sábado, 30 de abril de 2011

BEATO Y ORNATO.


por Javier Tolcachier

Con apenas pocas horas de diferencia se producen dos sucesos que – a juzgar por la atención que concitan en los medios – parecen sepultar en relevancia a la intervención militar en Libia y la continuada asonada en el mundo árabe. ¿Qué tienen en común la beatificación de un difunto jefe de iglesia y la boda de un joven príncipe inglés y que significan realmente?

Pressenza, Córdoba, Argentina. El fasto de la realeza británica, sus vestimentas y modos llenan horas y metros en la prensa. La próxima beatificación del predecesor de Joseph Ratzinger al frente de la iglesia católica otro tanto. Ambas instituciones se encuentran inmersas en una tremenda decadencia y son abiertamente cuestionadas por amplios sectores de la población. Ambas representan estructuras imperiales, otrora omnipotentes y hoy con una creciente pérdida de popularidad y poderío efectivo.
En el caso de la monarquía británica, cuya costosa manutención ha obligado ya a un perfil más bajo, se trata de un elemento simbólico de un pasado oprobioso de dominación colonial, cuya importancia reside precisamente en el símbolo y no en la ejecución cotidiana de los negocios políticos. La aristocracia real – abolida ferozmente en Francia y Rusia por las revoluciones republicanas – continuó teniendo prebendas de abolengo en países tan civilizados como los escandinavos, los Países Bajos y la ibérica España. Se trata sin duda – a ojos de las modernas democracias (dudosamente modernas y dudosamente democráticas) - de una concesión necesaria para recordar al mundo de donde provienen los amos.
Coronas y reyes, vestidos y sombreros deben imponer respeto a un mundo crecientemente multipolar. Es extremadamente impertinente que los otrora sojuzgados hindúes, los cientos de millones de coolies chinos, la colonial Sudáfrica y varios más osen presentarse altivamente soberanos y poner en duda – objetiva y subjetivamente – el predominio blanco y occidental. ¿o quizás sea la publicitada boda no más que una de tantas trivialidades distractivas, para que los ahora atribulados europeos, presa de severas incertidumbres, olviden por un momento los recortes sociales y la creciente asfixia cotidiana? ¿Será que no bastan ya las contiendas deportivas entre madrileños y catalanes (en otros tiempos también rivales y luego aliados en los Reinos de Castilla y de Aragón) para aliviar la terrible pesadilla de ya no ser el “mediterráneo” centro de la Tierra?
Efectivamente, reforzando nuestra teoría de revivir viejos motivos coloniales, una parte de la prensa celebra a unos pocos serviles de tez morena que con sonrisa amplia y los mejores deseos alzan su copa augurando felicidad a la nueva pareja ducal. Sin embargo, es casi seguro que la mayoría conserve aún en su memoria antigua los terribles azotes y maltratos que anteriores reyes les propinaron durante largo tiempo.
En el caso del occiso Papa, la curia romana, envuelta en una feroz lucha con sus parientes evangelistas por la representación exclusiva de un resurrecto mesías – en cuyo lugar de origen carnal el cristianismo se ha visto relegado a ser una pequeñísima minoría – intenta resucitar de la agonía que vive por la furiosa aceleración de los tiempos con movidas publicitarias.
La mala fama pederasta, la fuga de fieles hacia otras confesiones más flexibles y decentrales, la promulgación de leyes favorables a homologar diversas configuraciones familiares, la extensión universal de los anticonceptivos, el decreciente interés en la carrera eclesiástica y el panorama desolado en multitud de monasterios, la (relativa) pérdida de influencia en la formulación de programas educativos y en la instalación de figuras políticas son hechos que sin duda preocupan a Joseph Ratzinger, actual conductor de esa grey.
Sin duda que la elevación de una figura jerárquica de la iglesia a la categoría anterior a la santificación (a la que sin duda se aspira) cumple con el objetivo de mostrar al mundo que el mensaje romano todavía está vigente y opera tan milagrosamente como la competencia pretende en sus apasionadas sesiones. El real milagro sería poder despertar el espíritu algo alicaído en las huestes de una iglesia que parece abatida por una era de fuertes transformaciones y desestructuración institucional. Generar algo del vigor o del rigor con el que el mundo musulmán vive su compromiso coránico, sería un ensueño anhelado por el nuevo Papa alemán.
Y es justamente el campo de los santos, el que eleva la temperatura de los bandos en pugna. Los íconos católicos - también compartidos por la iglesia ortodoxa - las imágenes personificadas, son justamente aquellas que incitan al conflicto con un protestantismo poco afecto a la intermediación con la divinidad y un islamismo férreamente anclado en la iconoclastía – al menos en lo que respecta a imágenes de tipo visual.
Ninguna beatitud (en latín algo así como felicidad) nos traen estos conjuros eclesiásticos, ni paz alguna la continuidad de la prosapia de ya arcaicas realezas, ambas unidas intrínsecamente con la negación de la libertad y la diversidad humanas.
El viejo mundo se opone y el nuevo mundo se asoma. En nuestra opinión, sería mucho más interesante que un Papa se case y que un rey milagrosamente decrete la abolición definitiva de todo privilegio de casta, abdicando y comprometiéndose públicamente a reparar los errores del imperio que representa. Entonces sí que celebraremos.

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