jueves, 7 de octubre de 2010
REFLEXIÓN SOBRE LA RENUNCIA DE LA TUPAC AMARU A LA CENTRAL DE LOS TRABAJADORES ARGENTINOS (CTA).
por Pedro Raúl Noro (foto),
Secretario de Comunicación de la Tupac.
La renuncia de Milagro Sala y la Tupac a seguir participando en la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), se convirtió en una noticia de primer orden y adquirió una inusitada difusión pública. Eso no es nuevo. Lo novedoso son las razones que esgrimió la dirigente para ese alejamiento, entre las cuales hay una en particular que es muy interesante: la dialéctica entre la lógica de la “política visceral” –y su relación con la ambición de poder-, y la “lógica de los afectos”. La otra, el fracaso de la Tupac en conseguir la unidad de la Central, ahora dolorosamente dividida.
Aclararemos que, quien esto escribe, no objeta la conquista democrática del poder ni, menos aún, el juego de la política. Sin embargo, aquí se intentará explicar la necesidad de atender, en el campo electoral, la existencia de otros tipos de conductas válidas posibles, que respeten algunos principios generales de relación entre los contendientes.
La lógica de los afectos, hace referencia al reconocimiento emocional del otro que, siendo distinto, en cuanto ser humano padece los mismos condicionamientos, limitaciones y obstáculos genéricos para asumir la plenitud de la existencia. En tal sentido, recuerdo una práctica de los hermanos coyas, a través de la cual, después de cada ceremonia colectiva, asumen un recurso sencillo, pero existencialmente significativo: se saludan y abrazan con quién se encuentra al lado; entonces uno dice “Yo soy tú” y el otro le contesta “Tú eres yo”.
En ese simple ritual se encuentra manifiesta la regla de oro de la convivencia, en cualquier lugar del mundo, que nos recuerda: “no hagas al otro lo que no quisieras que te hagan a ti”.
Pero en los comicios de la CTA, las cosas fueron distintas. Los circunstanciales adversarios (estrechos compañeros de un misma lucha durante décadas) y con similar plataforma ideológica se convirtieron, de pronto, en enemigos irreconciliables. No voy a referirme aquí a las descalificaciones cruzadas, que fueron muchas; pero fue algo notable que, detrás de la reivindicación de análogas banderas se presentara a los rivales como “traidores”, ya sea por haber reconocido, unos, determinadas políticas del gobierno -surgidas de las entrañas de la CTA- u, opuestamente por declarar, otros, al gobierno, como un enemigo público.
De tal forma, la simpatía o el rechazo visceral al gobierno se convirtieron en el argumento central de la campaña. Dicho de otra manera, mientras los contendientes se desangraban en vejámenes, reproches, broncas y diatribas por algo externo a ellos mismos, se olvidaron de atender las necesidades reales de la base social de la CTA, la que, como respuesta, se negó a participar activamente en el comicio. La respuesta a una campaña altamente coercitiva fue solamente del 16 por ciento del padrón de los trabajadores afiliados. En la Tupac, en cambio, votó el 40 por ciento de sus adherentes favoreciendo a una y otra lista, según la decisión que se tomó en cada una de las provincias.
Paralelamente, la Tupac –con todos sus aciertos y errores- siguió intentando, infructuosamente, la aproximación entre las partes sea en una lista única provisoria a partir de un honroso acuerdo, sea en una representación proporcional al fin del comicio u otras posibilidades de integración, pero fracasó; y ese fracaso fue también el fracaso de una Central y de un modo de militancia donde los factores externos se convirtieron en la clave de bóveda de un desgarramiento lamentable y no querido.
¡De todas maneras, gracias compañeros por las enseñanzas de otras épocas más solidarias y recíprocas! Les deseamos un futuro que responda a los planteos de una verdadera reconciliación interna y esperamos que, en definitiva Hugo Yasqui y Pablo Micheli, como muchos otros amigos enfrentados, se abracen, se miren a los ojos y se digan: “Yo soy tú” y “Tú eres yo…”
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