El bandoneonisa, a los 80 años y tras completar una intensa gira por
Europa -territorio donde maceró buena parte de su recorrido musical,
lejos de su Campo Santo natal- reapareció en la escena argentina para
inaugurar un ciclo de conciertos en Café Vinilo, que se extenderá hasta
el domingo, y donde interpeló -con la música y la palabra- formas de
aproximación posible al hecho artístico.
“La música no está en la partitura, en la estructura, en el solfeo; todo
eso ayuda a encontrar la música pero no es la música. La música
necesita libertad”, sentenció el bandoneonista a poco de comenzar el
concierto y a modo de prólogo de una respuesta que entregó, ya sin
palabras, con su bandoneón y su quinteto.
Tras su experiencia en salas de concierto de Alemania, Suiza, Francia,
Italia, Bélgica y Turquía, en algunos casos en colaboración con la
chelista alemana Anja Lechner, Saluzzi retomó su agenda porteña con un
repertorio que, de algún modo, lleva una cita implícita a ese recorrido,
y que combinó obras de su último álbum, “El valle de la infancia”,
inédito en la Argentina, con composiciones redescubiertas en el periplo
europeo.
A veces en diálogo con el público, a veces por pulso propio, el
bandoneonista persistió en poner en entredicho el sentido común de la
industria musical. Las ideas de lo culto, lo popular y las formas
directas o elípticas de abordar la tradición de la música argentina se
pusieron en escena una y otra vez.
“Para qué uno sale de su casa: para hacer una función o para ser libre”,
preguntó, de modo retórico, alguna vez. Así explica las formas que
asume su repertorio, lejos de las repeticiones de las casas de música
del tango y el folclore.
“Todo el mundo puede tocar un tango, pero la cuestión es cómo. Uno puede
ayudar o puede -también- destruir el asunto”, planteó en la previa del
concierto.
“Nunca se debería tocar como dice la partitura. Por eso es importante la
claridad de cada músico, su mensaje, su carga... sin embargo, hay
situaciones sociales que tienden a uniformar los contenidos y ahí se
pierde el potencial de cada uno”, aseguró.
“Yo peleo -agregó- por convencer, por estar consciente de la
responsabilidad de ser el representante de un tipo de cultura. Y eso acá
en muy difícil. Hay poca claridad en ese sentido. Todo lo demás es
absolutamente pasajero”.
El programa musical de la noche incluye unas pocas referencias
explícitas a la tradición. Francisco Canaro y Ciriaco Ortiz fueron el
epicentro de esa evocación.
Sobre Ciriaco, culpable junto con Pedro Maffia y Pedro Laurentz del
desarrollo del lenguaje del bandoneón en el tango -indispensables para
entender luego a Aníbal Troilo-, Saluzzi elude la prudencia: “Fue el que
nos enseñó a todos”.
A los 80 años, el bandoneonista salteño sube al escenario casi
exclusivamente con músicos de su estirpe familiar. En este caso, Félix
Saluzzi (saxo, clarinete), José Saluzzi (guitarra), Matías Saluzzi
(bajo), Jorge Salverón (batería y percusión). Ha buscado en el
temperamento de las afinidades personales la condición de posibilidad de
la libertad estética.
“Hay pocos que pueden tocar esta música”, dispara desde el escenario. No
señala jerarquías ni gustos. Sino la forma de interpretar y crear sobre
las estructuras fijas del pentagrama.
La aventura musical que propone Saluzzi continuará hoy y mañana desde
las 21 en el escenario de Café Vinilo (Gorriti 3780). Propio de quien
enuncia y ejerce la expresión artística honesta, sobresale una certeza:
no será el mismo concierto de ayer.
Fuente: Télam
sábado, 1 de agosto de 2015
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