sábado, 29 de octubre de 2011

UN VIRAJE DECISIVO.


por Oliver Kozlarek*

Dejando de lado la idea de una cultura humanista universal que sería necesario inventar e imponer a otras culturas, las ciencias humanas y sociales empiezan a convencerse de que los valores universales están ya presentes en todas las culturas y también de que en todo el mundo los hombres están padeciendo las mismas experiencias deshumanizantes.

Pressenza, París. Esto debería inducirnos a meditar qué es una vida digna y humana.
En el decenio de 1960, los movimientos sociales empezaron a cambiar progresivamente de rumbo en todo el mundo. Dejando de lado la búsqueda de soluciones universales, cada vez más asimiladas a apetencias totalitarias, esos movimientos se han ido interesando por el reconocimiento de las diferencias e identidades culturales, étnicas y sexuales. Las revueltas estudiantiles fueron sin duda alguna la expresión más emblemática de esa profunda reevaluación del papel de la cultura en la vida de los hombres, de la que se hicieron también eco los debates teóricos y los programas políticos a lo largo de los años sesenta y setenta. Al mismo tiempo, los debates intelectuales y científicos se fueron centrando más en la cultura, y así se produjo lo que hoy en día se reconoce ampliamente como un “viraje cultural” de las ciencias humanas y sociales.1
Ese “viraje cultural” ha consolidado y propagado una serie de valores, como el pluralismo por ejemplo. Asimismo, ha contribuido a reforzar y ampliar la toma de conciencia de la importancia que reviste en el mundo moderno la reflexión sobre la coexistencia de diferentes culturas y modos de vida, evitando la tentación de reducir esa pluralidad a una unidad artificial y abstracta dominada por un solo tipo de intereses. Esto permite vislumbrar el potencial decisivo del “viraje cultural”. A diferencia de la idea de que todas las culturas humanas están abocadas a una misma finalidad evolutiva –una noción defendida en los primeros decenios de la posguerra por las influyentes teorías de la modernización–, el “viraje cultural” restablece la idea de que los procesos de civilización y cultura, así como sus resultados, no siguen una trayectoria lógica y predeterminada.
Pese a la importancia que haya podido tener ese“viraje cultural”, el culturalismo ha creado un clima de relativismo cultural, peligroso y falaz a la vez. Los errores que se le pueden imputar se han ignorado durante mucho tiempo, a pesar de que son evidentes. Uno de los más flagrantes es la afirmación de que las distintas culturas son esencialmente inconmensurables e irreconciliables, cuando en realidad comparten numerosas afinidades y similitudes.
La obra del antropólogo alemán Christoph Antweiler 2 nos ofrece una enumeración pasmosa del gran número de “normas, valores e ideales” compartidos por diferentes culturas. Según este investigador, el hecho de que no veamos esas similitudes suele obedecer a que nos negamos a verlas, cuando basta simplemente buscarlas para encontrarlas. Si adoptamos una postura correcta a este respecto –agrega Antweiler– podremos comprobar que la afirmación de los derechos humanos no se da tan sólo en “Occidente”, sino que la encontramos también en el confucianismo, el budismo y el islam. Antweiler sostiene fundamentalmente la idea de que es falso el “choque de las civilizaciones” tal y como lo formuló Samuel Huntington a finales del siglo pasado, esto es, afirmando que ya no son las naciones as que se oponen entre sí, sino las culturas y las religiones.
Las ideas de Antweiler parecen haber tocado un punto sensible. Existen ya algunos síntomas de que el culturalismo pierde su pujanza. Muchos estudiosos están experimentando la necesidad de buscar tendencias normativas comunes a las distintas culturas, no para negar la realidad de las diferencias culturales, sino para oponerse al relativismo cultural. Lo que cabe preguntarse entonces es con qué identificarnos, en cuanto seres humanos, por encima de las diferencias culturales y nacionales que nos separan. Muchos tratan de buscar una nueva orientación de carácter más o menos humanista porque, al parecer, consideran que el mero hecho de pertenecer a la especie humana genera una nueva forma de solidaridad mundial. Personalmente no creo que esta humanidad común sea suficiente. Me parece demasiado abstracta.
Por eso, lo que deberíamos hacer es entablar un diálogo entre las culturas y discutir qué significa el hecho de vivir con dignidad la vida humana. En la cultura y por su intermedio aprendemos a percibirnos en cuanto seres humanos. Estudiando y comparando las distintas culturas podemos captar lo que tienen realmente en común. El “viraje humanista” y el “viraje cultural” deben completarse mutuamente. Esto significa que el humanismo ha de ser intercultural y pasar forzosamente por el diálogo entre las culturas.

Sacar lecciones de los humanismos tradicionales
Todas las culturas y civilizaciones cuentan con un acervo de tradiciones humanistas. Sin embargo, el “viraje humanista” no implica un retorno a las formas tradicionales del humanismo. Uno de los problemas planteados por éstas es que se inspiran en experiencias históricas que ya no son las nuestras. El humanismo del Renacimiento europeo, por ejemplo, no se puede disociar de las aspiraciones a desafiar la autoridad de la Iglesia.
Un segundo problema es la vinculación excesiva que se da entre muchas formas tradicionales del humanismo y el naturalismo. A este respecto, se puede mencionar de nuevo el ejemplo del humanismo del Renacimiento, cuya finalidad era revelar la “naturaleza del hombre” de conformidad con la “naturaleza del universo”. Esta tradición humanista sigue siendo extremadamente vigorosa en diversos cenáculos científicos, en los que se tiende a reducir la condición humana a meros mecanismos biológicos. El nuevo humanismo tendrá que volver la espalda al naturalismo y comprender que es en la cultura y por su intermedio como llegamos a ser hombres.
No obstante, sería igualmente erróneo suprimir de un revés las formas tradicionales de humanismo que pueden descubrirse en los numerosos legados de las diversas culturas. En ellos se halla la prueba irrefutable de que los seres humanos siempre han compartido, y siguen compartiendo, ideas esenciales sobre el significado mismo de humanidad. Sin embargo, sacar lecciones de otras tradiciones humanistas no consiste tan sólo en reafirmar lo que ya sabemos. En su obra dedicada al humanismo en el confucianismo del Asia Oriental,3 el profesor Chun-chieh Huang explica con vehemencia que el confucianismo del Extremo Oriente busca ante todo una relación armoniosa entre los seres humanos y el mundo sociocultural del que forman parte. Uno no puede dejar de pensar que un sentimiento tan fuerte de la “armonía del mundo” podría ayudarnos a superar las catástrofes ecológicas y sociales que llevan aparejadas la destrucción actual del mundo natural y de nuestros entornos sociales. Todas estas cuestiones han de examinarse con una perspectiva intercultural. Tengo la convicción de que las ciencias humanas y sociales ofrecen excelentes espacios para cultivar el diálogo intercultural entre las diferentes tradiciones humanistas.

Una misma experiencia de deshumanización
Una idea, formulada en particular por Erich Fromm,4 es que podemos llegar a una comprensión humanista a pesar de nuestras diferencias. El humanismo es siempre una consecuencia de experiencias de alienación. Es el grito de ira de quienes creen que las condiciones para una vida digna y humana están desapareciendo.
En un mundo como el nuestro, las experiencias individuales pueden ser sumamente variables. El reparto de oportunidades es muy desigual, como lo es también la concentración de los poderes económico, político y militar. Sin embargo, en nuestro mundo también hay algunas experiencias de alienación que parecen trascender esas diferencias. Todos padecemos la destrucción de nuestro entorno natural. Todos vivimos en sociedades donde las relaciones sociales se debilitan a causa de un sentimiento creciente de desconfianza. Los más afortunados pueden tratar de compensar la mediocridad de las relaciones sociales con el consumo, mientras que los más desafortunados sufren por no poder saciar sus deseos de consumir. En la mayor parte de las regiones del mundo la gente es víctima de formas de violencia e injusticia ancestrales o nuevas, mientras que el modo de proceder de las instituciones políticas y económicas es tal que las poblaciones a duras penas pueden identificarse con ellas.
En este ámbito también –y por encima de las diferencias geográficas y sociales–, las experiencias deshumanizantes vividas por los seres humanos tienden a ser las mismas en todos los puntos del planeta. A este respecto, no cabe duda de que podemos sacar una serie de lecciones si comparamos las culturas contemporáneas a escala mundial. La Sudáfrica de J. M. Coetzee 5 se asemeja al Brasil de Rubem Fonseca. 6 La crítica de la modernidad de Octavio Paz 7 no difiere de la efectuada por alguien como Theodor W. Adorno.8 La investigación comparada en el ámbito de las ciencias humanas y sociales podría ampliar nuestra comprensión de la deshumanización que están sufriendo las personas en todas partes del mundo.

El humanismo en la vida diaria
Asimismo, el “viraje humanista” no debe concebirse como una empresa exclusivamente circunscrita a los círculos científicos o intelectuales. El historiador alemán Jörn Rüsen recalcaba recientemente que el humanismo debía tener también aspiraciones “prácticas”: “La noción de humanismo debe situarse siempre en su contexto social para que tenga verosimilitud y ocupe el puesto que le corresponde en la vida real.” 9 Lo que Rüsen nos dice en esta frase me parece de suma importancia. En efecto, el humanismo sólo puede propiciar una cultura humanista que no sea exclusivamente teórica y abstracta si consigue ejercer una influencia esencial en nuestro modo de pensar y actuar en la vida diaria. Esa traducción del humanismo en las prácticas políticas, sociales y económicas de la vida diaria es, ante todo, un cometido que incumbe a las instituciones políticas y económicas. Pero aquí, una vez más, las ciencias sociales y humanas tienen también un papel que jugar. Tendrían que dedicar una parte de su labor por lo menos a la tarea de cultivar y propagar una cultura humanista fuera de su torre de marfil.
El “viraje humanista” que se esboza actualmente en muchos círculos, ya sean científicos o de otra clase, parece haberse originado por la necesidad de superar nuestra percepción de las distintas culturas a fin de encontrar lo que tenemos en común, sin por ello olvidar nuestras diferencias. En vez de buscar lo universal en la naturaleza biológica o pensar que se debe inventar o imponer una cultura humanista universal a las demás culturas, el “viraje humanista” actual parte de la base de que las ideas y los valores humanistas están ya presentes en todas las diferentes culturas.
Al mismo tiempo, ese nuevo humanismo parece admitir que la modernidad mundial necesita orientaciones de índole normativa que puedan ser aceptadas por todos los seres humanos. Cabe recordar que el nuevo humanismo es también el producto de experiencias comunes de alienación inducidas por la modernidad mundial en distintas partes del planeta. No obstante, la tarea más importante es traducir las ideas y los valores en prácticas cotidianas.

1. Doris Bachmann-Medick, Cultural Turns. Neuorientierungen in den Kulturwissenschaften, Rowohlt Verlag, 2006.
2. Christoph Antweiler, Mensch und Weltkultur, Transcript Verlag, 2010.
3. Chun-chieh Huang, Humanism in East Asian Confucian Contexts, Transcript Verlag, 2010.
4. Erich Fromm (1900-1980), psicoanalista humanista estadounidense nacido en Alemania, autor de El miedo a la libertad (Editorial Paidós, 2005), El arte de amar (Editorial Paidós, 2007) y Hacia una sociedad sana (FCE, México, 1971).
5. J.M. Coetzee, escritor sudafricano galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 2003.
6. Rubem Fonseca, escritor brasileño.
7. Octavio Paz [1914-1998], escritor y ensayista mexicano, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1990.
8. Theodor W. Adorno [1903-1969], sociólogo, filósofo y musicólogo alemán.
9. Jörn Rüsen/Henner Laass (compiladores), Humanism in Intercultural Perspective. Experiences and Expectations, Transcript Verlag, 2010.


* Oliver Kozlarek (Alemania) es profesor de filosofía política y social en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (México). Entre 2007 y 2009 participó en el proyecto de investigación “El humanismo en la era de la mundialización: diálogo intercultural sobre la cultura, la humanidad y los valores”, y desde 2010 dirige el proyecto mexicano “Modernidad, crítica y humanismo”. Actualmente es coeditor de una importante colección sobre el humanismo intercultural y es autor, entre otras obras, de Humanismo en la era de la globalización: Desafíos y perspectivas (Biblos, 2009, en colaboración con Jörn Rüsen) y de Octavio Paz: Humanism and Critique (2009).

El Correo de la UNESCO es una publicación trimestral en siete idiomas de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.

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