viernes, 20 de enero de 2012
LOS FUNDAMENTALISMOS COMO FALSEDAD VITAL.
por Joaquín Arduengo
El fenómeno humano escapa a una interpretación unilateral, porque en su misma estructura está sometido a un paisaje interno y uno externo. Por una parte el primero afecta al segundo y a la inversa. A un objeto le es indiferente la mirada que se aplica sobre él, sea estética, política o religiosa, sino que estableceremos su calidad según ualquiera de esas u otras dimensiones, de acuerdo al tipo de mirada que posemos sobre él. No obstante al estar allí, en el mundo, cualquier objeto, nos impele, nos obliga a operar sobre él.
Pressenza, Santiago de Chile. El acuerdo sobre un objeto, incluso sus oposiciones de interpretación no puede ser regido por supuestas leyes objetivas o transversales, porque está sencillamente predeterminado de cualquier forma por el tipo de mirada sobre él. Ya sea en una u otra posición ese objeto se establecerá real o vigente en un hecho que se formaliza en cultura. Sin embargo también ese objeto, ahora cultural, puede estar muerto como tal, como si fuese un fenómeno que tuvo su ciclo vital y que cumplió con su condición de ser en el mundo, para quedar como un acto latente de memoria sin espíritu.
El desfortunio radica en considerar vigente un dato de memoria que no coincide con la realidad, caso en el cual, su calidad cultural está perdida o a lo más es un pálido reflejo de su vitalidad ya ida. Pasa a constituirse en un esquema, una suerte de costumbre que aceptamos como si fuera la realidad misma. En esa posición es un riesgo intentar ponerlo entre comillas, puesto que quienes lo suponen culturalmente vigente y actuante, sentirán que tal posibilidad agrede su propia vida, porque sencillamente es parte de su propia constitución.
Las miradas fundamentalistas operan de este modo y los objetos se constituyen entonces, ya no en su expresión, sino en razones que fortifican ese objeto ante el “ataque” de una mirada escrutadora. Tal vez una de las características del fundamentalismo es justamente la de secuestrar la intención interrogativa del sujeto que fundamentaliza o de oponerse sin vacilación a la de otro que desea que esa intención opere. Es tal la fuerza que se imprime en la cenestesia mental que la conciencia, opera en un primer momento con lógica racionalidad, para luego derivar a sus extremos llegando a un misticismo mágico inclaudicable, capaz de explicarse a si mismo, haciéndolo tan real que no es posible rodear al objeto sin desprenderse de argumentos que fortalecen aún más los barrotes de tan extraña cárcel.
Así, los argumentos ya no pueden ser confrontados por otros, a veces de la misma calidad mágica, con lo que los factores tensionales llegan a niveles absurdos, porque en tal situación tanto unos como otros consideran que su fundamentación es la realidad misma. Por tanto no existe posibilidad de interrelación, porque la única vía de libertad está dada justamente por la capacidad de poner entre signos de interrogación a ese objeto para que nos muestre su vigencia cultural o simplemente se transforme en otro para renovar su vigencia. Pues bien, el fundamentalismo conservador negará esa posibilidad porque su arraigo está en lo viejo, en lo que cuyo valor está en lo ido en lo perecido culturalmente.
El fundamentalismo es una capacidad falsamente coherente, porque padece del error de establecerse como mentira, una suerte de seguro para un tipo de conciencia que se refugia a si misma huyendo de su propia intencionalidad. El argumento de “principios superiores” que adopta tal conciencia se origina en una suerte de sentir verdadero y un pensamiento falso. Así, este tipo conciencia se guarece en la posibilidad registrada como verdadera, pero sin confrontar lo falso, porque supone dejar el refugio hallado y no está dispuesta a hacerlo. Allí radica una compañía indeseable que se denomina temor, con su carga formidable de imposiciones, deberes, normas, principios rectores y verdades absolutas, en síntesis de violencia.
Por ello, la conciencia fundamentalista necesita de representaciones que oculten el objeto muerto detrás de bastimentos que le hagan parecer existente. Lo secundario adopta el ropaje de primacía, al tiempo que niega y aísla como a la peste la “insurrección libertaria” de nuevas posibilidades creadoras.
La tragedia de esta visión es que el registro del si mismo tendrá necesariamente una carga de confusión, porque se quiera o no, al existir confrontación entre lo que se siente y se piensa, torna insuficiente la propia razón y aunque se muestren sólidos argumentos ante una mirada inquisitiva, el sujeto fundamentalista habrá perdido la razón ante si mismo, lo que refuerza su encerramiento. Eso conlleva el rechazo y el aislamiento de lo que huela a libertario, a diversidad a pluralidad, porque tales conceptos no pueden encajar en una sensibilidad que se ha derrotado a si misma, creando su propia prisión.
Para todo fundamentalismo la subjetividad es un riesgo y la sustituyen por reglas inamovibles intentando llevar a otros a la misma prisión en la que se enclaustran, banalizando la fe e intentando hacer de ella un hecho absoluto, matemático y distante de la alegría, a fin de que ajuste con rigurosidad a su sensibilidad anquilosada. Por ello las palabras “moral” y “deber” siempre están presentes de un modo parcial, adaptadas a la objetivación del mundo humano. Los juicios y opiniones de este tipo de conciencia siempre resultan imperativos y unilaterales, al tiempo que la de otros es coaccionada al considerársele parcial, equivocada y carente de datos suficientes. La vida afectiva es reemplazada por una ficción robótica que busca ampliarse mediante gestos, fraseologías formalmente adaptativas y códigos de prueba sólidos y ocultos, que solo se logran superar mediante la derrota del acosado por el hecho coactivo.
Ocurre frente a todo esto que quienes intentan ser fieles a si mismos, con todas la dificultades que tal empresa requiere, con su carga de errores y fracasos, son constantemente desafiados a tomar posición en un dualismo empobrecido entre posiciones iguales, aunque aparentemente distintas, con argumentos falsamente contrapuestos en un fondo gemelo, dejando de paso abandonadas y cubierta de hojarasca reseca las ideas nuevas con toda su especial necesidad de aire, cuidado y nutrición básicas para todo recién nacido.
La espontaneidad y la crítica son miradas con sospecha. El arte, la ética, la ciencia y la religiosidad adoptan pesados ropajes de autoridad definitiva, haciendo que la necesidad de volar hacia un nuevo firmamento se convierta en un absurdo lejano e incomprensible porque ya sus condiciones fueron previamente establecidas.
A oponerse entonces a cualquier chantaje y condición impuesta, a rebelarse ante el olvido anónimo al que se quiere someter nuestra existencia, aunque signifique una soledad transitoria, porque ésta es otra amenazante ficción. Y, aunque nuestras propias convicciones jueguen a la derrota, es necesario saltar una y otra vez por sobre ellas para salir de los senderos pavimentados y hacer caminos diferentes que nos guíen hacia lo nuevo. Rechazar entonces los espejos empañados y buscar miradas claras y nuevas en las que poder mirar la propia vejez de ideas y desprenderse de ella. Tal vez, es la única manera de ser fiel con nosotros mismos, derrotar los fundamentalismos y rebelarnos ante la muerte.
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