viernes, 19 de noviembre de 2010
LA CULTURA DE LA NO-VIOLENCIA.
Pía Figueroa
Reproducimos íntegramente la presentación que efectuara en el marco del Segundo Simposio Internacional organizado por el Centro Mundial de Estudios Humanistas, el profesor y artista Marcos Pampillón en el Parque de Estudio y Reflexión Los Manantiales, en la mesa correspondiente a Cultura que interactuó virtualmente con los ponencistas de otros lugares del mundo.
Pressenza, Santiago. El concepto de cultura corresponde únicamente a la realidad del ser humano, y significa que es el resultado o efecto de cultivar los conocimientos y capacidades humanas. Su enorme amplitud permite englobar modos de vida y costumbres, así como las expresiones artísticas, científicas, industriales, institucionales, religiosas, deportivas y toda otra manifestación donde está presente la intencionalidad humana, a diferencia del mundo de la naturaleza donde priman los comportamientos regidos por instintos y códigos genéticos.
Toda cultura conlleva valores porque responde a una visión del mundo, a un modo querido o intencional de ver la realidad o de desear transformarla. Históricamente esos valores, conforme al Nuevo Humanismo, pueden ser, a grandes rasgos, de dos tipos. Por una parte ha existido y existe la actitud solidaria, no-violenta y antidiscriminatoria que puede servir de sustento a todo proyecto del quehacer humano de alcance variable, desde lo más personal hasta lo más colectivo. En este caso es lo humano el valor y la preocupación central. Por otra parte, siempre hubo concepciones de la realidad cuyos valores prevalecientes han partido desde Dios, el estado, el capital, la raza o de alguna “causa justa”. En este otro caso, lo humano ha quedado obviamente relegado a un plano secundario.
Estas diferencias de valores, aparte de concebir la realidad de modos también diferentes, implican direcciones mentales y metodologías de acción diametralmente opuestas. Al respecto no es necesario extendernos porque está muy clara la crisis de valores del momento histórico actual, por una parte, y por otra parte, la posición y el trabajo realizado por el Humanismo Universalista durante los últimos 40 años están igualmente definidos y demostrados en la dirección del ser humano como valor central.
Pero no creamos que sea sencillo imaginar un mundo querido o una nueva cultura simplemente porque detestamos la opresión, la maldad, la mentira, hoy imperantes. Para llevar a cabo ese ejercicio mental de concebir limpiamente otra realidad es preciso desprenderse de muchos “residuos” indeseados del mundo actual que son parte innata de nuestro ser social y cultural, dado que nos fueron inculcados como la verdad más preciada, dado que constituyen el sólido “edificio” de nuestra visión del mundo, dado que forman el sistema de creencias desde el cual concebimos la realidad.
Para forjar esa nueva imagen se requiere también, además del saludable rechazo visceral por este mundo de violencia y crueldad que muere, una búsqueda espiritual vinculada a los elevados sentimientos del amor y la compasión. Es desde esa vivencia profunda de gran afecto por uno y todo lo existente, es desde esa devoción por el bienestar de los demás, desde el desprendimiento de todo apego a lo intranscendente y mezquino, y también por la rebeldía contra toda forma de violencia, que comienza a gravitar en nosotros el contacto con algo esencial del ser humano, que se despierta en nuestro corazón esa noción de universalidad del hombre que gravita como centro de toda idea, emoción y acción que se constituyan como proyecto humanizador para superar el dolor físico y el sufrimiento mental.
Esa vivencia de gran coherencia interna revela un sentido y un destino desvinculados de toda creencia en dioses provisorios como el dinero, el estado, la religión, los modelos, los sistemas sociales y sus correspondientes centros de poder que terminan siempre por traicionar y relegar lo humano en nombre de “mejores causas”.
Entonces, así entiendo que debería gestarse la condición fundacional de una nueva cultura: como un acto de recogimiento espiritual para rescatar del fondo de nuestro corazón los sentimientos de amor y compasión. Y así se explican también los momentos humanistas de diferentes culturas, esos períodos de la historia de alta conciencia social que permitieron enormes avances de la ciencia, el arte, la técnica, la libertad de creencias, el respecto a la diversidad, así como la construcción de aquellos mitos de fuerte carga espiritual que, como sistemas de ideación, orientaron a pueblos enteros por siglos.
Por consiguiente, no tememos a la palabra espiritualidad, en primer lugar porque no le pertenece a la religión; y en segundo lugar, cómo habríamos de temerle si es desde ése especial estado de conciencia inspirada por el amor y la compasión que se pueden generar las transformaciones personales y sociales más evolutivas.
Asimismo, aquello que se exprese desde ese estado de espiritualidad habrá de tener a la liberación humana como fuente de todo sentido. Se trate de la lucha por el ser humano como valor central; de la libertad de pensamiento; de la igualdad de derechos y de oportunidades para todos; de la diversidad de costumbres y culturas; de la oposición a toda discriminación; de la resistencia justa contra toda forma de violencia física, económica, racial, religiosa, sexual, psicológica y moral. Conforme a esta doctrina psicosocial es que los siloístas de todo el mundo hace tiempo que venimos trabajamos en la construcción de una nueva cultura, en el proyecto de la Nación Humana Universal.
Esa plenitud de liberación sólo será posible cuando, a su vez, el significado de ser humano tenga una profundidad tal que supere los siguientes prejuicios arraigados, a saber: 1) la antigua concepción inmovilista de naturaleza humana que considera al ser humano como esencialmente terminado y que no sufrirá transformaciones, y 2) la también antigua concepción de que la conciencia humana es pasiva y carece de intención por ser un simple reflejo de la realidad.
Entonces es a partir de una nueva significación de ser humano como fenómeno histórico-social intensamente dinámico y no natural, y de la afirmación de que su conciencia se caracteriza por transformar permanentemente el mundo, en el que se incluye el propio cuerpo, conforme a su intención y que no actúa pasivamente como “espejo” de la realidad, que podremos arribar a una comprensión del sentido de liberación personal y social desde el cual es factible concebir una nueva cultura esencialmente espiritual y no-violenta, desprovista del naturalismo zoológico de los dos prejuicios mencionados.
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