sábado, 5 de septiembre de 2009

Progresivo aumento de guerras en el mundo.


por Fernando García Naddaf.
Imagen: Cementerio en playa de Omaha, Normandía. Foto de: Yotcmdr



A partir de estudio de Universidad de Heidelberg se evidencia una distancia entre la imagen que dan los medios sobre la guerra y los conflictos reales. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, que se selló con buenas intenciones de paz mundial, el número total de conflictos en el mundo sube progresivamente, en curva moderada, pero en constante alza.

Pressenza, Santiago. El año 2008 hubo 39 enfrentamientos bélicos en el mundo, entre ellos nueve guerras y 30 crisis severas. Tres guerras y cuatro crisis más que el 2007. Estamos en ascenso, y lamentablemente, no es excepcional. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el número total de conflictos en el mundo sube progresivamente, en curva moderada, pero en constante alza. El año 45 del siglo pasado, el total de alta, media y baja intensidad no superaba los cien. Hoy bordea los 350, según el Barómetro de Conflictos que publica año a año la Universidad de Heiselberg.
La paradoja cruel de esto es el esfuerzo planetario hecho en el sentido opuesto, al menos en los discursos oficiales. La segunda guerra se selló con buenas intenciones de los gobernantes que prometieron, cuando aún había olor a pólvora, que harían lo posible para promover el diálogo y la paz universal. Firmaron papeles, fundaron Naciones Unidas, enjuiciaron a criminales de guerra en Nuremberg y dieron los primeros pasos para la formación de un sistema penal internacional que aún vemos madurar. En los ojos de esos líderes, hoy todos secos bajo tierra, se vieron señales de orgullo histórico por imaginarse recordados por generaciones bajo arco iris mesiánicos que junto a poner fin a cuarenta días y noches de lluvia de fuego y artificios de guerra, abrían paso a una nueva era de paz para el hombre. No fue así. El moderno sueño bíblico duró poco, demasiado poco.
La guerra fría, las guerras de Corea, Vietnam, la ocupación de Palestina, Irak-Irán, golpes de Estado en Latinoamérica, terrorismo en el país vasco, Irlanda, guerrillas en Centroamérica, guerras independistas en África y en Asia Central, Bosnia Herzegovina, Chechenia, Timor Oriental, Afganistán, las dos guerras del golfo, y un largo etcétera, son algunos, pocos, de los conflictos que enterraron pronto esos sueños. Pero no sólo eso. Tras cartón se armaba un escenario peor.
El aumento progresivo de los conflictos encendió el deseo de saber por ellos. Los medios de comunicación y la llegada de la televisión en los 50 fueron por ese deseo. La cobertura se hizo creciente. Año a año aumentó el ejército de periodistas y comentaristas que inversamente a su interés fueron convirtiendo a la guerra, al sufrimiento ajeno y a la muerte en algo cotidiano, rutinario, que entraba día a día en las casas,en los dormitorios de la gente. Cientos de miles de espectadores se acostumbraron a imágenes, a veces brutales pero distantes, que durante los 60 y 70 poblaron las pantallas de barrios suburbanos en desarrollo y en subdesarrollo. Los conflictos perdieron rápidamente su cruel dramatismo y se hundieron en la indiferencia de televidentes que preferían escapar optando por entretención y espectáculo. Los conflictos dejaron de aparecer, se hicieron cada vez más escasos, y en medio minuto de los noticieros escondieron la realidad ya no atrás de la rutina, si no peor, en la negación de su terrible y grotesca existencia. Fueron los 80 y los 90, y así estamos hoy.
Evidentemente esto trae consecuencias. El ocultamiento de esta realidad da, especialmente en el mundo desarrollado, la impresión de un mundo sólo amenazado a la distancia, pero pacífico al fin. Un mundo en que las promesas de la democracia liberal y la implantación universal del libre mercado nos encaminan necesariamente hacia "un mundo mejor", de “mayor crecimiento” de “más oportunidades” y por lo tanto de menos conflictos. Un mundo donde la guerra parece no ser un tema importante, y si lo es, es distante. Los estudios que nos presenta la Universidad de Heidelberg demuestran lo contrario: la guerra, la muerte y el sufrimiento ajeno están en ascenso. Una realidad que no se puede negar.
En consecuencia, los conflictos florecen en la periferia del mundo en desarrollo: en el África subsahariana, en Asia Central y en América Latina. Doce conflictos graves, de los 39, fueron en Chad, Somalia y Sudán. En México, durante el 2008, se registraron más de 5.300 muertes en la guerra de cárteles, más del doble que el 2007. En Colombia, las matanzas de los paramilitares y el enfrentamiento entre las FARC y el Ejército aumentan las cifras del subcontinente, y así suma y sigue.
De ahí que sea necesario revertir de algún modo esta situación y recentrarla en su realidad. De ahí que se vuelva necesario reafirmar, a través de la sociedad civil, los gobiernos y las instituciones, el tomar conciencia de la verdadera amenaza de la guerra, y su superlativa y latente amenaza nuclear, pero que para los medios hoy, es sólo un asunto periférico que apneas merece medio minuto de horario prime. Los medios buscan audiencias y de ahí que hayan reorientado sus contenidos al consumo fácil que permite aumentar los números. Pero la toma de conciencia debe jugar con otras lógicas. Debe pasar por la organización necesaria de la sociedad civil, por la sensibilidad de los gobiernos, y la acción concreta de las comunidades en el mundo real. Todo, para que no sea demasiado tarde, y que cuando nos vengan a buscar” aún quede gente que como los académicos de Heidelberg, nos recuerden de ese monstruo grande que pisa fuerte.

Fernando García Naddaf es M.A. en Ciencias Políticas.

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