viernes, 9 de abril de 2010
EE.UU, Europa y China: la difícil gobernabilidad global.
por Roberto Savio.
En pocos días, acontecimientos muy distintos nos llevan a evaluar cómo la búsqueda de una gobernabilidad global se hace cada día más difícil. Empecemos por Estados Unidos. La lección que surge de la victoria de Barack Obama en el Congreso es que la política, cuando es de alto vuelo, se puede permitir ignorar a la opinión pública.
Pressenza, Roma. Obama empujó a varios senadores demócratas a votar por la reforma, pese a que corren el riesgo de no ser reelegidos. En buena medida, Estados Unidos ha perdido una característica esencial de la democracia: la capacidad de encontrar consenso en nombre de intereses superiores a los del propio partido.
El líder republicano, Match Mc Connel, ha dado una orden muy sencilla: no se vota por Obama, presente lo que presente. La campaña de denigración de Obama tiene resultados concretos. El día previo a la votación sobre la ley de reforma sanitaria, una encuesta citada en el diario español El País revelaba que 24% de los estadounidenses creen que Obama es el anticristo, 38% que está emulando a Hitler, 45% está convencido que no es realmente norteamericano, 57% asegura que es musulmán, y 67% cree que es socialista.
La ola de histeria llegó a tal punto, que el líder de la mayoría demócrata, Steny Hoyer, se tuvo que reunir con un centenar de representantes demócratas y el FBI resolver cómo se podían proteger a los que habían votado a favor de la reforma.
Para los que creen que Estados Unidos y la Unión Europea (UE) comparten la misma visión del mundo, es útil escuchar la declaración de McConnel, sobre los demócratas: “En la medida en que ellos buscan trasformarnos en un país de Europa Occidental, no van a contar con nuestra ayuda".
¿Cómo se van a encontrar acuerdos en ese país dividido como nunca, por poner dos ejemplos, en la cuestión Palestina o en el cambio climático? Estos son dos temas importantes para la UE, donde la crisis de gobernabilidad no reside sólo de factores internos en los 27 países miembros. La evidencia de que los intereses nacionales están primando sobre el diseño europeo es obvia.
Me gustaría encontrar alguien que sabe lo que el presidente de la UE, Herman Van Rompuy ha hecho desde que Alemania forzó a su elección, para evitar candidatos de personalidad más fuerte. En los diarios dirigidos a los 400 millones de europeos, no hay mención sobre este despeinado político belga. La baronesa Catherine Margaret Ashton, sale por una colección de errores y porque el famoso servicio exterior no se logra poner en marcha.
Nadie quiere renunciar a ningún privilegio. Y lo más evidente es que, como dice Die Zeit, los intereses de Alemania ya no coinciden con los de la UE. Kohl, cuando empujó su creación, lo hizo totalmente en contra de la opinión publica (como Obama), aceptando que el primer presidente del banco Europeo fuera otro despeinado holandés, con gran horror de los alemanes, que abandonaban el marco, sin que el Gobernador del Banco Nacional de Alemania asegurase un transito responsable hacia el euro, en compañía de irresponsables fiscales como los italianos y los griegos.
Angela Merkel, que escucha mucho a la opinión publica, ha llegado a proponer la reformulación de Europa, expulsando a los países que no cumplan los parámetros comunitarios, olvidando que Alemania hace poco estaba en la misma condición, juntamente con Francia o el Reino Unido.
Moraleja: La UE está lejos de ofrecer las condiciones para un liderazgo que se complemente con los planes de Obama.
En todo esto, China ha demostrado claramente que tiene un camino propio, destinado a su desarrollo y bienestar y que sus relaciones internacionales serán diseñadas en función a este camino. Así comercia con las dictaduras africanas, con Corea del Norte, Birmania e Irán, o realiza acuerdos dudosos sobre el control del cambio climático. Siendo China la única gran locomotora de la economía mundial que no ha perdido velocidad, sabe perfectamente que ya está libre del control de Estados Unidos y sobre todo de Europa.
Por su cuenta está logrando cambios en el control climático interno muchos mayores que Europa y Estados Unidos. Pero los acuerdos globales, esa es otra cuestión.
El cuadro financiero internacional no va a ayudar a la gobernabilidad global. Tras haber lanzado al aire 40 trillones de dólares, el futuro no es promisorio. El vicepresidente del Consejo Europeo, Joaquín Almunia, acaba de anunciar que cree que se tardará por lo menos en 10 años en absorber el exceso de endeudamiento público europeo. John Lipsky, subdirector del Fondo Monetario Internacional, cree que la deuda pública va a volver a los niveles del 1950, o sea, de la posguerra. Dominique Strauss-Khan, director del FMI, por su cuenta, nos informa que si no se hacen rápidamente las tan anunciadas reformas del sistema financiero, llegaremos pronto a “revueltas sociales".
Sólo en Washington en los últimos diez años los lobbies financieros han gastado más de 200.000 millones de dólares, para parar todo cambio sobre la paz palestina, del desarrollo en África, de la producción de alimentos y de todos los temas que son la base de las declaraciones de rutina del G8 y ahora del G 20.
La moraleja de estas últimas dos semanas es clara. O la política vuelve a los grandes diseños para una gobernabilidad mundial, en una actuación nacional, aunque esto no sea ni popular ni fácil, y enfrenta los grandes temas del cambio climático, de la reforma financiera, o vamos a entrar, como dice nada menos que el Director del FMI, columna del sistema y símbolo del mal desde las grandes manifestaciones de Seattle hace diez años, en una época de revueltas sociales.
¿Ser optimistas o pesimistas? Decía Indira Gandhi que el optimista es un pesimista sin todos los datos.
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