en la
preservación del cereal.
“Hace 10 años se había reducido a 11 variedades, y en la actualidad, solo se cultivan dos”, añadió en diálogo con IPS.
Dasara es oriunda de Kadaraguma, una aldea de 31 casas que desempeña
un papel fundamental en la recolección de las semillas, que consiste en
un complejo ritual.
Las semillas se distribuyen luego en partes iguales entre cinco
familias de la aldea de las sacerdotisas viajeras, para que las siembren
en junio. Gracias a la lluvia, la cosecha resultante en diciembre
equivale, en promedio, a 50 veces la cantidad de semilla sembrada.
Como pago, las sacerdotisas les entregan ocho canastos del cereal a
sus vecinos, el doble de las semillas que recibieron al principio.
Las noticias sobre las variedades poco comunes de semillas se pasan
de boca en boca. Miembros de la comunidad dom, vecina de los dongria
kondhs, actúan de mensajeros.
Las visitas de los doms a localidades lejanas permitieron
recientemente la preservación de dos especies de mijo en desaparición:
el “khidi janha”, emparentado con el sorgo, en el pueblo de Jangojodi, y
una versión del mijo cola de zorra, llamado “kanga-arka”, en la aldea
de Sagadi.
Hábitos locales, dietas saludables
Hace 60 años el mijo ocupaba 40 por ciento de las tierras cultivadas
con cereales en India. En la actualidad, esa cifra cayó a apenas 11 por
ciento.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura (FAO) revela que la producción de mijo comenzó a descender
con el cambio de milenio, y que los niveles en 2010 apenas superan los
de 1990.
En Niyamgiri, las cifras son peores.
“El plan del gobierno que fomenta cultivos comerciales como el ananá,
la cúrcuma y el jengibre en la comunidad dongria kondh invadió 50 por
ciento de las tierras dedicadas al mijo en los últimos 15 años”, aseguró
Susanta Kumar Dalai, un voluntario del sector social que trabaja con la
tribu.
Como el mijo crece bien en entornos adversos, prospera en condiciones
de sequía y no requiere de riego más allá de la lluvia habitual, las
comunidades rurales no se explican la decisión del gobierno que pretende
limitar su producción.
El mijo también aporta altas cantidades de proteínas, vitamina B y
minerales como magnesio, potasio, zinc y cobre a los pueblos tribales, y
llena vacíos nutricionales que no se pueden complementar con otros
alimentos más costosos.
La desnutrición en Niyamgiri es común, y el hambre extrema, que el
gobierno mide según su referencia de una ingesta diaria de 2.400
calorías, alcanza a 83 por ciento de la población.
Los lugareños aseguran a IPS que las prácticas agrícolas
tradicionales, como los cultivos mixtos y los hábitos alimenticios
antiguos, podría resolver muchos problemas.
“Cuando teníamos más variedades de mijo sembrábamos hasta nueve
cereales y lentejas diferentes en una parcela”, explica Krusna Kadraka,
de 53 años y jefe de la aldea de Kadaraguma.
Al momento de la cosecha, cada casa tenía varias “gulis” (cestas de
bambú con capacidad de hasta 200 kilogramos) llenas de cereales.
Ahora que las variedades de cereales son remplazadas por monocultivos
como el arroz, 27 de los 31 hogares del pueblo apenas cosechan dos
gulis de granos al año en sus parcelas individuales de una hectárea.
El sistema de castas cerealero
Mankombu Sambasivan Swaminathan, un destacado genetista de 88 años, dijo
a IPS que India desarrolló una “jerarquía de los granos”, por la cual
el arroz blanco –un cultivo lucrativo para los empresarios que venden
fertilizantes y una importante fuente de ingresos fiscales producto de
la exportación- es considerado superior a los cultivos más
tradicionales.
Ante la insistencia de Swaminathan, el mijo será incluido en el
sistema público de distribución de alimentos, que entrega cereales
subsidiados a dos tercios de los 1.200 millones de habitantes de India,
alimentando a 820 millones de personas.
Aunque el sistema está plagado de corrupción, convirtió a grandes
poblaciones rurales en consumidoras de arroz y relegó al mijo al lugar
de grano “ordinario”, destinado a convertirse en forraje para el ganado y
no en alimento básico para los seres humanos.
Swaminathan subraya que no solo quiere que el gobierno de India
reconozca al mijo, sino que pretende que la Organización de las Naciones
Unidas dedique un año internacional a lo que él llama el “cultivo
huérfano” porque, aunque antaño fue muy popular, ahora está abandonado
por un sistema cada vez más globalizado e impulsado por las
exportaciones.
Esa medida podría ser justo lo que necesita India, que tiene una de
las tasas más altas de hambre en el mundo. Según la FAO, 194,6 millones
de personas están “desnutridos” en este país.
La Organización Mundial de la Salud calcula que 1,3 millones de niños y niñas mueren de desnutrición cada año en India.
Este reportaje forma parte de una serie concebida en colaboración con Ecosocialist Horizons.
Editado por Kanya D’Almeida / Traducido por Álvaro Queiruga
Fuente: Pressenza
miércoles, 29 de julio de 2015
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