miércoles, 24 de agosto de 2011

¿CAMISA DE ONCE VARAS O ZAPATO CHINO?


por Francisco Javier Ruiz-Tagle

Da lo mismo el nombre. El gobierno de Chile está metido en un aprieto de proporciones porque la ciudadanía –su mandante- ya no está de acuerdo con los criterios mercantiles utilizados para organizar la vida social durante los últimos treinta años.
“Pero si fuimos elegidos por mayoría”, argumentan con una obcecación no exenta de soberbia.

Pressenza, Santiago de Chile. Si, es verdad, fueron elegidos pero en el marco de una democracia ultra formal, íntegramente heredada de la dictadura pinochetista (la cual muchos de ellos apoyaron activamente, hay que decirlo), sostenida hasta hoy sin discusión por las élites políticas y económicas con el único propósito de mantener su posición de privilegio, en desmedro de las necesidades y demandas legítimas de su pueblo. En palabras crudas, eso se llama traición y ese fue el nombre que los humanistas le dimos a esta conducta torcida cuando en el Documento Humanista, editado el año 1993, detallábamos:”…pero a medida que ha transcurrido el tiempo se ha visto claramente que existe un primer acto mediante el cual muchos eligen a pocos y un segundo acto en el que estos pocos traicionan a los muchos, representando a intereses ajenos al mandato recibido”.
Hoy, casi 20 años después, podemos decir que los traidores están cocinándose en su propia salsa porque los chilenos ya hemos dejado de creerles. Y por más que clamen, ahora no vendrán los militares a salvarlos porque los tiempos han cambiado, ya no existe la Guerra Fría, no cuentan con el apoyo de Estados Unidos para sustentar la sedición y las Fuerzas Armadas tampoco son las mismas, como se ha demostrado en Egipto hace no mucho tiempo atrás. Sus pataleos ridículos ponen en evidencia la patética desesperación que los embarga frente a la creciente toma de conciencia popular. Si pensaban que el pueblo podía aguantar a ser estrujado eternamente, se han equivocado, y entonces ahora todo empezará a cambiar muchísimo más rápido de lo que se esperaron cuando se acomodaban en el poder como si fueran a permanecer allí para siempre.
El único camino que les queda, curiosamente, es un cambio mental, que consiste en renunciar al sesgo ideológico impuesto perversamente en el mundo por el capital financiero internacional. Mientras nuestros gobernantes no entiendan esto, la lucha continuará y ellos llevan todas las de perder frente a un pueblo consciente y movilizado. A diferencia de lo que ha creído -y sigue creyendo- la izquierda tradicional (denominación paradójica pero exacta), el curso de los procesos sociales no depende de las condiciones objetivas sino que de las ponderaciones subjetivas que se hacen de los hechos, en una situación dada. La concepción materialista, asumida a plenitud por nuestros dirigentes, les impide comprender a esta nueva sensibilidad que ha irrumpido en todo el mundo con la voz de las nuevas generaciones. ¡No queremos más mercado, ni más cosas, ni más dinero: queremos ser felices, queremos acceder a una vida con sentido!, gritan con vigor los jóvenes de todas las latitudes. En suma, aspiran a vivir en un mundo humano, no a ser simples engranajes de un monstruoso mecanismo de producción a escala planetaria.
La deshumanización impulsada por el gran capital mundial alcanzó hace rato su cota máxima y ahora ha comenzado la etapa de descomposición del sistema. De aquí en adelante, el desorden se extenderá como una mecánica inexorable y creciente que no puede ser detenida por más que se la trate de encauzar a la fuerza, medida que de seguro habrá de ser intentada por los poderosos para tratar de “salvar el rancho” recurriendo incluso a su máxima reserva, el ejército. Sin embargo, tenemos la convicción de que el mundo militar sabrá comportarse a la altura de las circunstancias y optará por defender al pueblo y no al capital. Ejemplos de esta conducta no faltan en la historia, como sucedió cuando el zar Nicolás II ordenó a sus fuerzas armadas reprimir a los soviets pero los soldados se negaron, incorporándose a las asambleas populares.
En este contexto, la humanización del mundo adquiere una dimensión nueva puesto que, además de constituir una posición ética personal, es hoy necesidad y respuesta posible frente a la aguda crisis social. En una muestra de sabiduría inesperada, los pueblos están marcando el rumbo de salida a dicha crisis y nuestros líderes, en vez de tratar de detener el proceso harían bien en ponerse a su favor, si quieren participar en la superación de este momento aciago. Aunque el espectáculo que han dado hasta hoy haya sido el de un histerismo casi maníaco, esperamos que recuperen la cordura y asuman su rol con dignidad y prudencia. Porque si no lo hacen, serán los primeros en caer.

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