martes, 3 de enero de 2012

HUGO ARAYA.


por Pía Figueroa

Cuando los irreverentes dejan de estar con nosotros, cuando los valientes mueren, cuando su más agudo sentido del humor no pone ya de manifiesto las contradicciones en las que vivimos, nos resulta grande su ausencia. Caemos en cuenta de cuánto valorábamos su compañía, su afecto, su sinceridad e incluso sus silencios rebeldes.

Pressenza, Santiago de Chile. Hugo Araya se fue con discresión, sin sufrimiento, velozmente. Se fue como vivió: haciendo manifiesto su enorme respeto por la libertad y por la intimidad. Se dió el tiempo necesario y - sin estridencias - partió raudo desde la etapa en la que estaba sin duda mejor que nunca. Pudo haber sido un paro cardíaco, o simplemente se quedó en el sueño... no lo sabemos. Pero tenemos la certeza de que no quiso molestar a nadie y se entregó a su tránsito en paz.
Este humanista que sumó esfuerzos de rebelión ante la dictadura, que luego recorrió el país golpeando puerta a puerta para ir formando el primer partido de oposición que se legalizara, que fue de los voluntarios incansables de las campañas parlamentarias y puente entre distintos cargos del gobierno democrático y la base social, pasó posteriormente a aportar su formidable sentido del humor a las causas del desarme y de la convergencia entre las diversas culturas.
En los últimos años, Hugo tomó su propio destino y trabajó en la búsqueda de lo trascendente. Con su amor por Budha, estudió en profundidad a Silo y emprendió el camino de la meditación para ir al encuentro de la Mente.
Y una vez que sintió que podía comprender y vivir con coherencia, se ofreció nuevamente para ser un voluntario difundiendo estas ideas y debatiéndolas desde la Feria del Libro, en el intercambio muy activo con diversos grupos, marchando codo a codo con los estudiantes y por una Patagonia Sin Represas, moviéndose para denunciar lo inaceptable.
Elevamos hoy nuestros más profundo agradecimiento por su amistad y por la posibilidad de haber hecho juntos un tramo de esta ruta, en la confianza de su luminosa transformación.

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